El escritor José Agustín reaparece en Morelos para la presentación de la reedición de su obra
El creador mexicano mantiene desde hace años un perfil bajo, pero ha acudido excepcionalmente al acto organizado por su casa editorial Penguin Random House
Una canción de Los Teen Tops muy bailada entre la juventud mexicana de los años sesenta, dice: “todos hablando de hombres ilustres y de Elvis Presley nadie habla jamás”. Con esa frase podría resumirse uno de los principales motivos por el que una generación de escritores mexicanos, influenciada por el color cultural y político de esa década en el mundo, decidió cambiar radicalmente el canon literario entonces establecido. José Agustín, máximo ícono de esa generación, ha hecho este fin de semana su reaparición pública en la Biblioteca Abraham Rivera Sandoval, ubicada en la última esquina de Cua...
Una canción de Los Teen Tops muy bailada entre la juventud mexicana de los años sesenta, dice: “todos hablando de hombres ilustres y de Elvis Presley nadie habla jamás”. Con esa frase podría resumirse uno de los principales motivos por el que una generación de escritores mexicanos, influenciada por el color cultural y político de esa década en el mundo, decidió cambiar radicalmente el canon literario entonces establecido. José Agustín, máximo ícono de esa generación, ha hecho este fin de semana su reaparición pública en la Biblioteca Abraham Rivera Sandoval, ubicada en la última esquina de Cuautla, ciudad en el Estado de Morelos. Hasta allá va la gente para estar cerca de un hombre-mito. Y de paso pedirle un autógrafo.
José Agustín (Guerrero, 78 años) había dejado de dar entrevistas, conferencias y seminarios luego de sufrir un accidente, en abril de 2009, que casi lo mata. Fue precisamente durante una firma de libros en el Teatro de la Ciudad de Puebla: lectores y seguidores del evento lo orillaron sin querer al extremo de la tarima del auditorio por el que cayó de cabeza al foso del teatro. Era —es— un rockstar de la literatura mexicana. La última aparición del escritor fue en el homenaje que recibió en los Patios del Tren Interoceánico en Morelos, entidad en la que vive desde 1975.
Hoy reaparece a propósito de la presentación de una nueva edición a su obra, realizada por la editorial Penguin Random House. Se trata de una colección de 17 volúmenes —la obra casi completa de José Agustín— que convoca en sus prólogos las plumas de destacados escritores, entre los que se encuentran Julián Herbert, Carlos Velázquez, Susana Iglesias y Juan Villoro. La primera entrega de esta tirada constó de libros como El rock de la cárcel (1986), Vida con mi viuda (2004), Cuentos completos (2001) Ciudades desiertas (1988) y De perfil (1966), a los que se han ido sumando La tumba (1964), los tres tomos de Tragicomedia mexicana, y La panza del Tepozteco (1992). Este último cuenta con ilustraciones de José Agustín “Tino” Ramírez, hijo del autor. Se espera que se vayan integrando otros títulos en los próximos meses. Otra particularidad de esta novedosa reimpresión es la uniformidad en el diseño de las portadas, labor del artista Pedro Friedeberg, que ilustra con minucias las tapas de cada historia, logrando concretar una idea visual de los textos. La presentación en la Biblioteca Abraham Rivera Sandoval se llevó a cabo con la participación del narrador Enrique Serna, de la poeta Elsa Cross y de los hijos del autor, Andrés y “Tino” Ramírez.
