La muerte de una laguna en Hidalgo muestra el azote de la sobreexplotación y la crisis climática
La milenaria Laguna de Metztitlán se ha secado por la falta de lluvias sumada a la perforación de pozos ilegales por parte de grandes productores agrícolas
La Laguna de Metztitlán se ha secado. Sus profundidades han quedado al descubierto como entrañas descomponiéndose bajo el sol. Cuesta imaginar que un embalse de 3.000 kilómetros cuadrados ha quedado reducido a un riachuelo minúsculo que nace de un manantial mortecino, surca el suelo y unos metros más adelante regresa a los mantos subterráneos a través de una grieta. Hace 375 millones de años que la especie primigenia salió andando de un cuerpo de agua parecido a este —aunque más salvaje, más vi...
La Laguna de Metztitlán se ha secado. Sus profundidades han quedado al descubierto como entrañas descomponiéndose bajo el sol. Cuesta imaginar que un embalse de 3.000 kilómetros cuadrados ha quedado reducido a un riachuelo minúsculo que nace de un manantial mortecino, surca el suelo y unos metros más adelante regresa a los mantos subterráneos a través de una grieta. Hace 375 millones de años que la especie primigenia salió andando de un cuerpo de agua parecido a este —aunque más salvaje, más violento— y pobló la Tierra. Ahora se puede volver a la cuna milenaria y caminar en sus suelos sin necesidad de los órganos para moverse y respirar en el agua. La visita al origen transcurre andando entre palos de dos metros que algún día fueron juncos y que hoy son ramas secas clavadas por pura terquedad en la tierra cuarteada. Se puede, aunque no debería poderse, caminar entre peces muertos, pisar sus cadáveres descarnados, vacíos de ojos, deshaciéndose en el calor de 35 grados con su olor a náusea marina, húmeda y tibia. Colmenas de moscas se alzan al paso, zumbido terrible, insectos hambrientos que se pegan a la piel, lamen la cara, las manos, las piernas, que se disputan el espantoso banquete con los zopilotes y los cuervos que planean el cielo, descienden a estas profundidades y se posan en las barcas encalladas en el valle reseco, y pensar que en un lugar como este nació la vida.
La laguna se originó en el Holoceno, tras el deslizamiento de un cerro que obstruyó el cauce del río Venados. Hablamos de una edad de 10.000 años. Los pobladores de Metztitlán y de Eloxochitlán, municipios del estdo de Hidalgo que comparten el territorio del embalse, refieren que el cuerpo de agua se secó por completo el pasado 13 de abril. La precisión con la que recuerdan la fecha no debe sorprender, que la muerte de una laguna no ocurre todos los días. La Comisión Nacional del Agua (Conagua) ha explicado a este periódico que el “desecado” del embalse se debe a una “sequía prolongada que se ha presentado en los últimos años en Norteamérica”, es decir, es un problema “generalizado y no local”, ha precisado la dependencia. En resumen, ha habido menos lluvias y escurrimientos a los ríos que alimentan el cuerpo de agua, el Venados y el Santiago, que al final se unen y forman el río Metztitlán. Pero los pobladores añaden un segundo factor que ha contribuido a la muerte de la laguna: la perforación de pozos profundos por parte de medianos y grandes productores agrícolas que extraen grandes cantidades de agua para regar sus sembradíos de maíz, frijol, ejote, cebolla y tomate.
Los afectados más inmediatos por la devastación son los pescadores, que solían extraer y comerciar carpa, mojarra y bagre y ahora han quedado sin sustento. Los pequeños agricultores también han visto en riesgo sus cosechas. “Somos desplazados climáticos. Por el clima se seca nuestra fuente de trabajo y hay que irse de aquí, porque, si no, ¿qué vamos a hacer?”, dice Juan Flores Acosta, de 62 años, presidente de la Cooperativa de Pescadores de Metztitlán. Sumados a los de Eloxochitlán, 120 pescadores trabajan en la laguna. “Algunos compañeros ya se fueron a la Ciudad de México en este tiempo, otros migraron a Estados Unidos. Yo ya estoy grande, no puedo tampoco salirme de aquí, aquí está nuestra familia, aquí nací. Hay que buscar otras alternativas. Yo he aprendido la albañilería, soy electricista, soy fontanero. De algo hay que vivir”.
En el terreno reseco de la laguna los cadáveres de los peces yacen junto a envases de PET de refresco y de agroquímicos utilizados por los productores en sus sembradíos. Los restos orgánicos quedaron atrapados junto a la basura en una red de pesca que alguien dejó abandonada en el lugar, que la dio por perdida igual que a las barcas que antes navegaban ciertas aguas, varias han quedado volteadas en la tierra, la madera carcomiéndola el sol y el olvido. Unos kilómetros abajo, a orillas del menguante río Metztitlán, un grupo de pescadores hace faena en las aguas turbias, limpiándolas de árboles caídos y desechos plásticos. El ayuntamiento los ha contratado como trabajadores temporales para aliviarlos económicamente ante la desaparición de su fuente de empleo original. Se trata de la única ayuda gubernamental que han recibido. “Este clima, al paso que va, nos va a afectar a todos, que Dios quiera y no continúe así, ¿verdad? No nomás afecta a los pescadores, sino a todo el agricultor”, sostiene Telésforo Flores, parado a las orillas del río Metztitlán con su machete para cortar madera. “Todos comemos de lo mismo. Nosotros le vendemos un kilo de pescado al agricultor, y él ¿de dónde va a agarrar el agua para sus siembras que después nos dan alimento? Todo depende de la laguna y del río. La laguna es natural y es la que sostiene todo”, afirma el pescador.
