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¿Por qué hacer un promedio de encuestas?

Hace una década, un puñado de blogs en Estados Unidos comenzaron a publicar medias de sondeos. Desde ahí se han extendido y ahora los usamos en muchos medios

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Hace una década, un puñado de blogs en Estados Unidos comenzaron a publicar promedios de encuestas. La idea era muy simple: en lugar de fijarse solo en los sondeos de una televisión o un periódico, recogían todos los que se publicaban y hacían una media. Desde entonces, poco a poco, esa práctica se ha extendido y ahora nos encontramos promedios de encuestas en publicaciones de todo el mundo, como The New York Times, Financial Times, CNN o EL PAÍS.

Los promedios son una...

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Hace una década, un puñado de blogs en Estados Unidos comenzaron a publicar promedios de encuestas. La idea era muy simple: en lugar de fijarse solo en los sondeos de una televisión o un periódico, recogían todos los que se publicaban y hacían una media. Desde entonces, poco a poco, esa práctica se ha extendido y ahora nos encontramos promedios de encuestas en publicaciones de todo el mundo, como The New York Times, Financial Times, CNN o EL PAÍS.

Los promedios son una especie de predicción de consenso, que los analistas usamos porque tienen tres virtudes: son más precisos, más parsimoniosos y más cautos.

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La precisión es la ventaja más obvia. Los promedios mejoran el acierto de los sondeos individuales. En Estados Unidos el estadístico Andrew Gelman ha demostrado que los promedios reducen en un 40% la imprecisión de los sondeos.

La segunda ventaja es la parsimonia. Si uno sigue las encuestas en muchos medios, hay veces que parecen un tiovivo: un día ves subir un partido, al día siguiente lo ves bajar y dos días después vuelve a subir. Pero esas fluctuaciones son ruido, saltos que se producen por azar o porque estamos comparando datos de distintas encuestadoras, cada una con su criterio, que no coincidirían ni aunque se publicasen el mismo día. Pero los promedios de encuestas reducen ese problema porque está en su naturaleza moverse lentamente.

La tercera ventaja es la menos evidente, pero quizás también la más importante: los promedios hacen visible la incertidumbre de los sondeos. El efecto es muy sencillo. Si ponemos juntas diez encuestas de distintas empresas enseguida vemos que no coinciden. Y eso es fantástico, porque nos recuerda que las encuestas son un ejercicio de aproximación.

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Que las encuestas no son una predicción exacta es algo que hay que subrayar. El error absoluto medio (MAE) de los promedios de encuestas en España ha rondado los dos puntos por partido en todas las elecciones generales desde 1986. Además, ese error depende —según los datos que Jennings y Christopher Wlezien publicaron en Nature hace un año— del tamaño del partido (porque es más fácil estimar el voto de una formación que ronda el 5% de la intención de voto que el de una que supera el 30%) y de los días que faltan hasta las elecciones (porque las encuestas mejoran cuanto más cerca está el día de ir a las urnas).

Según mis cálculos, el margen de error de los sondeos en España es, para un partido que ronde el 20% de votos, de más de cinco puntos. Quizás nos gustaría que los sondeos fuesen más precisos, pero históricamente no lo han sido.

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