Jorge Zepeda: “El nuevo Gobierno intentará modernizar y eficientizar, será una izquierda con Excel”

El analista y escritor repasa en un libro la trayectoria y los retos de la presidenta Claudia Sheinbaum

Jorge Zepeda Patterson periodista y escritor en su casa en Ciudad de México, el 03 de octubre de 2024.Hector Guerrero

Los mexicanos tienen por primera vez a una mujer como presidenta en dos siglos de vida independiente. Sin embargo, el Gobierno de Claudia Sheinbaum, que recién comienza, no es único solo por ese atributo. Se trata también de la primera presidenta con un avasallador apoyo popular —es la mandataria más votada de la historia— y que tiene el control de todos los botones del tablero político, una circunstancia no vista en décadas. ...

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Los mexicanos tienen por primera vez a una mujer como presidenta en dos siglos de vida independiente. Sin embargo, el Gobierno de Claudia Sheinbaum, que recién comienza, no es único solo por ese atributo. Se trata también de la primera presidenta con un avasallador apoyo popular —es la mandataria más votada de la historia— y que tiene el control de todos los botones del tablero político, una circunstancia no vista en décadas. Gracias al enorme carisma de su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, y a los hombros de su partido, Morena, Sheinbaum comienza su gestión con un Congreso de mayoría oficialista, donde la aprobación de enmiendas constitucionales es apenas un trámite, y con un Poder Judicial a punto de ser refundado y que no supondrá mayores resistencias a los proyectos del Gobierno.

El periodista y escritor Jorge Zepeda (Sinaloa, 71 años) ha publicado Presidenta (Planeta, 2024), en el que recorre la formación académica y política de Sheinbaum y analiza cómo será su relación institucional con las bases obradoristas, con el partido, con el Ejército, con los empresarios y con la inseguridad. Escrito al calor de la transición política —antes de la investidura presidencial de la mandataria—, el autor sostiene que Sheinbaum está llamada a modernizar el movimiento izquierdista, imprimir su sello en la Administración pública y distinguirse de su antecesor, cuidando sin embargo de que sus decisiones no sean vistas como un alejamiento o una ruptura con el líder espiritual de Morena. Por sobre todas las cosas, Sheinbaum deberá ir a contracorriente de la cultura machista incrustada hasta el tuétano en la sociedad y la política mexicana.

Pregunta. ¿Qué opina del discurso de investidura de Sheinbaum, lleno de alusiones al legado del López Obrador y al feminismo?

Respuesta. Me pareció una pieza muy cuidada y muy exitosa en cuanto al desafío de equilibrar el reconocimiento al legado que recibe y jurando lealtad a ese proyecto, que además es la explicación del enorme apoyo del que goza Sheinbaum, que es la fuerza del obradorismo —pretender otra cosa es absurdo— y, al mismo tiempo, deslizando con mucho cuidado suficientes guiños para que los otros sectores de la población tuviesen también una lectura esperanzadora para sus propios intereses. Y, de alguna forma, la manera de garantizarlo, la coartada para no generar desconfianza en el obradorismo es que los principales cambios que ella anticipa derivan no de un distanciamiento ideológico, sino de la naturaleza de su propia sustancia como persona, que es el hecho de ser mujer y ser científica.

Y por ende, sin renunciar a su obradorismo, da un giro que no significa una traición, sino un enriquecimiento, un complemento que deriva de sus propios atributos. De alguna manera, López Obrador Obrador se inclinó por ella sabiendo esos atributos. En ese sentido, caminar hacia las energías limpias, por ejemplo, que es un giro que contraviene el énfasis por los hidrocarburos de López Obrador, es visto como una consecuencia natural de su procedencia. Lo mismo en educación infantil, en la cultura de los cuidados, una actitud distinta hacia los temas de género, una concepción de la familia más moderna, todo es como una extensión del hecho de que ahora una mujer gobierna en la silla presidencial. Ningún obradorista puede sentirse defraudado; curiosamente, al mismo tiempo, consiguió que algunos no obradoristas se sintieran esperanzados.

P. En su investidura vimos una combinación entre la personalidad de la científica y el ritual místico de los pueblos indígenas. ¿Cómo interpretar esa convergencia?

R. Yo creo que ella construirá esta segunda temporada de la Cuarta Transformación sobre un proceso de modernización, pero que al mismo tiempo no traiciona al México profundo. No siempre va a ser fácil. Es muy sintomático que su primer acto en la primera Mañanera estuviese relacionado con el 2 de octubre, un movimiento estudiantil de clases medias urbanas. El movimiento estudiantil nunca formó parte del núcleo doctrinario, ideológico o de la cosmovisión de López Obrador, una perspectiva del México profundo, que obviamente responde a su circunstancia, a su trayectoria, a sus orígenes como tabasqueño, de un medio campirano, tradicional, una generación que creció formando parte del PRI y luego desprendiéndose de él. La trayectoria de Sheinbaum es la de una miembro de la clase media progresista e ilustrada, científica. Como ella dice: “Soy hija del 68″. Son dos universos paralelos, en realidad. Pero ella lo presenta no como algo antagónico, sino como un enriquecimiento al obradorismo. Es decir, complementa de alguna manera los huecos razonables y naturales de la procedencia de López Obrador con elementos claudistas, por así decirlo.

