Relatos vaticanos

El mayor narco peruano ha salido de la cárcel para entrar de lleno en la actualidad política

Hace pocos días, mientras El Chapo Guzmán entraba a la cárcel en México, El Vaticano salía de ella en Perú, 22 años después de su último día en libertad. No hay quien no sepa ahora de El Chapo y del resultado que parece haber tenido la cegadora conjunción de feromonas y la tentación autobiópica con copyright. Es que cuando se combina un gran poder e inmensa fortuna con un horóscopo en cortocircuito, la avidez de trascendencia adormece hasta los más aguzados instintos de conservación.

El Vaticano, por contraste, fue menos conocido en sus días de auge, cuando el propio m...

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Hace pocos días, mientras El Chapo Guzmán entraba a la cárcel en México, El Vaticano salía de ella en Perú, 22 años después de su último día en libertad. No hay quien no sepa ahora de El Chapo y del resultado que parece haber tenido la cegadora conjunción de feromonas y la tentación autobiópica con copyright. Es que cuando se combina un gran poder e inmensa fortuna con un horóscopo en cortocircuito, la avidez de trascendencia adormece hasta los más aguzados instintos de conservación.

El Vaticano, por contraste, fue menos conocido en sus días de auge, cuando el propio misterio de su apodo denotó un poder equívoco que, tras su captura, salvo los momentos de drama y escándalo, se fue difuminando a través de los años de su largo cautiverio. El Vaticano, Demetrio Chávez Peñaherrera, fue quizá el más importante capo narcotraficante peruano con base y poder territoriales. En la última parte de 1992, el periodista de la BBC John Simpson y su equipo sobrevolaron en una avioneta el feudo de El Vaticano en Campanilla. Como relató en su libro In the Forests of the Night (1993), Simpson vio abajo una “mansión en medio de un campo de césped bellamente mantenido” y preguntó a su productora peruana quién vivía ahí.

Extraditado a Perú, Vaticano pasó de la opulencia de narco al infierno

Cuando les dijo que se llamaba El Vaticano, los ingleses rieron, pero ella se mantuvo seria y añadió: “Es el mayor narcotraficante en el Perú. Es nuestro Pablo Escobar”. Casi de inmediato, vieron el campo de aterrizaje cerca de la mansión. “¿Qué pasa si aterrizamos?”, preguntó Simpson. “Nos matan a todos”, respondió la productora. El equipo de la BBC siguió vuelo.

No fue, en realidad, un Pablo Escobar. Cuando Simpson redactó su libro pudo definirlo bien: “Si su área del Perú [el Alto Huallaga] era en efecto una provincia del imperio colombiano de la droga, El Vaticano era su príncipe: no completamente independiente, pero tampoco parte de la estructura de poder de otro”. En el auge febril de la cocaína, en los ochenta e inicios de los noventa, el Alto Huallaga fue el más grande productor de pasta básica de cocaína en el mundo, mientras hervía en paralelo la insurrección maoísta de Sendero Luminoso. Dada la fuerza militar de este, El Vaticano solo pudo funcionar gracias al apoyo activo del Ejército, que mantuvo una base en Campanilla.

Después de años de enriquecerse en el Huallaga —y de disfrutar la vida en clave narco-chic, aunque sin demasiada estridencia—, Vaticano huyó repentinamente del Huallaga. Fue capturado en Cali, Colombia, a comienzos de 1994, aparentemente después de que, según dijo el entonces gobernante Fujimori, sus nostalgias galantes revelaran su paradero.

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Extraditado a Perú, Vaticano pasó de la opulencia de narco al infierno. Pese a haber trabajado con el Ejército contra Sendero, el régimen de Fujimori lo acusó de terrorismo. En un momento de descuido procesal, Vaticano aprovechó la presencia de periodistas para acusar al entonces hombre fuerte del régimen fujimorista, Vladimiro Montesinos, de haber protegido su labor de narcotraficante mediante un pago de 50.000 dólares mensuales. La ruptura se habría dado cuando Montesinos quiso duplicarle el precio de protección.

En su aparición siguiente en el tribunal, Vaticano se retractó, balbuceante y confuso. Después de una sentencia draconiana, volvió a desaparecer en la prisión de máxima seguridad de la Base Naval del Callao. Cuando cayó el fujimorato, a fines de 2000, Vaticano demandó un nuevo juicio. Reconoció haber sido narcotraficante pero añadió: “Vladimiro Montesinos es más narcotraficante que yo. Él es el verdadero Pablo Escobar”. Juzgado de nuevo y condenado a 22 años de cárcel (incluyendo la carcelería previa), Vaticano salió libre el 13 de este mes e ingresó de lleno en la actualidad política.

“Si yo llegué a ser grande [en narcotráfico, declaró a los periodistas] fue porque Fujimori y Montesinos me apoyaron a cambio de un monto mensual de 50.000 dólares”, dijo. Añadió que un triunfo de Keiko Fujimori [que lidera las encuestas] en las próximas elecciones presidenciales “sería nefasto para el Perú [...]. La época de Fujimori fue un narcoestado”. Mientras Keiko Fujimori le agradecía por Twitter la negación de voto, Vaticano informó qué piensa hacer ahora.

Una serie sobre su vida, por supuesto.

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