México da un paso al frente ante la América Latina más ultra
La presidenta Sheinbaum alza la voz por el ascenso de la extrema derecha tras un año en que su política exterior ha estado más enfocada en contener la avalancha de presiones desde Estados Unidos que en profundizar posibles alianzas regionales
Apenas un mes después de tomar posesión como presidenta, Claudia Sheinbaum viajó a la cumbre del G20 en Río de Janeiro. Aquel viaje, en noviembre del año pasado, fue interpretado como el regreso de México al primer plano de la política internacional tras el sexenio anterior, marcado por las ausencias en las grandes citas y una actitud muy reservada hacia el exterior. La cumbre de Río dejó además una foto muy simbólica. Los cuatro líderes de gobiernos latinoamericanos progresistas, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el colombiano Gustavo Petro, el chileno Gabriel Boric y la propia Sheinbaum, posaron juntos entrelazando las manos. Más allá de aquel gesto, las posiciones en política exterior de la presidenta mexicana han estado más enfocadas en contener la avalancha de presiones que llegaban desde Estados Unidos que en profundizar posibles alianzas regionales.
Hasta esta semana, con la victoria del José Antonio Kast, el candidato ultraderechista en las elecciones de Chile y, con la imprevisible escalada de la campaña estadounidense contra el régimen de Nicolás Maduro. Sheinbaum ha dado un paso al frente, instando a Naciones Unidas a actuar para “evitar un derramamiento de sangre” en Venezuela y llamando a una “reflexión para los movimientos progresistas en América Latina”. La victoria de Kast supone una nueva vuelta de tuerca del giro conservador en la región. En todo el cono sur -Argentina, Chile y Uruguay- y en el bloque andino -Perú, Bolivia y Ecuador- dominan gobiernos que abarcan un espectro que va desde una derecha liberal a las posiciones más ultras, como el nuevo presidente chileno.
En el otro flanco, de los tres supervivientes de la foto de Río, Sheinbaum es de largo la mejor valorada en los índices de popularidad, la que más poder interno concentra y más recorrido tiene por delante en su mandato, hasta 2030, contra las elecciones del año que viene en Brasil y Colombia. También es la segunda potencia regional por motor económico y por habitantes, pero a la vez es la más vulnerable ante el vecino del norte. “Sheinbaum es sin duda el faro de la izquierda en América Latina, es el gobierno progresista más exitoso y desde ahí hace ese llamamiento. Aunque su postura por ahora parece más discursiva porque sabe que no puede tensar mucho la cuerda con Estados Unidos. Su margen de maniobra es menor que, por ejemplo, el que pudo tener el kirchnerismo en Argentina, que es un país mucho menos dependiente de Washington”, apunta Lisandro Devoto, politólogo de la UNAM. Desde ese lugar se esboza el liderazgo regional mexicano, más retórico de momento que sustancial, con un mensaje internacional pero con destinatarios también en la política interna.
El impulso de un bloque progresista no ha tenido por ahora mucho vigor. Más allá de uno de los últimos movimientos del gobierno de Boric, la convocatoria en julio de una reunión en Santiago para concertar una posible agenda de la izquierda progresista iberoamericana, junto a Lula, Petro e incluso el presidente español, Pedro Sánchez. A la cita, Sheinbaum no acudió en persona, pero ofreció su respaldo desde la distancia. Otro gesto significativo fue su negativa a participar en la Cumbre de las Américas, celebrada a principios de este mes en República Dominicana. La justificación fue la no invitación a la cumbre de Cuba, Venezuela y Nicaragua, el mismo argumento que llevó al presidente a no acudir a la anterior cita celebrada en Los Ángeles, lo que aumentó la tensión con la entonces Administración de Joe Biden.
Para el investigador en relaciones internacionales del Colmex, Humberto Beck, se trata una prolongación casi inevitable de la política exterior del sexenio anterior, marcada por la agresividad de Trump, las contradicciones y los equilibrios. “Sheinbaum no ha podido desarrollar un liderazgo latinoamericano más nítido”, apunta el académico, “porque le ha tocado iniciar su mandato en medio de la mayor crisis bilateral desde la Segunda Guerra Mundial. Trump ha desempolvado una vieja doctrina explícitamente imperialista según la cual el resto de países americanos tiene una soberanía limitada, a merced de los intereses de Estados Unidos”.
Las críticas al avance de la extrema derecha también tienen una lectura de política interior. Más, cuando en los últimos meses se han repetido protestas contra la crisis de seguridad, en las cuales el Gobierno ha detectado la presencia de organizaciones y figuras ultra con presencia en varios países. “Yo creo que esto no se va a dar en México”, dijo la mandataria esta semana, para a continuación aprovechar el caso chileno para subrayar “el apoyo popular” de su gobierno y enumerar los avances en el combate contra la pobreza y la desigualdad. Los altos índices de popularidad de Sheinbaum junto con los resultados de las políticas laborales y la expansión de las ayudas sociales son dos de las grandes fortalezas del gobierno morenista. La fórmula de aprovechar el contexto internacional para apretar las filas dentro de casa recordó a la frase con la que el expresidente, Andrés Manuel López Obrador, explicaba su proverbial reserva: “La mejor política exterior es una buena política interior”.
Sheinbaum ha incidido en la importancia de la unidad interna como la mejor defensa ante la derrota. Es cierto que el Gobierno mexicano, y principalmente la presidenta, goza de extraordinarios índices de popularidad, no así su partido, Morena, que pierde respaldo en cada nueva encuesta, agrandando a marchas forzadas la distancia con la mandataria. “El hecho de subrayar la importancia de la unidad dentro de los movimientos progresistas es otro mensaje dirigido hacia, quizás, la mayor debilidad de Morena: las guerras internas o la posible ruptura de la alianza parlamentaria”, añade Beck.
Los voceros y operadores de la extrema derecha internacional tienen en el foco a México y han amplificado las críticas contra Sheinbaum para hacerse con un país clave para su agenda, pero que ha estado históricamente blindado por su particular cultura política, protagonizada por un PRI que ocupaba todos los espacios, una estrategia en gran medida replicada por el obradorismo. “De momento no parece probable el giro en México, por la hegemonía de Morena y sobre todo por la debilidad de la oposición, que no es capaz de capitalizar los errores del Gobierno”, apunta el politólogo de la UNAM, Lisandro Devoto, que matiza en todo caso que “si lo miramos en términos de política comparada, ha habido otros gobiernos progresistas con mucho apoyo popular y políticas públicas redistributivas, que han acabado cayendo por distintas causas, como la corrupción o los problemas económicos”.
El politólogo cita los casos de la llamada izquierda bolivariana, en pleno ascenso hace más de dos décadas, como Ecuador, Bolivia o incluso Brasil. Y añade una advertencia final: “Milei o Bolsonaro pasaron en dos años de ser figuras marginales a presidentes del Gobierno”.