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Segismundo, “señor feudal” de Sargadelos

Los sindicatos advierten sobre un nuevo “cierre en falso”, por parte de la Xunta, de las crisis que desata el empresario que reflotó la marca cerámica, icono de Galicia, cada vez que Inspección de Trabajo visita la fábrica

Cuentan en Sargadelos que Segismundo García, amo de la marca cerámica con el 93% de las acciones, se pasea “en zapatillas” por la fábrica de Cervo (Lugo). Una costumbre con la que deja claro, entiende el personal, que aquella es su casa, el lugar donde se siente cómodo, en el que lo decide todo y —como dice aquel anuncio de una mueblería sueca— ha fundado una “república independiente” donde no acepta intromisiones. Nada parece molestar más a este empresario na...

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Cuentan en Sargadelos que Segismundo García, amo de la marca cerámica con el 93% de las acciones, se pasea “en zapatillas” por la fábrica de Cervo (Lugo). Una costumbre con la que deja claro, entiende el personal, que aquella es su casa, el lugar donde se siente cómodo, en el que lo decide todo y —como dice aquel anuncio de una mueblería sueca— ha fundado una “república independiente” donde no acepta intromisiones. Nada parece molestar más a este empresario nacido en A Pontenova (Lugo) hace 73 años que las leyes laborales “abundantísimas” y “contradictorias”, critica, y las injerencias en su forma de gobernar aquello de lo que se sabe dueño, ya sean protagonizadas por inspectores de trabajo, por políticos o por sindicalistas. Él, como recuerda siempre, asumió una empresa en concurso de acreedores, la reflotó, la diversificó, la relanzó hasta volver a obtener beneficios, la posicionó en mercados internacionales. Pero en ese viaje que lo apasionó desde que tomó las riendas en 2014 se ha convertido en “un señor feudal total”, describe Xorxe Caldeiro, secretario de la CIG (Confederación Intersindical Galega) en la comarca de A Mariña.

Caldeiro, al igual que José Antonio Zan, representante de CC OO en este territorio del norte de Lugo, ha acudido cada día a acompañar a los 86 trabajadores, la inmensa mayoría trabajadoras, del departamento de producción de la fábrica de Cervo que desde finales de noviembre no podían entrar por lo que Zan resume como el “capricho” de un “niño pequeño de más de 70 años”. En abril, la visita a la fábrica de porcelana de una inspectora de Trabajo para comprobar la exposición al polvo de sílice cristalino —por haber dos trabajadoras con silicosis—, desató la ira del dueño, que decretó una semana de vacaciones para el personal. Tras la intervención de la Xunta, que negoció con García y llegó a un acuerdo que los sindicatos califican de “opaco”, la planta retomó la actividad. Pero, vencido el plazo dado para las obras destinadas a resolver los problemas de seguridad y salud (sin haberse llevado a cabo), el 27 de noviembre varios inspectores se presentaron en esta factoría declarada Bien de Interés Cultural (BIC). Entraron vestidos con monos EPI y mascarilla. “Como astronautas”, describió García, sembrando la “alarma” entre el personal.

Y su reacción ante esta “inconcebible actuación” de los funcionarios fue mucho más allá que en abril. Mandó salir a la plantilla, planteó un ERTE por medio mes y dimitió de su cargo de CEO. Se lo notificó a la Xunta y al juzgado mercantil, es decir, a la Administración, a los políticos y a los jueces, colectivos en los que, según repite en los artículos de opinión que escribe para el diario lucense El Progreso, no confía. Ante este nuevo pulso, el presidente del Gobierno gallego, Alfonso Rueda, le advirtió de que la Xunta intervendría si los empleados no volvían al trabajo y rechazó el ERTE por “incongruente” e “irregular”.

El empresario replicó responsabilizando a la Administración gallega de la situación. Recordó a Rueda que tras las negociaciones que zanjaron la crisis de primavera la Xunta se había comprometido a facilitar y participar en las obras (como la instalación de sistemas de ventilación y extracción) del BIC y no había cumplido. El martes pasado, y después de que Segismundo García lo anunciase en su enésimo comunicado a los medios, las trabajadoras pudieron volver a entrar en la fábrica y al día siguiente cobraron la nómina, que había quedado en suspenso, según el propietario de la firma, por falta de CEO. Los sindicatos sospechaban ya en abril que aquel acuerdo había sido “un cierre en falso” y ahora avisan de lo mismo. “No sabemos cuánto tardará en caer la próxima pataleta”, advierte Zan, “es la misma payasada del mismo circo, que continúa. Este match ball, igual que el de abril, es otra patada hacia adelante".

“Este no es el último capítulo; volvemos a la casilla de salida”, juzga en la misma línea Xorxe Caldeiro, “la manera de actuar de este señor es inexplicable. Sabe que tiene un as en la manga, juega con el valor sentimental, histórico y cultural de la marca y arriesga y amenaza para conseguir salirse con la suya”. “Su inteligencia animal se ha convertido en algo grotesco, se dedica a chotearse de todos y ya cansa, cuesta tomárselo en serio”, reprocha el portavoz de la CIG. “Es una obscenidad que una empresa que va bien ponga en riesgo a sus trabajadores, a los que además usa como escudo y como rehenes”, dice, en su guerra con las autoridades.

