Fatiga democrática

Los catalanes han votado nueve veces en seis años. Alguien, algún día, quizás volverá a gobernar

Un funcionario entrega en una mesa electoral de Girona los votos por correo.Robin Towsan (EFE)

Hay cansancio de urnas. Y donde más, allí donde más se ha votado. O donde además se ha votado con mayores expectativas de transformación política luego desmentidas.

Esto es lo que ha sucedido en Cataluña, donde, contando la votación de este 26-J, los ciudadanos habrán tenido ocasión de tomar decisiones electorales en nueve ocasiones en seis años, desde 2010, cuando Artur Mas arrebató la presidencia de la Generalitat a los socialistas con el propósito de iniciar una transición que iba a llevar a los catalanes a un futuro desconocido pero esplendoroso.

Hasta el momento hemos tenido...

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Hay cansancio de urnas. Y donde más, allí donde más se ha votado. O donde además se ha votado con mayores expectativas de transformación política luego desmentidas.

Esto es lo que ha sucedido en Cataluña, donde, contando la votación de este 26-J, los ciudadanos habrán tenido ocasión de tomar decisiones electorales en nueve ocasiones en seis años, desde 2010, cuando Artur Mas arrebató la presidencia de la Generalitat a los socialistas con el propósito de iniciar una transición que iba a llevar a los catalanes a un futuro desconocido pero esplendoroso.

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Hasta el momento hemos tenido tres legislativas, dos municipales, tres autonómicas y una consulta alegal, a un promedio de una votación y media al año, algunas convocadas además con pretensiones plebiscitarias y en todo caso con un acompañamiento propagandístico de una solemnidad fastuosa. No está nada mal, tratándose de una época organizada desde unas nuevas hegemonías políticas que han hecho bandera del derecho a decidir.

A la profusión de urnas le ha acompañado profusión de promesas, que en algún caso consistía en tocar el cielo. En estos seis años se les ha prometido a los ciudadanos de Cataluña en varias ocasiones que iban a tomar la decisión de su vida, una de estas circunstancias que se presentan en una ocasión cada generación como máximo, un poco al estilo del malhadado referéndum de Cameron respecto a Europa. E incluso se ha ido más lejos, hasta prometer que de esta elección excepcional surgiría un país nuevo, inmaculado e independiente.

A la vista de lo que luego ha sucedido, no es extraño que muchos prefirieran ayer quedarse en casa o ir a la playa. Nadie se puede quejar por la cosecha de decepciones tras tan abundante siembra de urgentes y brillantes expectativas.

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Quienes fueron a votar este domingo en Cataluña, además, pudieron meditar ante las papeletas sobre la inminente amenaza de una nueva convocatoria, la décima en seis años, para la vuelta del verano. Descartadas de antemano las terceras elecciones generales consecutivas por falta de mayoría de gobierno, en el caso catalán la amenaza empezará a planear a partir del 3 de agosto, cuando se cumplirá un año de la última disolución y se podrá convocar de nuevo a las urnas.

En Cataluña se vota mucho porque también se disuelve mucho. Artur Mas ha disuelto en dos ocasiones, en 2012 y en 2015, en la primera por sorpresa y en la segunda a plazo fijo: nueve meses antes. Puigdemont de momento ha planteado una moción de confianza también a plazo, a tres meses vista, para principios de otoño, paso previo a esa otra disolución que ayer pesaba sobre las cabezas de los fatigados electores catalanes.

La abundancia de votos, promesas y disoluciones es directamente proporcional a la escasez de Gobierno. Alguien, algún día, quizás volverá a gobernar. De momento, toca seguir decidiendo.

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