Desmemorias políticas

Ni siquiera en Francia. El género parece irremediablemente perdido. Las memorias ya no se escriben, se dictan. A toda prisa, por encargo de un editor y en la extraña simbiosis con un colaborador que aporta la escritura. Es el signo de la época. El personaje público que ya se ha alejado de las duras justas políticas huye así del examen de conciencia, de la penitencia de una escritura trabajosa en la que purgar sus pecados y sus errores e incluso del gusto por la remembranza o el placer de pasar cuentas mediante el arte literario. Todo se limita a atender a unas preguntas y a pulir después las i...

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Ni siquiera en Francia. El género parece irremediablemente perdido. Las memorias ya no se escriben, se dictan. A toda prisa, por encargo de un editor y en la extraña simbiosis con un colaborador que aporta la escritura. Es el signo de la época. El personaje público que ya se ha alejado de las duras justas políticas huye así del examen de conciencia, de la penitencia de una escritura trabajosa en la que purgar sus pecados y sus errores e incluso del gusto por la remembranza o el placer de pasar cuentas mediante el arte literario. Todo se limita a atender a unas preguntas y a pulir después las inconveniencias, en un plano ejercicio de ‘fotoshoping’ sobre la propia imagen histórica. Por este lado de la vida, la vida política quiero decir, la literatura agoniza en un pantano de mediocridad y comercialismo fatuo. 

Esta reflexión viene a cuento de mi reciente lectura de las memorias de Jacques Chirac, presidente de la República Francesa desde 1995 hasta 2007, primer ministro de Giscard d’Estaing y de Mitterrand, y sin duda uno de los hombres políticos más importantes del último medio siglo francés y europeo. Su experiencia biográfica y su personalidad son material de buena calidad para tejer unas memorias de primerísimo nivel literario, y sin embargo…El resultado es decepcionante. Mucho menos que los lamentables intentos memorialísticos y novelísticos de su antecesor Valéry Giscard d’Estaing, aunque lejos de la desenvoltura y la mordacidad de su predecesor François Mitterrand, y eso sí a años luz de su modelo político e ideológico, el general De Gaulle. 

Hay algunos destellos en “Chaque pas doit être un but”, sobre todo en los primeros capítulos que relatan la infancia y juventud. Pero lo que se impone sobre la sinceridad y sobre la verdad literaria es la corrección política, la perfecta adecuación entre la imagen labrada durante décadas y su reflejo actual, hasta el punto de que sólo en muy raras ocasiones el memorialista se suelta y confiesa. Uno de sus mejores momentos tiene que ver con François Mitterrand, del que fue primer ministro durante la primera cohabitación entre 1986 y 1988, y al que admira e incluso profesa algún género de afecto. 

El anciano presidente socialista contaba entre sus especialidades una cierta habilidad en el maltrato a su primer ministro conservador, al que tachaba de sectario e intolerante y al que calificaba de jefe de clan y de banda. Pues bien, veinte años después, Chirac admite compungido que su ya desaparecido adversario tenía razón: “Debo reconocer hoy en día que sus críticas al Estado-RPR (en referencia a su partido, el neogaullista Ressemblement pour la Republique) no eran del todo infundadas y que yo mismo me había encerrado, sin darme cuenta, en un funcionamiento político partidista y en unos esquemas de pensamiento demasiado rígidos”. 

Este libro abarca hasta la llegada de Chirac al Palacio de Elisée, en 1995. Puede ser que el siguiente volumen sea más sabroso, en la medida en que se intensifica la vida política del personaje y las luchas por el poder en su entorno se convierten en una maraña de conspiraciones y odios sarracenos. Pero este primero apenas nos deleita con los dioramas de arrogancia y de desprecio que protagoniza Giscard d’Estaing y con los atisbos de sus futuras relaciones tempestuosas con Nicolas Sarkozy. 

Tienen interés algunos retratos políticos, como el que hace de Deng Xiaoping, al que admira profundamente. Mucho más convencional es el de Juan Pablo II. Y se queda corto a la hora de darnos información sobre Sadam Husein, al que trató suficiente como que considerarle “inteligente, no faltado de humor e incluso bastante simpático”. Pero de todos los retratos, como en cualquier autobiografía, es el suyo propio el que ocupa un lugar central: en estas memorias Chirac se retrata a sí mismo como un francés inconformista y orgulloso, curioso heredero conservador que se reconoce en la tradición radical socialista, europeo de razón pero no de pasión, más a la izquierda que todos sus amigos políticos, aunque siempre centrado en evitar que la izquierda socialista y comunista se lleve el gato al agua. Cuestión central en esta figura, es que no oculta ni su antiamericanismo de raíz totalmente francesa ni su admiración sin límites por el general De Gaulle. 

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Siendo unas memorias interesantes, esmaltadas incluso de algunos detalles jugosos y desconocidos, es una lástima que no haya estado a la altura de su recorrido vital y del brío político con que ha conducido su carrera a la hora de empuñar la pluma. Lo que nos lleva a una pequeña lección europea de esta desigual aventura literaria. Aquí necesitamos de nuevo políticos que escriban de su propia mano. (O que sepan como mínimo poner a trabajar a sus colaboradores sobre sus ideas de fondo. Como hace Obama). Liderar requiere ideas y no hay ideas sin escritura. La regeneración política es también una regeneración literaria. En las memorias de nuestros políticos se mide el ángulo de la pendiente en la que nos deslizamos. Suavemente, sin darnos cuenta. 

No se entiende la publicación de este libro fuera del contexto de la actual presidencia de Sarkozy, personaje que contrasta en todo con la humanidad y la entrega generosa a su país de que quiere hacer gala Chirac. A sus 76 años, su autor se halla, además, encausado ante los tribunales por el escándalo de los empleos ficticios en el ayuntamiento de París e impugnado por quienes fueron sus amigos políticos por su comportamiento en el llamado Angolagate. Además, ha quedado también salpicado por el asunto Clearstream en el que ha sido juzgado su ex primer ministro Dominique de Villepin. No es extraño su esfuerzo por salvarse con estas memorias ante sus conciudadanos, entre los que conserva una alta popularidad, en contraste con las amarguras que le ha proporcionado su turbulenta y rica vida política.

Comentarios

Un afrancesado, como lo fue Azorín, entre los consejos que da a su político ideal no está el que lea muchos libros, pero sí que los haya leído en la mocedad. Y entre los que debe leer en su cargo: “Prefiera a todos los libros los de biografías, memorias, confesiones y casos verídicos, que los trances en que se han visto otros hombres le enseñan a él; de la manera como otros políticos se desenvolvieron en situaciones apretadas, él puede sacar enseñanza.” Aunque avisa: “Se tiene ahora una idea muy errada de la cultura; se la confunde con la erudición literaria. Un hombre que haya leído muy poco puede ser un espíritu cultísimo; otro que se haya pasado la vida entre los libros puede ser de un trato empalagoso y grosero”. (“El político”)Me resulta curioso que no de ningún consejo sobre si dejar memoria escrita. ¿Excesiva prudencia?Lo más semejante a Chirac es Ruiz-Gallardón. Un neogollista en Génova con una ciudad llena de zanjas. ¿Chirac también fue discutido por alcalde de París?

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