P. ¿Cómo será la relación institucional con el Ejército?

R. Yo creo que hay la pauta de un cambio que va a tener que ser muy cuidadoso, con mucho tacto, pero donde intentará recomponer la relación con las Fuerzas Armadas sin descuidarlas. Sheinbaum tendrá que diferenciar las tres vertientes del protagonismo que López Obrador dio a las Fuerzas Armadas. Uno es en el apoyo a la construcción de la obra pública, que fue impresionante. Yo no creo que ella quiera renunciar a ello, entre otras cosas porque la administración pública está reducida por la austeridad y descansa en términos muy favorables, económicamente hablando, en el apoyo de los constructores del Ejército y la logística que manejan. Una segunda vertiente tiene que ver con el protagonismo en la seguridad pública. Ahí López Obrador se aseguró de dar pasos, algunos de ellos irreversibles, sobre todo con la Guardia Nacional, que no son susceptibles de ser cambiados en el corto o mediano plazo. Entonces, lo que está intentando hacer es concentrar en la parte civil la coordinación y sobre todo la inteligencia; le tratará de poner botones y palancas a ese mando para de alguna manera restablecer un equilibrio a través de directrices, estrategia, conocimiento.

Y el tercero es el que me parece a mí más cuestionable y donde ella podría caminar, que es el de entregarles la administración civil en tareas fundamentales a gestores del Ejército, como aduanas, puertos, y ya no digamos actividades empresariales de hotelería, de la propia gestión de los ferrocarriles, que en realidad pasa por muchos temas de turismo, de economía, de leyes de mercado, que empatan difícilmente con la cultura castrense. Es la parte más incómoda y donde ella podría quizá poco a poco racionalizar con los generales, de decir hasta dónde sí y hasta dónde no. Tampoco va a ser fácil quitarles esto. El Ejército tiende al secretismo, no es una institución acostumbrada a la rendición de cuentas, de tal manera que se vuelve un gestor incómodo para un gobierno que pretende la eficiencia, la transparencia, la digitalización abierta. Es difícil el recambio, la valoración, cuando despedir a un militar pueda ser leído como un insulto al gremio, al corpus profesional del Ejército.

P. ¿Cómo se acotará la influencia de los cancerberos del obradorismo? ¿La designación de Luisa María Alcalde y Andrés Manuel López Beltrán en Morena ayudará o perjudicará a Sheinbaum?

R. Siempre habrá la tentación de los grupos radicales o puristas de [evaluar] quiénes son obradoristas y quiénes no lo son, los defensores de la verdadera fe, con acusaciones que pueden tener mucho morbo y circulación popular, como: “Esto nunca lo habría hecho López Obrador”, “Esto es una traición a López Obrador”. Es muy probable que se expresen desde el resentimiento y la valoración de que no fueron incorporados con los méritos y en las posiciones que ellos merecían, lo que obliga a negociar, incorporarlos y darles pie, o al no hacerlo generar inestabilidad. El riesgo está. Sin embargo, todo esto se neutraliza si Sheinbaum tiene la habilidad de mostrarse como la primera de ellos. Es decir, es tal el planteamiento que hace, cada que es necesario, de recordar el legado de López Obrador, que deja sin municiones a estos grupos, en una cámara de vacío.

Va a depender mucho de esa habilidad. Y segundo, de mantener viva la relación con los interlocutores que le garantizan una identidad. Yo vi como una buena noticia la designación de Andy López Beltrán, porque la mayor vacuna potencial frente a estas consejas que corran de: “López Obrador está enojadísimo por lo que dijo Claudia”, es que haya un hijo que diga: “No, yo estoy hablando con mi padre y él está muy contento con Claudia”. Eso desarma absolutamente todo, pero va a depender de la capacidad de una relación fluida, de una identidad de los nuevos dirigentes de Morena con los cambios que conduzca Sheinbaum. Además, si bien Luisa Alcalde y Andy son dos cuadros muy vinculados a López Obrador, en términos de perfiles pertenecen a universos mucho más cercanos al universo de Claudia que al de ese hombre tabasqueño de 70 años.

P. ¿Cómo debe ser la relación entre las bases obradoristas y las élites, los empresarios? Usted menciona que el Gobierno requiere una colaboración más que una confrontación como la exacerbó López Obrador.

