La ruta del mariachi en temporada alta: “Cantamos feo, pero somos puntuales, señorita”
Los cuatro componentes de la banda recorren 300 kilómetros en un fin de semana al ritmo de los clásicos, desde un chalet a un polígono donde les roban un violín de 6.000 euros
La silueta de cuatro hombres fornidos con sombreros gigantes, colocados en fila de uno de mayor a menor estatura, se refleja en la pared de un garaje semi vacío de Valdemoro. Una mujer, vestida con un top amarillo chillón les alumbra con la linterna del móvil y exclama con nerviosismo: “Qué puntualidad, ¿no?”. “Cantamos feo. Pero somos puntuales, señorita”, responden.
Rafael Eduardo, José Reinaldo, Roberto Chachín y Freddy Solarte no son mexicanos, pero saben lo que la gente espera de ellos. A las ocho de la tarde del sábado, después de más de 300 kilómetros recorridos y cinco actuacion...
La silueta de cuatro hombres fornidos con sombreros gigantes, colocados en fila de uno de mayor a menor estatura, se refleja en la pared de un garaje semi vacío de Valdemoro. Una mujer, vestida con un top amarillo chillón les alumbra con la linterna del móvil y exclama con nerviosismo: “Qué puntualidad, ¿no?”. “Cantamos feo. Pero somos puntuales, señorita”, responden.
Rafael Eduardo, José Reinaldo, Roberto Chachín y Freddy Solarte no son mexicanos, pero saben lo que la gente espera de ellos. A las ocho de la tarde del sábado, después de más de 300 kilómetros recorridos y cinco actuaciones, esta banda canta ya por inercia. Sin embargo, allá donde van emocionan. Como un viejo disco rayado que suena en bucle una y otra vez, los músicos repiten hasta la extenuación los clásicos de la canción mariachi. “El truco es empezar con las Mañanitas, del ídolo número uno, Vicente Fernández. Nunca falla”, explica Rafael (44 años), líder del grupo, el único que sí nació en México aunque tiene nacionalidad venezolana como el resto.
Los Mariachis Madrid América —así se llama la banda— saben que el mundo avanza y no pueden caer en romanticismos a la hora de buscarse las habichuelas. “Nuestro nombre es bien feo la verdad, pero somos los primeros en aparecer en Google. Queremos ser los mejores de Madrid”, explica Rafa. La jornada arranca por la mañana en el parking de Plaza Elíptica, frente al bingo, y se alargará hasta la noche si la suerte les acompaña. Aunque el calor aprieta, la indumentaria no se negocia. Visten clásico, con el traje charro tradicional, repleto de detalles con significado. Botas de charol impolutas, pantalón negro de gala, ajustado y decorado con botonaduras de plata desde la cintura hasta el suelo. Además, una camisa blanca y gruesa bordada con dibujos y grabados mexicanos. De uno en uno van llegando los integrantes hasta el coche. Antes de salir, una parada para comprar patatas fritas y otra en un baño público para evitar contratiempos.
Todos son músicos de profesión, aunque van picando de aquí y de allá para salir adelante. Reinaldo (42 años), el hermano pequeño de Rafael, repara calderas entre semana. El resto no son fijos, se les va llamando según las necesidades. Una cruz de la iglesia católica ortodoxa bendice el vehículo. “Fue un regalo, no somos creyentes”, confiesa Rafael, que suelta un aviso al grupo: “Hoy no habrá tiempo para comer”.
Carretera y rancheras. La vida del mariachi en los meses de junio, julio y principios de agosto es un frenesí. Durante el resto del año baja la intensidad y se sobrevive como se puede. “Pobres pero orgullosos”, dice José Reinaldo con optimismo antes de llegar a su primer destino: una boda en un chalet exclusivo a las afueras de Guadalajara. Los cuatro se bajan con pereza del auto y afinan los instrumentos en la calle. De una maleta colocada en la baca sacan el último complemento del mariachi: los sombreros. Sin embargo, el ritual antes de salir a escena no está completo. “¡El tequila!”, exclama Rafael. Un chupito por cabeza y al toro.
