Madrid, estación invernal
En el día más duro de ‘Filomena’ los ciudadanos usan el metro como telesilla o para acudir a trabajos esenciales
La ciudad congelada ahí arriba, como un planeta lejano. En el subsuelo los viajeros cargan con esquís, palas, víveres, chaquetas de montaña, chubasqueros, bolsas de supermercado para los pies, muchas dosis de asombro y alguna de mal humor.
Nazaret ha pasado la noche sin pegar ojo en la T4, a la espera de que despegara su vuelo rumbo a Ámsterdam. AENA aseguraba que el aeropuerto se cerraba por Filomena, pero la compañía insistía en poner hora al embarque. Al final no des...
La ciudad congelada ahí arriba, como un planeta lejano. En el subsuelo los viajeros cargan con esquís, palas, víveres, chaquetas de montaña, chubasqueros, bolsas de supermercado para los pies, muchas dosis de asombro y alguna de mal humor.
Nazaret ha pasado la noche sin pegar ojo en la T4, a la espera de que despegara su vuelo rumbo a Ámsterdam. AENA aseguraba que el aeropuerto se cerraba por Filomena, pero la compañía insistía en poner hora al embarque. Al final no despegó, como era previsible, y a ella le ha tocado arrastrar dos maletas turquesas por el Metro de Madrid hasta salir por la boca de la estación de Alonso Cano, cerca de donde vive su hermana. En la calle deja a su paso dos surcos en la nieve.
“Había familias con niños pequeños que lo han pasado un poco mal. Colas kilométricas para los hoteles de los alrededores de Barajas”, cuenta Nazaret, empleada de una empresa de tecnología de la información en Holanda.
El metro se convirtió en el único medio de transporte durante el temporal, que ha paralizado la ciudad de Madrid por completo. La gente se subía en una estación cercana a su casa y aparecía en otro lado de la ciudad como dentro de un sistema de tubos neumáticos. Algunos se asoman a la superficie a hacer turismo. Fátima y Sergio, una pareja aficionada a la escalada, visten como si estuvieran en Sierra Nevada. Se han subido en Avenida de América y planean llegar hasta Sol, donde van a sacarse unas fotos. “Haremos el angelito”, apunta ella.
La gente también quiere divertirse. La Castellana se convierte en una estación de esquí improvisada. Se lanzan paseo abajo y cuando llegan a Atocha cogen el metro de remonte, para que los deje de nuevo en la cima, en plaza de Castilla. El abono actúa de fortfait.
Las avenidas se llenan de muñecos de nieve. Los vecinos limpian sus balcones para que no cedan por el hielo. Hay cola en las pocas tiendas que abren. Gonzalo y Marta, un matrimonio ecuatoriano, ha dormido en la tahona que regentan. El temporal no les dejaba volver a casa. Son los únicos que venden pan en todo el barrio de Chamberí. “Me llaman bares con grandes pedidos, pero no puedo abastecerles. Me debo a los clientes de siempre”, dicen.
Los traslados se hacen eternos, salvo que seas Alberto Tomba... o cojas el metro. David Avelard, hondureño de 42 años, bendice estar subido en un vagón de la línea 2: “El metro me salvó”.
Palabras sencillas, pero sentidas. “Soy poético, me salen las cosas del corazón”. Avelard cuida ancianos. A primera hora viajó a un barrio de Madrid para ayudar a un señor de 92 años que vive solo. Después se volvió a subir al metro y se plantó en Islas Filipinas, donde fue a duchar y cambiar a Julita, una señora de 99 años que en julio cumple 100. El cabecero de la cama de la mujer lo preside un tríptico de imágenes católicas. Cerca, una fotografía del papa Juan XXIII.
A Julita se le iluminan los ojos cuando ve entrar por la puerta al cuidador:
—¡Qué alegría me das!
Cuando está contenta Julita, superviviente del coronavirus, canta canciones compuestas por Agustín Lara. Pero hoy está melancólica. Desde su ventana puede ver la nieve posada como un manto. Un rato antes, debajo de su casa, las monjas de un convento cercano han hecho un muñeco y se han revolcado por la nieve con el hábito. Si Julita lo vio, seguro que le hizo gracia.
Hay gente con palas por todas partes y no son enterradores ni asesinos. Flavio y Roberto llevan una. Nuevísima. Tiene hasta el precio puesto, 5,25 euros. La acaban de comprar en un bazar. Van derechos a su peluquería, Flavio Hair Couture. El frontal del negocio es todo de cristal. Temen que la nieve se derrita y se cuele en forma de agua por debajo y levante el parqué. Flavio lleva unas bolsas de basura en las piernas sujetas por cinta aislante.
Vuelta al metro. Más conversaciones sueltas en un día diferente. “El coronavirus ha sido bueno, he tenido mucho trabajo”. “Papá, aprende a gastar solo lo que ingresas. Ni un duro más”. Y más tarde: “Atención, estación en curva. Tenga cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”. Fin del trayecto.