Sobre su biografía y su camino hacia Sargadelos, la joya de sus posesiones, el empresario prefiere no decir nada cuando le pregunta EL PAÍS: “Ni falta que hace que se sepa mucho”, responde. Segismundo García Rodríguez, formado como periodista y dotado para la escritura —que ejecuta con lenguaje preciso y punzante a través de esas columnas que utiliza, cuando cree conveniente, para hablar de lo suyo—, acabó siguiendo y agrandando la senda abierta por su familia, con comercio en A Pontenova. Casado y sin descendencia, se instaló en Ribadeo y montó una cadena de droguerías, las llamadas Tiver o Tiendas Verdes, en pueblos del norte de Lugo y el occidente asturiano. Posee el hotel restaurante Voar, con 42 habitaciones y tres estrellas, donde el propietario (que alguna vez se ha definido como liberal y progresista) organiza un foro de debate con personajes y políticos españoles de todo color.

Al Voar de Ribadeo ha invitado, en distintas ediciones y entre otros, a Carmena y a Díaz Ayuso, a Mario Conde y a Juan Luis Cebrián, a José Blanco y a Espinosa de los Monteros, a Errejón y a Feijóo. A la pareja de este último, Eva Cárdenas, la fichó además en 2020 como asesora de su marca cerámica cuando ella ya no trabajaba para Inditex. Esto le valió la salida de los representantes de la Xunta del PP del patronato de Sargadelos, que se excusaron en las posibles “malas interpretaciones” y “usos torticeros” que haría la oposición si seguían dentro.

Poco a poco, mientras agrandaba su fortuna con los negocios propios, Segismundo García fue comprando paquetes de acciones de Sargadelos, y la intervención de este empresario abrupto (aunque con olfato y una energía que hoy ya no es tanta) fue clave para rescatar de la agonía y la quiebra este símbolo de Galicia impulsado en los 60 por los intelectuales y artistas Isaac Díaz Pardo y Luis Seoane. Pero no fue la salvación de la marca, icono cultural, las colaboraciones con famosos o la apertura de nuevas tiendas lo que le dio notoriedad. Por lo que se le conoce más en Galicia es por su controvertida forma de mandar en casa: sus choques con los representantes de la plantilla, los asuntos judiciales que no acabaron a su gusto, su guerra con una inspectora de Trabajo a la que incluso afeó con sarcasmo su “negligencia o gandulería” por no ver deficiencias en la fábrica que él sí ve cada día.

Entre su fábrica de Cervo y la de O Castro (Sada, A Coruña) Sargadelos suma más de 240 empleados, el 80% mujeres, pero no tiene comité de empresa ni delegados sindicales porque nadie se presentó ya en las últimas elecciones. “Venturosamente en Sargadelos nos hemos librado de tal lacra”, comentaba García sobre los sindicalistas en un comunicado enviado a los medios el pasado lunes.

Era el penúltimo escrito lanzado desde su despacho en esta nueva crisis, después de los de la semana anterior en los que anunció el ERTE y su dimisión como CEO además de criticar el “engreimiento”, “altanería” y “chulería” de Inspección de Trabajo. “La propiedad de una empresa es de su dueño”, recordaba en la misiva del lunes, “la autoridad laboral, los políticos y los sindicalistas ejercen un desmedido poder” sin arriesgar “ni su patrimonio ni su salud”. “En nuestra era, la mayoría de los gestores son contratados. De ahí su apego al exceso de normativa y a la connivencia con el poder establecido aunque perjudique a su empresa”, proseguía explicándose. “Si ahora la Xunta insta a continuar la actividad, alguien miente o exagera”.

“Es buena pauta empresarial no aferrarse en exceso ni a la propiedad ni al dinero”, reflexionaba también. “Entre tanto, habrá que ir tirando (aunque a nosotros nos guste más ir recogiendo)“, ironizaba. En esa nota de prensa Segismundo ya daba a entender que Sargadelos volvería a producir platos, figuras y regalos para llegar a tiempo a esta Navidad si así la Xunta lo consideraba, pero concluía con una advertencia: ”Las reformas que exige la inspección están sin hacer y no entra en los planes de esta compañía acometerlas a corto plazo".

Hay una vieja frase en un muro de la fábrica lucense que el dueño trajo alguna vez a colación en sus columnas: “Nadie es más que nadie, pero cualquiera puede ser alguien. No hay que fiarse”. En sus comunicados y en sus artículos carga con insistencia contra la “clase dominante” y su “exceso de normativa que atenaza la libertad de emprendimiento, de movimiento y hasta de expresión”, algo que en determinados foros de opinión y redes sociales cosechaba aplausos cuando lo dijo en abril. “No debe extrañarnos que los gobiernos cada vez sean más entrometidos en nuestras vidas. Pretenden controlarlo todo, reglamentar cualquier actividad, intervenir hasta en nuestros pensamientos, decidir sobre nuestra libertad”.

“Los gerentes no aguantan, los abogados tampoco. Despide a la brava, pierde en los tribunales y acaba pagando por despidos improcedentes, las indemnizaciones más altas. Pisotea a todo el mundo y nadie hace nada”, lamenta Caldeiro, que ha ido cada día, durante el ERTE imaginario, a las siete de la mañana para apoyar a las trabajadoras que cumplían (esperando en la calle) con su jornada laboral. “La plantilla está fatal, abandonada y atemorizada”, recalca. Antes Sargadelos era “una empresa de ambiente respetuoso y familiar”, describe. Ahora, compara el sindicalista, “nadie puede tener estabilidad emocional, y no por las barbaridades que va soltando el dueño a mujeres y hombres, sino porque el sustento de los hijos depende de sus locuras y arrebatos”.

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