Tenemos que hablar de diseñadoras y de editores de Vogue. Wet

En Perú, la diseñadora Anís Samanez y el editor de la revista ‘Vogue’ Latinoamérica, José Forteza, protagonizaron una intervención vergonzosa en un evento llamado Orígenes 2024

José Forteza y Anís Samanez en el evento 'Orígenes', en Perú, en diciembre de 2024.RR.SS.

Hace unas semanas volvió a suceder, como en eterno retorno siempre vuelve a suceder, como si no escucharan las voces de los pueblos que han declarado y compartido su postura sobre este tema cada vez que esto sucede. Ahora fue en Perú, la diseñadora Anís Samanez y el editor de la revista Vogue Latinoamerica, José Forteza, protagonizaron una intervención vergonzosa en un evento llamado Orígenes 2024 el cual reunió a diversas figuras del mundo de la moda para intercambiar ideas. En la mesa en la que parti...

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Hace unas semanas volvió a suceder, como en eterno retorno siempre vuelve a suceder, como si no escucharan las voces de los pueblos que han declarado y compartido su postura sobre este tema cada vez que esto sucede. Ahora fue en Perú, la diseñadora Anís Samanez y el editor de la revista Vogue Latinoamerica, José Forteza, protagonizaron una intervención vergonzosa en un evento llamado Orígenes 2024 el cual reunió a diversas figuras del mundo de la moda para intercambiar ideas. En la mesa en la que participaron ambos personajes se trató sobre la relación entre diseñadores de la industria de la moda y creadores de pueblos indígenas, en particular se habló del pueblo amazónico shipibo-konibo. Entre las declaraciones que más despertaron indignación, Forteza dijo que, si no fuera por diseñadores como Anís Samanez que se acercan a trabajar con creadores de pueblos originarios, las comunidades indígenas “seguirían muriéndose de hambre”.

La diseñadora también hizo declaraciones bastante problemáticas, se quejó de que, al acercarse a una comunidad shipibo-konibo para aprender de sus creaciones textiles a cambio de que ella les enseñara diseño, la comunidad se haya negado y haya pedido, en todo caso, una retribución a cambio. Las reacciones no se hicieron esperar, integrantes y representantes del pueblo shipibo-konibo han dado sus opiniones y fijado sus posturas sobre este caso, han denunciado más violencia y han dado su palabra. En las redes generó una gran discusión e incluso el Ministerio de Cultura de Perú fijó postura. En diversas plataformas y desde distintas vocerías se ha analizado por qué estas declaraciones son problemáticas e implican actitudes racistas. Al parecer la industria de la moda no se da cuenta de que no se da cuenta.

Entre todo estas declaraciones, quisiera centrarme en una idea muy específica que fue importante en la argumentación tanto de Forteza como de Samanez, ambos decían no entender por qué es problemático utilizar o inspirarse en creaciones de pueblos indígenas si, siendo estas patrimonio de la humanidad (como dijo el editor) o de Perú (como dijo Samanez), tienen derecho a ello. Por un lado, Forteza argumenta que el hecho de que todas las personas procedamos de ancestros en común significa que todas las manifestaciones culturales forman parte de una gran canasta del que todas las personas pueden tomar elementos; por otro lado, Samanez sostiene que la nacionalidad compartida le permite imaginar una canasta cultural peruana del que puede tomar las creaciones que le interesen.

Indignada, la diseñadora se pregunta sobre las creaciones de los pueblos indígenas de Perú: “¿Por qué de ellos y no mío? Si yo también soy peruana. El hecho de que haya nacido en la costa no significa que sea menos peruana que ellos”. Esta misma idea late incluso detrás de la declaración del Ministerio de Cultura que, aunque rechaza los comentarios de Forteza y Samanez, declara que el arte kené del pueblo shipibo-konibo es Patrimonio Cultural de la Nación desde el 2008 y que se abroga el deber de salvaguardar esos conocimientos tradicionales. Cuando dice que es un patrimonio de la nación, se refiere a Perú y no a la nación shipibo-konibo por supuesto. Me interesa mucho esta idea porque se repite una y otra vez en las discusiones sobre la apropiación cultural indebida. “Si las manifestaciones culturales son de mi país, también son mías por consecuencia, entonces ¿por qué se me impide utilizarlas?”, parecen preguntarse constantemente integrantes de la industria de la moda.

Sadith Silvano, indígena shipibo-konibo, en Lima, Perú, el 19 de octubre del 2024.Guadalupe Pardo (AP)

La respuesta se revela si planteamos la pregunta desde la otra orilla. Si Anís Samanez es peruana y pertenece a la especie humana, entonces cualquier persona podría tomar sus diseños, utilizarlos, modificarlos e, incluso, comercializarlos libremente. El punto es que esto no funciona así, las creaciones de Anís Samanez no circulan como conocimiento libre, funcionan como mercancías dentro de un mercado que está protegido por derechos de explotación comercial y derechos de autor, si no se respetan estos derechos ella puede acusar de plagio como ya antes ha sucedido entre marcas de la industria de la moda.

No solo se trata de dos mundos creativos, se trata del choque de dos sistemas y visiones de mundo, la red de significados en los que se crean los diseños de la industria textil se rigen por el mercado capitalista, el sistema en el que los pueblos indígenas han desarrollado sus diseños obedecen históricamente a otras dinámicas culturales. Cuando Samanez toma elementos culturales de pueblos indígenas, quedan bajo el registro de su marca y pasan al mercado capitalista, un bien colectivo de una nación originaria quedan transformados en una mercancía de propiedad privada, como la politóloga del pueblo mixe Tajëë Diaz Robles ha explicado.

Por otro lado, el efecto de los discursos nacionalistas es fundamental en esta discusión. La creación de una gran parte de los Estados-Nación en Latinoamérica fueron conducidos por una minoría criolla que en muchos casos ha ejercido un colonialismo interno sobre los pueblos que quedaron dentro de sus límites estatales. Estos pueblos han sufrido despojos de tierra, racismo, violencia sistémica para que abandonen su cultura; al mismo tiempo, como una extensión de esta violencia, se toman elementos culturales de los pueblos indígenas para crear una identidad nacional.

En estos casos, el estado es el primer y principal apropiador cultural indebido que genera una especie de “gran canasta” con elementos culturales de pueblos indígenas que al mismo tiempo oprime. A esa canasta le llama “patrimonio cultural de la nación” aunque al mismo tiempo someta a racismo estructural a las comunidades que lo crean. Una vez que la canasta cultural, sea mexicana o sea peruana, se ha llenado de elementos de los pueblos indígenas que al Estado y al nacionalismo le parece digno de ser apropiado (habrá otras prácticas culturales que desprecie), entonces personas como Anís Samanez o José Forteza pueden tomar libremente estos elementos que han sido reconvertidos en “peruanos”. La diseñadora argumenta que tiene derecho a tomar elementos del pueblo shipibo-konibo porque ya antes el nacionalismo del Estado ha hecho apropiación cultural indebida sobre ellos, porque se los presenta como su patrimonio.

La apropiación cultural indebida en todas sus vertientes es una extensión de la violencia que han sufrido los pueblos indígenas, por un lado, se les ha aplicado violencia etnocida y, mientras se les condena a la desaparición, se les roba elementos que pueden ser aprovechados en el mercado capitalista. No hay justificación nacionalista que excuse esta violencia.

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