No es la primera vez que la laguna se seca a causa del clima extremo y la sobreexplotación, pero los pobladores temen que esta pudiera ser la definitiva. En 2020 bajaron drásticamente los niveles de agua, aunque las lluvias de ese mismo año y del siguiente contribuyeron a reponer un poco el caudal de los ríos y el embalse. Como medida de apoyo, el gobierno municipal y del Estado de Hidalgo implementaron una resiembra de peces para que se reprodujeran y poblaran las aguas. El problema, afirman los pobladores, es que la laguna nunca recuperó sus niveles normales, y este año prácticamente no ha llovido y la explotación del recurso ha continuado. La Conagua asegura que el secado del cuerpo de agua es cíclico y que, por ende, esta vez volverá a recuperarse, pese a lo dantesco del cementario en que se ha convertido ahora. “Los niveles del agua en la laguna tienen una fluctuación cíclica aparejada a las lluvias que generan escurrimientos en la cuenca de los ríos que la alimentan. Los máximos niveles ocurren entre septiembre y octubre después de que termina el ciclo de lluvias, y los niveles mínimos ocurren normalmente entre abril y mayo (época de estiaje). La recurrencia de años muy secos en los cuales la laguna se seca completamente es de aproximadamente 10 años en promedio”, ha indicado la dependencia a este diario.
Pero el vaciamiento del embalse en un lapso tan corto de tres años ha provocado consternación en las comunidades. “Ha llovido mucho menos, ha llovido mal, muy poquito. Antes sabíamos bien que las lluvias llegaban empezando junio, julio. Eran meses de lluvia, pero fuertes. Se llenaba todo, todo. Hoy ya no, llega a llover hasta septiembre, octubre, pero ya llueve 15 días. Si no llueve esos 15 días, adiós. Adiós laguna, adiós ríos”, prefigura Telésforo.
Los habitantes de Metztitlán recuerdan que en el remoto 1998 hubo una sequía semejante, seguida, un año después, de una crecida sin precedentes causada por una depresión tropical que entró al país por Veracruz. Los poblados cercanos a la laguna quedaron bajo el agua. Genoveva Pérez se acuerda muy bien de que era 5 de octubre. “Nosotros, como vivíamos en la parte de abajo, tuvimos que buscar refugio en el cerro. Todo esto se volvió un espejo”, dice abarcando con un movimiento del brazo las calles a su alrededor, las tiendas, las cabañas de comida, los coches, las bicicletas, los perros, la gente. “Fue una tristeza, porque se acabaron todos los sembradíos, las casas se inundaron, muchas se cayeron, se fueron al río. Se acabó todo”. Genoveva tenía entonces 28 años. Creció y abrió un restaurante cerca del río Metztitlán. Dentro puso un altar y varias fotos de buen tamaño que muestran la inundación, tomadas con cámara análoga desde el cerro donde se resguardaba con su familia. En las imágenes se ven apenas las puntas de los postes de luz, la cornisa de alguna iglesia, las montañas, el agua en bruto, todo unido en una sola laguna que se abrió paso a la fuerza.
A unos dos kilómetros del grado cero de destrucción de la laguna de Metztitlán, una ganadera extrae agua de un pequeño pozo que ha cavado en el campo para satisfacer a sus reses. Hace un año, cuenta, el agua brotaba muy cerca de la superficie del agujero. Cada vez ha tenido que cavar más, hasta llegar a cinco metros, y utilizar ahora una bomba con una manguera para extraer un poco de agua enlodada. El ganado ha enflaquecido, porque la sequía también ha limitado la vegetación que crece en las llanuras. A cuatro semanas de la muerte de la laguna, las repercusiones en otros elementos vivos de la cadena comienzan a advertirse, reflexiona el líder de los pescadores, Juan Flores. “Si nosotros no nos ponemos a pensar, esto se va a acabar. Va a pasar como en los pueblos fantasma. Tenemos grandes comunidades, ¿y de qué sirve?, ¿para que al ratito esto se vuelva un desierto y nos tengamos que desplazar a otro lado?”, cuestiona. “Como dice el dicho: ‘Somos más los buenos que los malos’. Sí, en algunas cosas. Pero en otras, casi todos destruimos”. Cuesta pensar que todo desierto fue alguna vez un océano. Quizá vivamos lo suficiente en esta Tierra para caminar también en el fondo de los mares.
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