Hablemos de bandas en clase: “¿Has matado a alguien?”

Los alumnos preguntan y los expandilleros responden. Un instituto de Torrejón, una localidad con presencia de estas organizaciones, propicia así que los estudiantes conozcan esta realidad

Jessica y Kevin (nombres ficticios) dan una conferencia como expandilleros de bandas latinas en el Instituto Isaac Peral de Torrejón de Ardoz.Kike Para

El aula está ocupada por una veintena de alumnos adolescentes sentados en pupitres muy separados entre sí. Son las normas covid. De lo contrario, parecería que asisten a una clase que despierta poco interés. Pero no es así. En el estrado, espera sus preguntas una pareja joven, ambos protegidos por sus mascarillas. Un alumno levanta el brazo y le dice al chico con toda naturalidad.

—¿Has matado a alguien?

―No me siento orgulloso de nada de lo que hice.

Su respuesta, por inconcreta, quizá parezca decepcionante. Es el turno de otro alumno.

―¿Qué tuviste que hacer para ...

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El aula está ocupada por una veintena de alumnos adolescentes sentados en pupitres muy separados entre sí. Son las normas covid. De lo contrario, parecería que asisten a una clase que despierta poco interés. Pero no es así. En el estrado, espera sus preguntas una pareja joven, ambos protegidos por sus mascarillas. Un alumno levanta el brazo y le dice al chico con toda naturalidad.

—¿Has matado a alguien?

―No me siento orgulloso de nada de lo que hice.

Su respuesta, por inconcreta, quizá parezca decepcionante. Es el turno de otro alumno.

―¿Qué tuviste que hacer para ser rey?

― Dar una puñalada a un Ñeta [nombre de una banda violenta].

No es una clase de historia, ni la asignatura versa sobre alguna guerra del pasado. Es una charla sobre bandas, en la que participan 120 alumnos (algunos de forma presencial y otros por videoconferencia) de entre 13 y 15 años del instituto Isaac Peral, de Torrejón de Ardoz, uno de los colegios más grandes de Madrid, que supera los 1.200 alumnos en una localidad con presencia de estos grupos violentos. Y los gestores del Instituto, a falta de otras ayudas, han organizado estas charlas con antiguos componentes de dichas bandas, porque sienten la necesidad de que sus alumnos conozcan esta realidad. Han venido invitados por Sara Ibergaray, la jefa de estudios. “Cuando empezamos el curso en septiembre, esto era territorio comanche. Venían de meses sin pisar las aulas, habían estado mucho tiempo en la calle, y muchos llegaron con los distintivos de las bandas y pronto empezaron los problemas”, explica. Ibergaray cuenta que ha visto a lo que parecían integrantes de las pandillas hacer el pasillo a los alumnos a la salida, es decir, se colocan a ambos lados e intimidan a los estudiantes mientras pasan entre ellos.

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Las bandas juveniles de este tipo se han extendido por Torrejón y algunos líderes son españoles. Chamakito, recientemente detenido, es vecino del instituto.

La composición del aula refleja la de todo el centro: diversidad de nacionalidades y diferentes realidades se mezclan en un mismo espacio.

―¿Alguna vez abusaron de ti?

Le toca responder a la chica. Para una mujer, pertenecer a una de esas bandas no es un camino de rosas. En realidad, no lo es para nadie.

―No. Hay un código por el que no se toca a la novia de un Trinitario [nombre de otra pandilla], pero ellos sí pueden tener varias chicas.

Su compañero añade con timidez ante la insistencia de ella:

―Yo llegué a tener hasta cinco novias.

Jessica y Kevin —nombres ficticios—, dominicana y ecuatoriano, responden con paciencia sobre su pasado en los Trinitarios y en los Latin King, respectivamente.

