Análisis

Un mundo casi feliz

El marianismo, un movimiento político fundado en España a principios del siglo XXI por generación espontánea, vivió ayer la que quizás sea su página más brillante

Mariano Rajoy en el congreso nacional del PP.Álvaro García

El marianismo, un movimiento político fundado en España a principios del siglo XXI por generación espontánea, vivió ayer la que quizás sea su página más brillante. Como se sabe, esta curiosa corriente que se sumerge en la patafísica consiste en gobernar sin aparentarlo, un monumental “prefería no hacerlo” en el despacho en el que más cosas hay que hacer en España. Y así, el congreso del partido del Gobierno que ayer...

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El marianismo, un movimiento político fundado en España a principios del siglo XXI por generación espontánea, vivió ayer la que quizás sea su página más brillante. Como se sabe, esta curiosa corriente que se sumerge en la patafísica consiste en gobernar sin aparentarlo, un monumental “prefería no hacerlo” en el despacho en el que más cosas hay que hacer en España. Y así, el congreso del partido del Gobierno que ayer renovó sus votos con Mariano Rajoy fue en casi todos los medios de España la tercera, cuarta o quinta noticia del día en las portadas. El hombre que soñaba con pasar desapercibido hasta caer emocionado en un campo de alcachofas lo hizo otra vez. Un día de éstos declarará la guerra en voz bajita y la noticia cerrará el telediario después del nuevo disco de Joaquín Sabina.

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Que la asamblea de Podemos en Vistalegre y el congreso del PP en la Caja Mágica coincidiesen el fin de semana da la medida exacta de uno y otro, un interés en emparentarse que también sugiere lecturas exóticas; por ejemplo, el mesianismo de Iglesias entre Podemos traducido en votos internos es bastante más discreto que la “calma”, el “sentido común” y la “normalidad” a las que suele apelar Rajoy, como si esos tres rasgos pudiesen definir un apoyo del 95,65%.

Esa unanimidad presente durante todo el fin de semana, dos días feísimos de lluvia y viento en los que del río Manzanares subía un olor a cualquier cosa menos democracia, es la del tiempo en el que se ha instalado el PP ajeno a la gangrena de la corrupción que a otro partido paralizaría. Otro de los grandes triunfos del marianismo ayer fue conseguir imponer la imagen de partido unido, feliz y en el poder sobre un partido que en los próximos meses va a dedicar más recursos en los juzgados que en el Congreso.

Sólo el independentismo catalán, el mismo gracias al cual gobierna el PP en España (aquellas líneas rojas de Sánchez, hoy verdeamarelas), puede situar al PP en su lugar más cómodo; allí se empezó a ir Rajoy ayer para insistir ante los suyos en que no se irá nadie de España sin permiso (“un proceso de secesión no es una poda agradable practicada por un amable jardinero es una amputación terrible y dolorosa, que no hay cirujano que salve") y levantó (La Sensatez guiando al pueblo) su bandera de los “gobiernos sensatos”.

El marianismo, que sustituyó el azul del Atlántico (dijo Feijóo que era el Atlántico, es el único gobernante que se me ocurre que ve un trozo de agua y te dice a qué océano pertenece) por una enorme bandera de España, salió de la Caja Mágica como entró, porque eso también es este PP: un metanfetamínico estupor. Y entre llamadas telefónicas de Rivera, chistes blancos y visitas de Villacís, Cospedal, revalidada, se animó y dijo que había que recuperar la unidad del centro-derecha en España. Más, supongo. Soldarse los cuerpos o algo.

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