Las mujeres naranjas de Emilia Schettino
La joven ilustradora mexicana, reconocida por sus figuras femeninas, propone en sus dibujos otros cuerpos a los que salen en las revistas: inclusivos, diversos, reales
Lo tenía tan naturalizado que le sorprendió. “Tú dibujas mujeres gordas, ¿no?”, le preguntó alguien a la ilustradora mexicana Emilia Schettino. “¿Quién? ¿Yo? ¿Son gordas mis mujeres?”. Nunca lo había pensado, ni se había fijado que eran grandes, con manos grandes y pies grandes, que no se parecían en nada a las chicas de los anuncios. Sabía que tenían el pelo oscuro, que casi todas eran naranjas, que leían, que andaban en bicicleta, tomaban mucho café, abrazaban a sus amigas, cocinaban y trabajaban, que menstruaban, que cuidaban, ¿era el peso lo que los demás veían? “Hasta ahí me di cuenta de ...
Lo tenía tan naturalizado que le sorprendió. “Tú dibujas mujeres gordas, ¿no?”, le preguntó alguien a la ilustradora mexicana Emilia Schettino. “¿Quién? ¿Yo? ¿Son gordas mis mujeres?”. Nunca lo había pensado, ni se había fijado que eran grandes, con manos grandes y pies grandes, que no se parecían en nada a las chicas de los anuncios. Sabía que tenían el pelo oscuro, que casi todas eran naranjas, que leían, que andaban en bicicleta, tomaban mucho café, abrazaban a sus amigas, cocinaban y trabajaban, que menstruaban, que cuidaban, ¿era el peso lo que los demás veían? “Hasta ahí me di cuenta de que quizás no tenían las dimensiones que normalmente se ven en revistas, así que ahorita diría que son mujeres con proporciones distintas”, cuenta riéndose la ilustradora una mañana de luz de febrero, cerca de la esquina de Ciudad de México que ahora está decorada con sus trazos.
Las mujeres de Schettino (Orizaba, Veracruz, 28 años) han posado en muchas partes. Ahora están en los muros de la librería La Increíble en la colonia Condesa, pero también han sido doodle de Google —por el aniversario de la compositora Concha Michel—, están en los calendarios, en cuadernos y cuadros en cada local moderno de la capital, en revistas dentro y fuera de México. El resto del tiempo descansan en Instagram, en la cuenta que es un diario de viaje de esta joven dibujante que hace cuatro años se aventuró a tratar de vivir de la ilustración.
Su madre guarda los manteles y las servilletas de algunos primeros bocetos: dibujó desde pequeña. Tímida, amable, encantadora, Schettino dice que siempre le han costado las palabras, que ella para comunicarse necesita de color y papel. Agarra la pluma tan cerca de la punta —”como un changuito”, apunta ella— y de ahí sale la primera mano y después el cabello oscuro. Frente a un café y también sola en su estudio, Schettino se cuestiona todo. Millennial y feminista, debate y reflexiona ante cada figura. Por ejemplo, ya no utiliza ese color rosa pálido mal llamado durante décadas color carne, como si no hubiera otras pieles y otros pliegues: “Lo identificamos así durante años. La mayoría de las cosas han sido así hasta hace poco que nos la empezamos a cuestionar”. De cada proyecto que acepta se siente responsable de mostrar la diversidad de cuerpos y mujeres en la que cree. “La ilustración ya es un medio de comunicación igual que las revistas o el cine, entonces trato de cambiar un poco la perspectiva, de ser inclusiva”, apunta.
Schettino forma parte de una nueva ola en la ilustración liderada por mujeres jóvenes y concienciadas. En México, María Conejo, Eréndira Dérbez o Maremoto son algunos de los nombres. En sus dibujos se identifican ellas, las otras mujeres jóvenes y concienciadas. Las dibujantes saben que tienen un altavoz y aceptan la responsabilidad. “Quizás nos pasa porque por mucho tiempo nosotras éramos quienes estábamos siendo reprimidas. Ahorita que las mujeres tenemos muchísima voz, porque hubo un despertar en nosotras, hay una comunidad muy grande, una conciencia de apoyarnos”, considera Schettino.
Estudiante de Diseño Gráfico en la Universidad Iberoamericana, de Ciudad de México, y maestría en el Royal Collage of Arts, de Londres, la ilustradora agarra un poquito de aquí y allá. Siempre en tonos terrosos y claros, antes su estilo era más orgánico, más limpio —”era muy bien hecha, muy perfectita”, dice ella— y ahora se permite jugar más con los trazos, dejar algún cabo suelto. “Tiene que ver con la manera en la que crecimos las mujeres: tienes que ser perfecta y linda, te tiene que ir bien en general, además de eso, ahora tenemos que ser empoderadas, luchonas, que trabajan, es muchísima presión”, dice la dibujante.
En Reino Unido soltó parte de esos amarres enfocándose en la forma de ilustrar de los niños, pero el ancla sigue a los dos lados del Atlántico. Su animación de final de maestría era una niña que narraba el miedo y la violencia de ser niña en México. “Tuve un momento de odio, de enfado, tristeza y de desgaste, por la violencia y la delincuencia que se vive en el país, me sentía muy insegura, me daba muchísimo miedo salir de mi casa, bajarme del coche para ir a mi trabajo. Después de entregar el proyecto, hice un poco las paces con eso, me siento más tranquila, aunque nunca lo asumes del todo, y eso está bien”.
De vuelta a Ciudad de México, ha montado Infanta, un colectivo creativo de mujeres que animan e ilustran. En un momento en el que todos los proyectos le entusiasman, Schettino guarda entre los planes y los deseos ilustrar un libro o colaborar con el cine —su otra gran pasión—, mientras sigue repartiendo la esencia de sus mujeres de piel naranja.
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