Kevin, con 35 años, enseña la cicatriz que le quedó después de que un miembro de una banda rival le atravesara la muñeca. “Yo mandaba en un chapter [capítulo, como llaman a los territorios] de 32 chavales. Si alguno no se reportaba, teníamos que darle el minuto de pared [una paliza entre varios]”, explica. Kevin cuenta cómo empezó todo: “En el colegio se metían conmigo y conocí a unos chicos en el parque que me empezaron a invitar a fiestas. Me llamó la atención cómo se protegían unos a otros. Pero había algunas fiestas a las que no podía ir. Ahí fue cuando les pedí ser un Latin King”. El expandillero conoció cómo se derrama la sangre: “Empecé a fumar bolsas de marihuana para poder dormir, no os hablo de las bolsitas que se compran, bolsas enteras. La sangre que se derrama en el parque se te queda en la cabeza”.

Kevin pisó cinco cárceles españolas. “Por agresiones y drogas”, cuenta sin dar más detalles.

Por su parte, Jessica, de 25 años, relata que conoció a su novio Trinitario en una matinée (discoteca de adolescentes) con 12 años: “Vi que era muy respetado, que los chicos le admiraban y yo quería eso”.

Las alumnas insisten con preguntas a Jessica sobre el papel que desempeñan las mujeres.

Preguntan porque conocen la experiencia reciente de una excompañera que ha coqueteado con este ambiente entre juvenil, violento y machista. Su madre, que la tuvo soltera, trabajadora en un supermercado, un día la pilló hablando por WhatsApp precisamente con Chamakito. “Comenzó a salir con miembros de los Dominican Don’t Play hace un año, cuando tenía 13”, recuerda la madre por teléfono. “Pasó de ser una niña normal, modosita, a ser agresiva y he tenido que denunciarla”. Su propia hija la ha agredido y ha debido pasar dos veces por un centro de menores con una orden judicial.

Varios alumnos siguen en directo la charla de los expandilleros. Otros lo hicieron por videoconferencia. KIKE PARA

Y es que también los padres carecen de información y de herramientas para combatir este problema. “Cada semana recibo a padres preocupados porque sus hijos están en las bandas”, reconoce Javier Castillo, portavoz del PSOE en la localidad. “La solución no pasa por la represión, sino por la concienciación, pero claro, eso no tiene un efecto tan inmediato. No puede ser que las tareas de formación y sensibilización dependan del esfuerzo de los docentes”, añade.

“¿Te trataban como a un cuero?”

La charla continúa. Una de las adolescentes le pregunta a Jessica:

―¿Te trataban como a un cuero?

Jessica se sorprende porque una alumna española haya empleado un término de su país que significa “puta”.

―Dejé el instituto con 16 [años]. Mi vida empezó a consistir en no dormir por las noches esperando que me dijeran que habían visto a mi novio con otra o que estaba en el hospital o en la cárcel. Cuando dejé el instituto, mis mañanas las pasaba bebiendo en casa de una amiga.

Jessica reconoce que guarda recuerdos amargos. “Me acuerdo de un hombre al que vi borracho a la puerta de una discoteca. Le quité todo lo que tenía. Con los años he vuelto a pensar en él, en lo poco que me importaba hacer daño a la gente”, reconoce.

La iniciativa del instituto de Torrejón no es nueva. Una de las formas de combatir la idealización que tienen los adolescentes de estos grupos es cambiar el lenguaje. Y, para ello, darles herramientas, respuestas a sus preguntas.

Mariah Oliver, antigua Latin Queen que también se ha puesto frente a los alumnos en otros institutos, apunta: “A los adolescentes no les sirve que les sermonees. Lo mejor es ir a hablar sin dramatismos y dejarles que pregunten, que no sientan que les vas a salvar”. Hoy es filóloga y una de las investigadoras del proyecto Transgang en Madrid, que lleva a cabo la Universidad Pompeu Fabra bajo la dirección de Carles Feixa. Oliver tiene un hueco para charlar antes de ir a una asociación en Villaverde. Llega a Príncipe Pío con su larga melena negra recogida en un moño y luce un pendiente en la nariz. Ella entra en la categoría de experta; atrás quedó La Madrina, como se le apodaba. Un pasado en el que incluso pisó la cárcel. Aquello sucedió en 2007. “Fui una de las primeras condenadas en España por pertenecer a este grupo. Sufrimos una sentencia ejemplarizante”, aclara. A prisión fue a visitarla precisamente Feixa. “Fue la primera vez que me escuchaban sin juzgarme”, reconoce Oliver.

