Galicia es mujer
El 18-F coincide con la fiesta del Entroido (Carnaval), celebración ritual de un nuevo tiempo. Con los servicios públicos y la demografía en cuarto menguante, la economía varada y un rebrote en emigración, el voto femenino puede ser decisivo
Pase lo que pase, será el mar quien diga la última palabra. Ese puñado decisivo de votos, del que todo el mundo habla, si está en algún lado, está en la Galicia orillera de las rías y en la nación del acantilado. La participación del país anfibio. Más allá de las leyendas, el gran mito compartido de Galicia, la “fundadora”, es una mujer real, Rosalía de Castro. La que fue por delante. Feminista, ecologista, solidaria. Las mujeres son hoy vanguardia social y cultural en Galicia. En un contexto de país menguante, en los servicios públicos y en la demografía, con un varamiento en la economía y el...
Pase lo que pase, será el mar quien diga la última palabra. Ese puñado decisivo de votos, del que todo el mundo habla, si está en algún lado, está en la Galicia orillera de las rías y en la nación del acantilado. La participación del país anfibio. Más allá de las leyendas, el gran mito compartido de Galicia, la “fundadora”, es una mujer real, Rosalía de Castro. La que fue por delante. Feminista, ecologista, solidaria. Las mujeres son hoy vanguardia social y cultural en Galicia. En un contexto de país menguante, en los servicios públicos y en la demografía, con un varamiento en la economía y el rebrote de emigración en gente joven, el voto femenino puede ser decisivo para un cambio. Las elecciones gallegas coinciden con la gran fiesta tradicional del Entroido (Carnaval). Entroido significa entrada en un nuevo tiempo. Parece casi imposible, pero, ¿habrá, con el voto democrático, una revolución de Entroido?
La centinela del mar
Llevan desde vísperas de Navidad sin poder trabajar. El marisco está muerto y el horizonte, enfermo. Pero María Porto, 44 años, mariscadora de Carril, en la ría de Arousa, está siempre en la orilla. En la del mar y en la de la vida. Las mujeres mariscadoras son una vanguardia social en Galicia. Y unas resistentes, como las campesinas. ¿Cómo no van a ser resistentes? Nunca saben lo que va a pasar al día siguiente. Una compañía eléctrica decide abrir la presa en pleno invierno, y lo hace siempre sin avisar, en lo mejor de la campaña. Los bivalvos, el berberecho y las almejas, mueren por la riada de agua dulce. O una empresa aprovecha esa riada, o la oscuridad de la noche, para echar sus residuos al mar. U otra empresa, esta vez minera, una explotación a cielo abierto, también suelta su mierda aprovechando la confusión de las aguas.
María Porto es nieta e hija de mariscadoras. Su madre comenzó a los nueve años. Ella también echaba una mano cuando era muy joven. Tuvo su primera hija a los 19 años y se puso a trabajar de limpiadora en un colegio. Y otros trabajos para sostener la familia, como cantar los fines de semana en un hotel de Sanxenxo (Pontevedra). Hay canciones que siempre la acompañan. La mítica Negra sombra, la del poema de Rosalía de Castro, o Laurindinha, de Dulce Pontes. Pero cuando faena en el mar no lleva cascos, como ya hacen muchas jóvenes. “En el mar hay que estar con todos los sentidos”.
Volvió al marisqueo con esperanza. “Es un trabajo duro, pero me gusta”. Es impactante ver a las mariscadoras faenando casi sumergidas, como seres anfibios. “Hay muchas enfermedades profesionales, lo que pasa es que no te las reconocen. Artrosis, lumbalgias, el túnel carpiano… Yo tengo una epicondilitis crónica, noto el dolor en el codo, pero me voy acostumbrando”. Ríe: “Le llaman codo de tenista, ¡pero lo mío no es el tenis!”.
Desde hace cuatro años preside la asociación de mariscadoras. Ahora está desolada. No han podido trabajar desde el 20 de diciembre. Los bancos de marisco de Carril amanecieron como cementerios. “La Navidad es nuestra mejor época; ganamos para resistir todo el invierno. Nos quedamos de piedra. Demasiados golpes. Ya habíamos tenido otro parón, en verano”. Atribuyen este mal, como causa principal, al desagüe incontrolado de presas hidroeléctricas en el río Ulla en días de temporal y que provocan una desmesura de agua dulce en la ría. “Nunca avisan. Hemos intentado hablar con las empresas, pero no responden. Es la ley del más fuerte. Hemos denunciado a Aguas de Galicia, pero nada”.
—¿Y la Xunta?
— En plena campaña electoral, el 5 de enero, después de que nos manifestáramos en Santiago, anunciaron una ayuda de 550 euros para cada mariscadora. ¿Sabes qué nombre tiene eso en gallego? Esmola (limosna). No queremos esmolas, queremos trabajo. Lo que hay que hacer es regenerar la ría. Nosotras sembramos, ponemos 660 euros al año para semillas, pero luego se muere. Controlar los desencoros (desagües), la contaminación, recuperar los lombos, los bancos de la desembocadura. La gente del mar podría hacer ese trabajo.
En el año 2001 había en la ría de Arousa 2.631 mariscadoras con permex (autorizaciones). En el 2022, ya eran mil menos, 1.613. “Aquí, en Carril, ya solo quedamos unas supervivientes, 70 mariscadoras de a pie. Pero de ese bastión de mariscadoras, ¡vive mucha gente, eh! Los vendedores, la hostelería, los comercios…Yo creo que quieren acabar con esto, con la pesca y el marisqueo artesanal, y que quede la acuicultura industrial y privada. No se me ocurre otra explicación”.