R. Yo creo que está en el ánimo de muchos, incluso del propio López Obrador, la necesidad de que haya un corrimiento hacia el centro en términos discursivos. Él mismo lo anticipó en alguna Mañanera, al afirmar que su relevo no sería “tan peleonero” como él y usó el término “corrimiento hacia el centro”, entendiendo que venía un segundo momento. Y eso tiene que ver, por supuesto, con atributos personales, pero también con que México es un país distinto en 2024 que en en 2018, y el propio López Obrador lo observaba. Es decir, en 2018 él enfrentó una élite que lo veía como un exabrupto, un error, algo a corregir, algo a neutralizar, ponerlo contra la pared para que no cundieran muchas de sus “ocurrencias”. Lo que se está viendo ahora es ya una élite que está asumiendo que esto llegó para quedarse. La oposición está tan desdibujada que a ellos les queda claro que en este momento no es una opción política para cambiar las cosas. La resistencia entonces se vuelve algo fútil e incluso disfuncional para todos. Eso genera una actitud que es totalmente distinta a la que encontró López Obrador. Él sentó las bases de un esquema de redistribución de programas que están ya cosificados, que están asegurados, garantizados. Ahora el gran reto es crecer para poder solventar, para generar empleos. López Obrador ya no iba a modificar de la noche a la mañana la estrategia política que había seguido, pero entendía que el momento que venía era distinto. Eso de alguna manera lo sabemos todos, salvo algún grupo de radicales. El gran tema para Sheinbaum entonces es cómo hacer este acercamiento sin que al mismo tiempo sea percibido como un abandono. Y esto es un tema de filigrana política.

Lo ideal sería que este corrimiento hacia el centro viniese de las dos partes. Es decir, Sheinbaum no va a hacer un deslinde [de López Obrador]. Estos empresarios que dicen: “Estamos esperando que pinte su raya”, eso no va a suceder. Y es mejor que ellos entiendan que el enorme activo político que tiene este Gobierno con el apoyo de las mayorías es una ventaja de estabilidad política, y sobre todo de la posibilidad de hacer transformaciones importantes que un gobierno débil no podría. Y que la élite nunca ha tenido como interlocutor un gobierno que tenga tantos botones y palancas en el tablero de mando. Es una oportunidad histórica, a condición de que las dos partes se encuentren en algún punto. Le tienen que facilitar la tarea a Sheinbaum en ese acercamiento también para no perder este enorme activo político que representa el apoyo masivo. No todos lo entienden así. Es cuestión de mucho tejer, mucho negociar para llegar a este tipo de pactos.

P. Por lo que ha visto en las Mañaneras, ¿ya se podrían encontrar diferencias en la comunicación política de la presidenta respecto de López Obrador?

R. Sí. De entrada es evidente que [las conferencias] van a ser más cortas, pero sobre todo es el tono mucho más de una administración pública rindiendo cuentas y mucho menos de púlpito. Es decir, López Obrador hacía una mezcla de líder moral, de maestro, guía sobre historia y ética, de líder de fracción política, de dedo flamígero. Estos tonos discursivos claramente no son los de Sheinbaum, que opera como una administradora pública para informar puntualmente de lo que está haciendo con mucho menos adjetivos, con mucho menos elementos de juicio, salvo donde lo considera indispensable, y nunca como municiones con respecto a otros actores de la vida pública. Yo estoy muy claro de que se trata de una especie de CEO de muy alto nivel de la administración pública de este país. Yo diría que es el cuadro con mejor formación en términos de eficiencia que ha logrado la Cuarta Transformación y que por fortuna está en la silla presidencial. Y ella intentará modernizar y eficientizar, introducir una izquierda con Excel en el proceso de la administración de este país.

P. Usted menciona a algunas dirigentes que han tenido que adoptar actitudes típicamente de hombres para no dejarse avasallar. ¿Cree que algo así suceda en el caso de Sheinbaum?

R. Lo hemos visto muy claramente, por ejemplo, en [la líder sindical magisterial] Elba Esther Gordillo o en la Dama de Hierro en Inglaterra [Margaret Thatcher], que presumían un tono muy masculino en su relación con el poder, de dar manotazo, de ser firmes, duras, y de abandonar sus atributos femeninos en el ejercicio del poder. Sheinbaum intenta una especie de revolución de las mujeres, es impresionante que la mitad de lo que ha salido de su boca tiene que ver con eso, al tiempo que ha impulsado cambios constitucionales para convertir la igualdad en algo sustantivo; es una labor de inercia brutal en contra de una maquinaria y un ADN incrustado en los mexicanos, y ella está intentando una revolución didáctica, educativa, que va en muchos campos: en la educación, la legislación, el presupuesto, en políticas públicas para trastocar esto, y siempre conectando con su identidad de madre, de pareja incluso, de miembro de una familia, de esta sensibilidad femenina con la que siempre intenta hacer contacto.

Hay un desafío adicional en las lecturas que hacemos por prejuicio, por tantos siglos de cultura misógina. Un acto de generosidad de ella, un acto de negociación donde hay una concesión hacia la otra parte, en un hombre es visto como un acto de mano izquierda, de habilidad; en una mujer muy fácilmente va a ser entendido como un gesto de debilidad. Viceversa también. Un pintar la raya, decirle “hasta aquí” a alguien, en un hombre denota una personalidad firme; en una mujer se generan nociones de histeria, verticalidad, autoritarismo. Habrá que resistir como opinadores y en las charlas de sobremesa estas visiones que casi involuntariamente todos traemos inscritas, porque respiramos en el oxígeno de este medio ambiente machista.

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