Lo que ha funcionado es que tengan visibilidad, espacios de reunión, formación, tareas de mediación y, sobre todo, transición al mundo laboral. Ellos son los primeros que quieren abandonar la marginalidad
Carles Feixa

“A mí me resulta fácil hablar con ellos porque yo también pertenecí a ese mundo. Los chicos entran a la banda cada vez más jóvenes, con 11 años, porque no tienen nada más, no hay otros recursos para ellos. El grupo les ofrece cosas chulas”, explica. Feixa secunda esta opinión a través del teléfono: “Nosotros no somos quién para decirles lo que tienen o no que hacer, pero sí para responder a sus preguntas. El objetivo no es acabar con las bandas, sino con la violencia, que existe, pero que no es el 100% del problema”.

Para Feixa, la respuesta en España contra las bandas violentas en la última década se ha limitado a la parte punitiva en lugar de trabajar en la raíz del problema. El experto ha llegado a una conclusión, tras años de investigación: “Lo que ha funcionado es que tengan visibilidad, espacios de reunión, formación, tareas de mediación y, sobre todo, transición al mundo laboral. Ellos son los primeros que quieren abandonar la marginalidad”.

Ha sido una mañana de preguntas y respuestas para Jessica y Kevin. La clase termina y los alumnos les dedican un aplauso. Varias chicas se acercan a Jessica para hablar con ella en privado. Quizás, después de esa charla, los alumnos y alumnas del Instituto Isaac Peral hayan tomado conciencia en su interior de que la vida de un miembro de una de esas pandillas no es envidiable.

La mitad de los homicidios cometidos por menores

“Hace un rato ha pasado por aquí Cutico, de los Trinitarios”, señala Jonathan Sánchez, policía municipal de Torrejón, sentado en una cafetería de la plaza Mayor. “Hace dos semanas tuvimos que ir a su casa, que tiene un patio interior, porque estaban montando una fiesta por el fin del estado de alarma. La primera vez pararon, pero la segunda, recibieron a los compañeros con machetes”, cuenta. Para los agentes de la policía municipal de la localidad, los miembros de las bandas no son unos desconocidos. No llegó a haber enfrentamiento directo. El policía explica que tienen dos unidades fijas de vigilancia en la zona de las paradas de cercanías de Torrejón y en la del Soto. Sánchez advierte también de que las situaciones en las que se llega a la violencia no son tan comunes: “La mayoría son chavales que ni siquiera llevan armas encima cuando les cacheamos”. Aunque los enfrentamientos sean muy llamativos porque involucran machetes y a veces armas de fuego, los pocos datos disponibles apuntan que el poder y la violencia que generan las pandillas es relativamente reducido en la comunidad. La policía nacional tiene controlados a alrededor de 300 miembros “probados” en toda la región, un número que se mantiene en los últimos años, explican fuentes policiales. A su alrededor hay otros tantos en fase de “pruebas” o de “captación”. En la Brigada de Información de la Policía Nacional de Madrid existe un grupo de trabajo específicamente para bandas violentas desde principios de siglo. Estos agentes prefieren no dar mucha información porque, cuando lo hacen, notan que hay un “efecto llamada”. La Fiscalía advierte de una “cifra negra” cuando se habla de los delitos de este tipo de organizaciones por el “miedo y temor de las víctimas a sufrir represalias si formulan denuncias”. En su memoria anual de 2020, la Fiscalía de la Comunidad de Madrid resalta que, de los 20 homicidios juzgados cometidos por menores, la mitad estaban relacionados con pandillas violentas. “Lo que evidencia la continuidad de los enfrentamientos entre bandas juveniles rivales”, destaca el documento. En 2018, según los últimos datos disponibles, se juzgaron 33 delitos por parte de miembros de estas bandas, entre ellos, nueve intentos de homicidio y uno consumado. Según las estadísticas del ministerio público, la banda más activa son los Dominican Don’t Play, mientras que los Latin King y los Ñetas son los más inoperativos ahora mismo.

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