La madre de Desirée Leal, acusada de su asesinato, pidió a su familia que hiciera fotos de la niña muerta
Los sanitarios afirman que Ana Sandamil “tenía consciencia plena” la mañana después de matar a su hija mientras dormían juntas
Desirée era una niña “con mamitis”, y entre ella y la mujer que la trajo al mundo (y la arrancó de él) había “una relación preciosa”. Uno tras otro, los parientes y amigos de la familia de Ana Sandamil, que se juega la prisión permanente revisable por la muerte el 3 de mayo de 2019 de su hija de siete años, han construido en la segunda sesión del juicio en la Audiencia de Lugo el retrato de una persona ...
Desirée era una niña “con mamitis”, y entre ella y la mujer que la trajo al mundo (y la arrancó de él) había “una relación preciosa”. Uno tras otro, los parientes y amigos de la familia de Ana Sandamil, que se juega la prisión permanente revisable por la muerte el 3 de mayo de 2019 de su hija de siete años, han construido en la segunda sesión del juicio en la Audiencia de Lugo el retrato de una persona “cariñosa, buena, tranquila, dulce, un sol”. Una madre “ejemplar”, volcada en una cría de la que era “inseparable” y a la que “quería con locura”. La mayoría de estos testigos de parte también han abonado la estrategia de la defensa, que pretende la libre absolución presentando a Sandamil como una enferma mental que asfixió a su pequeña presa de un brote psicótico. Aunque en su historial clínico no figuraba ningún diagnóstico previo en ese sentido, algunos familiares han dicho en la sala que su madre quería “buscarle un médico” por la manía persecutoria, las obsesiones y los ruidos inexistentes que escuchaba. La supuesta asesina de Desirée habría llegado a ir a un curandero antes del crimen.
Sin embargo, el médico y la enfermera que acudieron a la llamada de emergencias aquella mañana en Muimenta (Cospeito, Lugo) para atender a Sandamil tras su supuesto intento de suicidio —al saber que la niña estaba efectivamente muerta— han asegurado este martes que, cuando llegaron a la casa, la mujer tenía un “nivel de consciencia plena”. La suerte de la acusada, de 45 años, que a lo largo de esta semana y comienzos de la que viene será enjuiciada por un tribunal popular, depende de lo claro que pueda quedar, o no, si mató a su hija sin saber lo que hacía o si el crimen fue un “macabro plan”, como defienden las tres acusaciones.
Y entre otros detalles este martes se ha sabido, porque así lo han relatado un tío y una tía de la acusada, que en el hospital de Lugo en el que fue ingresada tras haber ingerido (e inmediatamente vomitado) un blíster de pastillas, presuntamente para quitarse la vida, la madre pidió con “insistencia” asistir al entierro de su hija. Según estos parientes, ella no sabía o no quería creer que Desirée hubiese fallecido, y entonces le pidió al abuelo materno de la víctima que le hiciese fotos al cadáver antes del sepelio.
Varios testigos han asegurado que tras su hospitalización, en la que estuvo bajo el efecto de sedantes, la madre parecía no ser consciente de que su pequeña estuviese muerta y que incluso pedía “volver a casa” con ella. No obstante, en su declaración del lunes, la acusada contó que cuando se intentó suicidar, en la mañana del 3 de mayo, fue porque si Desirée había muerto aquella noche, su vida ya no tenía sentido. En la misma línea, la pareja actual de Sandamil ha recordado este martes que cuando la vio en el hospital después de la muerte de la niña la acusada le dijo: “Se terminó todo”.
La trazodona y el matarratas
Mientras estuvo hospitalizada y antes de que la jueza dictase para ella prisión provisional (actualmente continúa en la cárcel coruñesa de Teixeiro), también comentó a sus allegados que se debía “investigar lo que había en las botellas” de la casa. Entre las pruebas que el día de los hechos se llevó la Policía Judicial de la Guardia Civil (ropa manchada de sangre y salpicaduras de fármaco) figuraba una botella que contenía trazodona (un antidepresivo que en realidad se receta muchas veces para dormir) disuelta en agua.
