Las llamas devoran la iglesia de Nurio en Michoacán, de incalculable valor
Los responsables culturales achacan a la escasez de recursos la tardanza en proteger este templo del siglo XVI perdido para siempre
Un cascarón de cuatro paredes y vigas de madera calcinadas en el suelo. Esto es cuanto ha quedado de la iglesia de Santiago en Nurio (Michoacán), devorada por el fuego. Le decían la catedral Sixtina de la meseta indígena Purépecha, una joya irremplazable del arte novohispano fundada en el siglo XVI, con un hermoso artesonado policromado, un coro y un baptisterio que se han perdido para siempre. Las pinturas, de hermoso arte indígena, decoraban también las paredes, y la cubierta del edificio era de tejamanil, pura madera. Todo e...
Un cascarón de cuatro paredes y vigas de madera calcinadas en el suelo. Esto es cuanto ha quedado de la iglesia de Santiago en Nurio (Michoacán), devorada por el fuego. Le decían la catedral Sixtina de la meseta indígena Purépecha, una joya irremplazable del arte novohispano fundada en el siglo XVI, con un hermoso artesonado policromado, un coro y un baptisterio que se han perdido para siempre. Las pinturas, de hermoso arte indígena, decoraban también las paredes, y la cubierta del edificio era de tejamanil, pura madera. Todo es ya materia para el recuerdo. Gravísimo, dicen los especialistas de arte antiguo. Un desastre de calado mundial, lamentan.
El domingo pasado, los vecinos percibieron el fuego, estaban en misa cuando vieron el humo, y lograron sacar algunas tallas de valor. Pero ni ellos ni los bomberos llegados desde Uruapan y Paracho pudieron salvar el edificio. Ni el viento ni el calor que estos días de estiaje soporta la zona ayudaron a la extinción. Se desconoce el origen de las llamas que han sembrado la consternación en este pueblo por encima de los 5.000 habitantes que aún rumian el duelo.
Decir que se veía venir no es en esta ocasión una frase hueca. En los últimos años, las llamas acariciaron el templo tres veces. Quizá las candelas, los cohetes de los festejos, un cortocircuito. Ni entonces ni ahora se acierta a saber, pero el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que cuida del patrimonio mexicano, y la Secretaría de Cultura de Michoacán ya tenían proyectos en marcha para proteger la iglesia, consagrada al apóstol Santiago, patrón de la localidad.
Los planes han llegado tarde. Este lunes, apenas unas horas después del desastre, una asamblea de cientos de personas recibió a los responsables culturales y les pidieron explicaciones por la demora. Se lanzaron reproches, dicen los que allí estuvieron. “Las autoridades locales criticaron al INAH porque no se cumplieron los plazos, entendían que el 8 de enero ya tenían que haber empezado sus proyectos”, dice el alcalde de Paracho, José Manuel Caballero, de cuya administración dependen estas comunidades regidas por usos y costumbres. Nadie quiere eludir responsabilidades, pero en esta ocasión casi todos se ponen de acuerdo al señalar a un culpable: el mermado presupuesto cultural del que disponen. Así lo reconocen el secretario estatal de Cultura, Claudio Méndez, y el delegado del INAH en Michoacán, Marco Rodríguez.
Rodríguez explica por teléfono el retraso en la protección del templo: “Los vecinos proponían [tiempo atrás] que el techo se cubriera con láminas industrializadas y en la asamblea del lunes lo recordaron, pero les explicamos que un edificio tan antiguo no podría soportar un peso como ese. Desde el INAH también se ha argumentado siempre la importancia de mantener las condiciones originales de los materiales. Había existido un debate técnico al respecto. No era tan simple. En todo caso, la realidad terrible son los bajos presupuestos con los que contamos. Faltan recursos, ojalá los tuviéramos”. Y asegura que la pandemia ha agravado la escasez de los presupuestos culturales. Además, advierte de que en la zona, rica en edificios religiosos con valiosos artesones, hay más templos relevantes en peligro.
La impotencia, el domingo, se cifraba en las lágrimas de los vecinos y en las restricciones que tenían que asumir los bomberos: “Ni siquiera se podía dirigir el chorro de agua frontalmente contra las paredes de mampostería, porque no sabíamos si aguantarían”, explica Méndez. Devorado el techo, las llamas asaltaron el cielo sin cortapisas. Entre ellas y el suelo no quedó nada. Ahora la tarea ya no será de restauración ni de conservación sino de reconstrucción. Se plantean hacer una réplica de lo que fue. “Afortunadamente tenemos muchos registros para copiar las pinturas de los artistas de la época y la decoración del interior”, apunta Méndez. Por el momento ya han salido maderas hacia el pueblo para apuntalar la estructura y están por llegar los peritos del seguro que tiene suscrito el INAH para estos monumentos. En esa póliza confían todos para emprender unos trabajos que no serán baratos. Algún presupuesto saldrá también del Estado de Michoacán y del Gobierno federal, “que se ha mostrado dispuesto a colaborar”. Tampoco será de hoy para mañana, avisan.
Demetrio Alejo Rubio, jefe de tenencia de Nurio, como se denomina en la comunidad al segundo del alcalde, quiere ya mirar al futuro a sabiendas de que el luto será largo. “Esto ya había pasado otras veces, pero se pudo apagar a tiempo. Esta vez el viento, el calor… Son caprichos de la naturaleza”, se resigna. Ya quiere olvidar la polémica sobre las posibilidades de intervención que se barajaron para el templo con anterioridad: “Son puntos de vista… Ya no hay otra cosa que partir de aquí en adelante y levantarnos del siniestro con la coordinación con las instituciones”, añade. El INAH está montando una comisión con expertos propios en la que quiere que los vecinos tengan una fuerte presencia. “Esto es un duelo, y hay que generar las condiciones de diálogo social. Los habitantes de la comunidad deben tener una importante participación en el diseño y la reconstrucción”. Los indígenas son de religión católica en su mayoría y a la pérdida artística suman la espiritual. Lograron sacar de entre las llamas tres cruces procesionales, dos Santos Entierros, un Sagrado Corazón, un Cristo de los Milagros y un pequeño confesionario, entre otras cosas. “Todo ello de valor”, asegura el responsable del INAH. También el patrón, Santiago, escapó del fuego con la ayuda de los fieles.
Con el corazón “estrujado” aceptó Nelly Sigaut la tragedia de Nurio. Doctora en Historia del Arte y profesora del Colegio de Michoacán, ha trabajado mucho sobre esta iglesia. Y ha visto a los sacerdotes del seminario mayor, a quienes da unas clases de patrimonio, con lágrimas en los ojos. “Este tesoro es único en su estilo y, como tal, único en el mundo”, asegura. Ya solo le queda recordar los ángeles pintados con sus instrumentos musicales, el altar mayor…. Le llaman la Sixtina de la Meseta y en esta ocasión no exageraban”. Además de la calidad de las pinturas, excepcionales en su entorno, Sigaut cita el baptisterio aislado, algo “original, raro y curioso”.
Del conjunto arquitectónico se ha salvado de las llamas la hermosa capilla del hospital, que todavía puede visitarse, aunque el turismo no es algo masivo ni mucho menos en esta zona de Michoacán. La alta inseguridad que se vive en estos pueblos los ha resguardado de las miradas foráneas. Quien tuvo la suerte de ver la iglesia de Nurio hoy llora su desaparición.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país