“¿Me avisáis para quitar la música y daros paso?”, pregunta, preocupado, el organizador de la fiesta a la entrada del chalet. “Quítala ya, se nos oirá desde aquí”, responde Reinaldo, convencido. Con un solo de trompeta estruendoso, Roberto Chachín (36 años) hace el silencio entre la gente. Rafael, que encabeza el cuarteto, se arranca con la que nunca falla: “Estas son las mañanitas, que cantaba el rey David. Hoy por ser día de tu santo te las cantamos aquí”.
Al cabo, el público para de bailar y aplaude al unísono. Un hombre algo inquieto por la llegada de los Madrid América pregunta en petit comité: “¿Son mexicanos?”. “Todos, ¡todos! ¿No ves cómo tocan?”, responde otro.
La actuación es de una hora, lo que supone unos 350 cincuenta euros, algo más de lo habitual por el coste del desplazamiento. “Cobramos en función del tiempo, que puede ser una hora, media o tres canciones. La tarifa estándar son 250, si tenemos que salir fuera la cosa sube. Somos un poco más caros que la competencia, pero la gente repite con nosotros”, explica Rafael. En total, la jornada les dará unos 900 euros a repartir entre todos, una cifra que solo alcanzan los fines de semana de temporada alta.
Su próximo destino es Cedillo del Condado, en Toledo, a más de 110 kilómetros. El reloj no se detiene y los mariachis no perdonan. Lo único que no cabe en su repertorio son los bises. La puntualidad es lo primero, sea quien sea el cliente. A punto de llegar, con muy poco margen de tiempo, José Reinaldo suplica a Rafael: “Hermanito, para donde puedas, no aguanto más”. Este comprueba el GPS y accede para bajarse él también.
La fiesta empieza de nuevo, repitiendo uno por uno los mismos patrones. La cosa funciona. De repente, en medio del concierto, el cielo ruge y caen algunas gotas. Freddy Solarte (42 años), responsable del violín, se atasca cuando anuncian la siguiente canción y pregunta a Reinaldo: “¿Esta cómo era?”. “Tiri tirí tirí tiririririrí…”, tararea Reinaldo. “¡Ah vale! Ya la tengo. Seguimos”.
Para finalizar, la banda entona Alma llanera, uno de los himnos venezolanos. Cecilio Ibarra (74 años), natural del país, busca un pañuelo en el bolsillo para secarse las lágrimas. “Vine con mi mujer hace cinco años porque ella estaba enferma y aquí estaba nuestra hija. Es imposible no pensar en los que se quedaron atrás”, confiesa el hombre, que celebra hoy el 48 cumpleaños de su yerno.
Rafael, Reinaldo, Freddy y Roberto se mueven por los submundos de la ciudad. Lo mismo entran en la mansión de algún superfamoso que se adentran por las callejuelas y polígonos marginales del extrarradio, donde nunca se sienten del todo a salvo. En el polígono de Prado Overa, en Leganés, tienen programada una de las últimas actuaciones del día.
Un giro de guion inesperado les espera a la vuelta del concierto. “¡Nos han robado!”, anuncia Rafael, al tiempo que el resto se asoma a la ventanilla del coche que unos ladrones han reventado. El único que no habla es Freddy, al que acaban de robar su violín, un Scala Vilagio valorado en 6.000 euros por el que estuvo ahorrando más de 10 años. Sin parpadear, mira alrededor como creyendo que todavía puede cazar a los malhechores. “Malditos cabrones”, dice para sí mismo. La policía no tarda en llegar para tomar la denuncia, aunque poco se puede hacer. Por un momento, cunde el desánimo en la banda. “La vida sigue, Freddy”, le anima Reinaldo, sin mucho éxito. Rafael conduce hasta un parking y paga a Freddy la parte que le corresponde. Este decide abandonar el barco para ir a poner la denuncia. El resto marchan, el show debe continuar.
“El público es ajeno a tu vida, le da igual si estás bien, mal o regular. Yo no busco a grandes músicos, busco gente que toque y se divierta. Para divertir a los demás hay que divertirse uno”, alecciona Rafael al grupo después del último pase en Valdemoro. “Pasarla bien, aunque sea a la fuerza”, sentencia.
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