Columna

Los árboles y el bosque

Una de las figuras más comunes a lo largo de mi observación de diferentes estructuras de poder ha sido la del gestor que, tanto en el ámbito universitario como en el político, evita abordar las cuestiones de fondo y finge actuar como portavoz de un colectivo, cuando en realidad es él quien por sí y ante sí asume sin reserva alguna la toma de decisiones. Para asentar esa estrategia le resulta preciso maniobrar de modo permanente, a efectos de evitar la consolidación de posturas alternativas, ejercer un dominio autoritario y el monopolio de la voz en la organización, y emitir un discurso que evi...

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Una de las figuras más comunes a lo largo de mi observación de diferentes estructuras de poder ha sido la del gestor que, tanto en el ámbito universitario como en el político, evita abordar las cuestiones de fondo y finge actuar como portavoz de un colectivo, cuando en realidad es él quien por sí y ante sí asume sin reserva alguna la toma de decisiones. Para asentar esa estrategia le resulta preciso maniobrar de modo permanente, a efectos de evitar la consolidación de posturas alternativas, ejercer un dominio autoritario y el monopolio de la voz en la organización, y emitir un discurso que evite los temas espinosos, o en todo caso los aborde mediante una sucesión de generalizaciones. Es lo que el profesor Tierno Galván, pensando en la literatura política del Barroco, denominaba “perfectismo”: el examen de las causas de los conflictos resulta sustituido por la declaración de que los mismos serán resueltos por medio de un mejor funcionamiento de lo ya existente, cuyos efectos beneficiosos se dan por descontados.

Algo así sucede con los textos presentados a la conferencia en curso del PSOE. La ponencia consta de casi 400 páginas y en esa extensión cabía esperar un desarrollo suficiente acerca de la génesis de los problemas actuales de la sociedad, de la economía y de la política españolas, así como de los planteamientos políticos que desde la socialdemocracia hicieran posible, en mayor o menor medida, su superación. En lugar de eso, nos encontramos con cientos de criterios y de posibles medidas sin articulación ni prioridades entre las mismas, sin una atención a la jerarquía de los temas en el presente del país, saltando incluso por encima de los más acuciantes, y sin siquiera un examen riguroso de esa política del PP a la cual el PSOE aspira razonablemente a sustituir. Como si el lenguaje tecnocrático empleado fuese en sí mismo una garantía de rigor analítico, y no muchas veces una coartada para rechazar la confrontación con la realidad. El lector es convocado por el texto a reconocer la validez de la oferta de la actual dirección del PSOE, sin que le sean proporcionados los elementos sobre los cuales asentar ese propósito.

La oferta federal del PSOE merece solo unas cuantas líneas en las casi 400 páginas de la ponencia

Muchas propuestas son razonables. ¿Quién discute la necesidad de la transparencia en los partidos, de poner fin a la corrupción o de definir una nueva política económica en la que el factor trabajo no sea siempre la variable dependiente? Este último aspecto es el más elaborado de la ponencia y representa la única justificación clara para otorgar el voto al PSOE en las circunstancias actuales. Pero lo que Tzvetan Todorov llamaba la infracción al orden, en este caso el silencio sobre cuestiones cruciales, revela hasta qué punto prevalece la voluntad de rehuir el examen de la realidad cuando esta es desfavorable. De poco sirve una retahíla de medidas anti-corrupción si es pasado por alto el tema de la corrupción actual en España, tanto en el partido de Gobierno como en el propio. En cuanto a la transparencia y a la participación en el partido, ¿dónde se encuentran en el PSOE actual, cuando la lluvia y el buen tiempo resultan de una sola voz y de un solo centro de decisión? ¿Cómo es posible encubrir la responsabilidad de la crisis, llegando incluso a sugerir que la derrota de 2011 puso fin a “una ambiciosa agenda modernizadora”?

La mayor sorpresa procede, sin embargo, del tema territorial, donde la oferta federal del PSOE merece solo unas cuantas líneas, apuntando la compatibilidad de “Estado fuerte” con “respeto de la diversidad”, mientras las disquisiciones sobre la Europa federal se llevan casi cien apartados de la ponencia. No pidamos que el partido político sea el intelectual colectivo de Gramsci, pero tiene poco sentido dejar fuera de su discusión lo que hubiese sido la aportación más relevante de la conferencia nacional, amputada a favor de lo acordado en Granada por un órgano más restringido. Ello solo puede explicarse por la voluntad de Rubalcaba de evitar un debate donde sus posiciones, o las del PSC, o la “discrepancia pactada”, fueran puestas en tela de juicio. Dudoso balance: ahora que precisamente la opción federal gana terreno en la opinión pública catalana, semejante repliegue conservador implica ignorar que estábamos ante la ocasión de oro para que todos conocieran el contenido de la propuesta federal. “Es que no se quieren comprometer”, advertía el personaje de Baroja. Y no quieren que su situación de poder resulte comprometida. Menos mal que ahí está Rajoy para avalar el voto socialista.

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