La buena vecindad
El vecino tiene la llave de nuestra casa, y nosotros la de la suya. La vigilamos en ausencia del otro, regamos las plantas, recogemos el correo, nos avisamos de emergencias fontaneras, nos prestamos ajo o perejil y en una urgencia médica es a la primera puerta a la que acudimos. Ahora, en el confinamiento, repartimos tareas para el pan, el frutero o la compra variada del súper. Desde hace más de un mes aplaudimos a los sanitarios a las ocho de la tarde y nos animamos mutuamente para resistir un día más. Teníamos unidad indiscutible. Hoy, sin embargo, alguien ha convocado a las siete una cacero...
El vecino tiene la llave de nuestra casa, y nosotros la de la suya. La vigilamos en ausencia del otro, regamos las plantas, recogemos el correo, nos avisamos de emergencias fontaneras, nos prestamos ajo o perejil y en una urgencia médica es a la primera puerta a la que acudimos. Ahora, en el confinamiento, repartimos tareas para el pan, el frutero o la compra variada del súper. Desde hace más de un mes aplaudimos a los sanitarios a las ocho de la tarde y nos animamos mutuamente para resistir un día más. Teníamos unidad indiscutible. Hoy, sin embargo, alguien ha convocado a las siete una cacerolada contra el Gobierno, y mi escalera y mi barrio se han dividido. No hay duda: los convocantes de esta división no quieren sino despojarnos a los vecinos de nuestro músculo solidario para dejarnos en los huesos del fanatismo partidario.
Jaime Martínez. Majadahonda (Madrid)