Hijo menor de una familia de clase media, el escritor guerrerense fue el íncipit de una nómina de escritores iconoclastas, convencidos de la necesidad de desconocer a las grandes escuelas literarias que dejó a su paso la Revolución mexicana; el movimiento armado había terminado hacía décadas y con él el tema prosístico preferido. Bajo la tutela del escritor y editor Juan José Arreola, siendo muy joven, publicó la novela La tumba (1964), ópera prima que se anunciaba apenas como punta de lanza de una vasta lista de títulos, como Inventando que sueño, (1968), Se está haciendo tarde (final en laguna) (1973), El rey se acerca a su templo (1977), Cerca del fuego (1987), Dos horas de sol (1994), etcétera. “Mi caso en México es muy, muy atípico: publiqué mi primer libro [La tumba] a los 19 años de edad, y me lo reeditaron cuando tenía 24 en una casa grande, con una promoción fuerte… Es una conjunción de elementos de fortuna muy peculiares que no se dan tan fácilmente”, declaró el autor en una entrevista para la publicación francesa Caravelle, en 1993.
Elsa Cross recuerda su paso por el taller de Juan José Arreola, en Casa del Lago, en el que conoció a José Agustín. La sorprendió lo joven que era, su talento, y el hecho de que para ese entonces el futuro escritor ya se había casado dos veces. “Cuántas barbaridades dice usted, pero están muy bien escritas”, cita Cross a Arreola, cuando este tuvo en sus manos el manuscrito de La tumba, que el experimentado tallerista habría de editar a sabiendas, quizá, del mito que estaba por formarse. José Agustín es relevante por importar estilos y técnicas narrativas de escritores como J. D. Salinger, Nabokov, Tom Wolfe y Malcolm Lowry, así como el contenido desenfadado del rock anglosajón —su padre era piloto aviador que viajaba constantemente a Estados Unidos y regresaba con discos, revistas y libros en inglés, producto del encargo de su hijo—. Su prosa apropia también un discurso que niega lo solemne y lo políticamente correcto, y revitaliza la voz popular de época; invariablemente causó incomodidades en la cúpula consagrada de la república de las letras.
Junto con escritores como René Avilés Fabila, Gustavo Sáinz y Parménides García Saldaña, José Agustín fue acusado de “gringuista” por ser “demasiado desnacionalizado”. Padeció —aseguró en una entrevista para la televisión nacional— el estigma de ser un rebelde sin causa. Más tarde, la crítica y académica Margo Glantz acuñaría con el mote de “la Onda” la literatura de estos nóveles escritores, por el abuso de la muletilla “onda” en los diálogos de su narrativa (“qué buena onda”, “estar en onda”, “qué ondón agarramos”, etcétera). Esta situación incomodó no sólo a Agustín, sino a sus congéneres. “Nunca articulamos expresiones colectivas, ni nos dábamos una apariencia de grupo ni muchísimo menos. También por eso nos sorprendió mucho que se nos agrupara así arbitrariamente como si lo hubiéramos estado”, mencionó el autor en Caravelle.
“Es un acontecimiento muy importante para la literatura mexicana la reedición de estos libros”, asegura el escritor Enrique Serna. José Agustín aprendió a conocerse, explotó lo que iba sabiendo de sí, supo burlarse y reírse de lo interno y externo. “Este escritor es híperconsciente del lenguaje que le tocó y se mira al espejo con fines paródicos”. El doble sentido y el juego de palabras que utiliza fue parte de la irreverencia que separó al autor del canon. Algunos títulos que conforman la reedición cumplen más de 50 años desde que fueron publicados. Han alcanzado bodas de oro con cierta vigencia y no deja de haber por ellos respeto entre los lectores más jóvenes. “Quizá, eso sí, en medio siglo sea necesaria otra edición a la obra de José Agustín con notas a pie de página para el entendimiento de esas generaciones”, menciona Serna.
Repetidas ocasiones se pide al público, esta vez, no pedir al autor firmas o fotos. Un antecedente casi mortal justifica tal solicitud. Pero acaba el evento y es México. Ahí está la gente, formada, esperando acercarse al tótem, estrechar su mano y pedir, aun con la invitación contraria, la ansiada dedicatoria. Los lectores son sabios, procuran bajo el brazo primeras ediciones, libros raros del autor. La esposa de este, Margarita Bermúdez, se acerca y le dice: “cuando te sientas cansado, dejamos”. José Agustín reniega. Está feliz.
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