Esta misma sustancia fue detectada en el laboratorio en las prendas y el cuerpo de la niña. Tras el suceso, la madre atribuyó la muerte a una ingesta accidental por parte de la menor de ese brebaje que la adulta había preparado días antes para suicidarse. “Yo no hice nada”, se defendió la madre cuando llegó uno de sus tíos a la casa tras el suceso, como si la niña se hubiera intoxicado sola. La fiscal, la acusación particular (que ejerce el padre de la víctima y expareja de Sandamil) y la popular (Fundación Amigos de Galicia) están convencidos de que la mezcla estaba destinada desde un principio para Desirée. Esto sitúa a la acusada en el escenario de la premeditación y lejos de cualquier suerte de enajenación transitoria.
La trazodona, para la acusación, pudo ser el plan b después de un plan a en el que se enmarcan las búsquedas en Google acerca del veneno estricnina, que quedaron registradas días antes en los dispositivos móviles de Ana Sandamil. El lunes ella achacó esos rastreos sobre información del raticida a su tío Cirilo, agricultor y ganadero. Y este martes por la mañana el interesado ha apuntalado con vaguedades la misma versión. Como no se aclaraba, ha llegado a terciar la magistrada que preside el tribunal del jurado para despejar sus contradicciones.
El tío ha explicado que tiene una granja desde hace 20 años, ha reconocido que compra los productos en comerciales agrícolas, pero luego ha dicho que a veces, en la cocina de la casa que habitaban la acusada, la víctima y la abuela materna, usaba la tableta de Sandamil. “Me gusta mirar cosas en internet”, ha asegurado. La estricnina, ha proseguido, “ahora no se puede comprar, está prohibida” (en la UE, desde 2006). “¿Y aunque está prohibida, usted la buscaba por internet?”, le ha reprochado la jueza. “Mirar no está prohibido. Puedo mirar por curiosidad”, ha zanjado el pariente de la acusada.
La pequeña presentaba heridas en las comisuras de los labios y en el paladar, y bajo las uñas de su cadáver fueron hallados restos de sangre de Ana Sandamil, lo que indica que luchó por su vida cuando fue atacada en la oscuridad de la noche, en la cama que compartían madre e hija. Los investigadores sospechan que la progenitora trató, sin éxito, de intoxicarla con la trazodona (el plan b) y como no logró que su hija bebiese la cantidad necesaria trató de estrangularla y acabó matándola por asfixia mecánica, tapándole la boca y la nariz.
Memoria para los números
Aquella mañana del 3 de mayo llegaron a la casa dos servicios médicos distintos. Uno cerca de las nueve, tras la llamada de socorro de la abuela María Novo tras descubrir que su nieta estaba muerta. Y otro sobre las once, cuando de nuevo telefonearon por el intento autolítico de la madre de Desirée. Una de las sanitarias que acudió en la primera ambulancia ha contado que al llegar le sorprendió que Ana Sandamil estuviese “arreglada, con pantalón de cuero y zapatos de plataforma”. Asegura que lo habitual, en situaciones de emergencia, es encontrarse a las personas “en pijama”. Pero el pijama de Sandamil, que no estaba a la vista, tenía manchas de sangre cuando fue recogido debajo de la cama, como prueba, por la Guardia Civil.
Esta sanitaria también fue quien notó, durante las inútiles maniobras de reanimación practicadas a Desirée, que la niña tenía sangre bajo las uñas y en las manos. Eran manchas “barridas”, ha descrito, como si alguien las hubiera querido “limpiar”. Al abrirle la boca, además, vio “heridas en las comisuras y en el paladar”. Más tarde, al recoger el instrumental, descubrió una zapatilla deportiva y un calcetín con sangre, además de una mancha en el suelo y en los extremos de la almohada.
A esta testigo también le llamó la atención que Sandamil se supiese de memoria el número de la tarjeta sanitaria, “algo que no todo el mundo se sabe”, ha apuntado. Esta capacidad de recordar denota un estado consciente que concuerda con el relato de los profesionales que llegaron a las once de la mañana. El médico que trabajaba aquel día en el puesto de salud de Muimenta aseguró que, en la escala que manejan ellos, Sandamil presentaba un “grado 15″ en ese momento posterior al intento de suicidio: es decir, “tenía un nivel de consciencia plena, ninguna alteración”. Se movía, “hablaba y razonaba correctamente”.