María Porto podría ser el rostro de la mujer anónima que pintó Isaac Díaz Pardo, la que llevaba en la cabeza todas las cosas necesarias para la vida. Sabe lo que se podría hacer. Lo piensa cada día. La ría da de todo. También da que pensar.
―No hay fábrica comparable a la ría. La riqueza, los puestos de trabajo, el medio ambiente para vivir. ¿Quién puede inventar algo mejor?
A veces, piensa en decir adiós a todo esto. “Pero me da rabia decir que abandono el barco. Seguiré luchando. Y ojalá haya un cambio”.
De los de la Boina a los del Birrete
En la conversación política convencional, la condición de Galicia como “feudo conservador” se acepta como un axioma. Esa era la idea populista de Fraga: una fuerza política geológica, que se confundiera con el paisaje y el paisanaje. A él, la etiqueta de “populista” no le molestaba nada. “Populista viene de pueblo. ¿Y a quién no le gusta el pueblo? ¿A usted no le gusta el pueblo?”, me dijo en una entrevista, cuando ya era presidente de la Xunta. Lo había empujado a Galicia ese personaje clave en todo esto y más: José Manuel Romay Beccaría. Para llegar al poder, se había producido una metamorfosis. Como se dijo de los suevos, la derecha había tenido que enterrar la espada y empuñar el arado. Y ha gobernado con mayoría absoluta, salvo dos períodos de excepción. Pero en el cómputo global, en la mayoría de los comicios, es mayoría la suma de votos progresistas. La fragmentación de la izquierda gallega ha facilitado el paso a la maquinaria pesada popular.
A las izquierdas, en Galicia, les ha pasado lo que decía Curzio Malaparte de los escritores contemporáneos: “No se leen entre sí, se vigilan”. Pero tampoco es cierta la estampa de una unidad pastoril de la derecha en Galicia. Hubo dos momentos de grave crisis. Primero, en los años ochenta, con la rebelión de Xosé Luis Barreiro. Cuando Barreiro buscaba adeptos a su causa, se entrevistó con el alcalde de Porriño, el peso pesado [José Manuel] Barros, y este le dijo lloroso: “Yo no tengo huevos. ¡El que los tiene es Pepe Cuiña!”. Xosé Cuiña, conocido como el Caudillo del Deza, no se sumó a aquella rebelión, pero se erigió en líder del llamado sector de la Boina, confrontado con el de los Birretes. Simplificando, el bando del “pueblo llano”, con líderes hechos a sí mismos, galleguistas, y el bando de los “señoritos” urbanos, y neocentralistas al estilo Aznar. Los nacidos para mandar. La lucha entre Boinas y Birretes no fue una broma. El Partido Popular estuvo a punto de estallar. Durante la crisis del Prestige, Cuiña, que era vicepresidente y delfín de Fraga, fue defenestrado. El PP perdió el poder en las urnas. Fue la hora del bipartito, la coalición de los socialistas con el BNG, en un tiempo en que hablar de “Gobierno de coalición” en España, y con nacionalistas “periféricos”, era mentar la bicha. Galicia estaba siendo un laboratorio. A la derecha y a la izquierda. La caída en desgracia de Cuiña no significaba la desbanda de la Boina. Era una facción fuerte. Y aquí reaparece de nuevo Romay Beccaría. ¿Por qué este viaje a la prehistoria? Conocido en confianza como El Obispo, numerario del Opus, hombre muy culto, con pecaminosa pasión por los autores liberales, Romay era el gran padrino de los Birretes. El dedo que designó a Mariano Rajoy. Y el que se fijó en un joven llamado Alberto Núñez Feijóo. “Es un fenómeno”, le dijo a Cascos: lo nombraron director de Correos. “Chicos como Feijóo no aparecen todos los días, a mí me apareció y yo por lo menos no lo estropeé”, recordaba Romay en 2022. ¿Por qué líder en Galicia y candidato a la Xunta? “Yo no podía aspirar a ser presidente”. Con él era “más fácil” someter a los de la Boina. Y Feijóo cumplió esa misión. Ya sin Cuiña, domados e integrados los de la Boina, el bipartito progresista fue desalojado por un puñado de votos, en la primera campaña “trumpista”, la gallega del 2009. Un bombardeo de fake news, comenzando por la de la “imposición” lingüística. El PP de Galicia, B&B (Boinas y Birretes), populismo de élites, entraba de lleno en una nueva fase. Galicia entraba en una nueva fase que el profesor Albino Prada bautizó como “neoliberalismo provinciano”.
La ley de especies picantes
Romay Beccaría, mentor de Feijóo, es uno de los grandes anfibios en la transición de la dictadura a la democracia. El hombre que lo sabe todo, también los misterios de la Gürtel y la financiación del PP: se pasó dos años encerrado en el despacho que fue de Bárcenas, repasando papel a papel. Cada año, por Navidades, en el Congreso regalaba un libro a todos los parlamentarios. Uno de esos libros fue La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper. Como discípulo, lo razonable es que Feijóo lo tuviese de libro de cabecera. Popper tenía una mirada crítica hacia la deriva sensacionalista en los medios, en lo que denominaba con ironía “la ley de especies picantes”. Para mantener la atención, cada día hay que aumentar la dosis. Cada día, las palabras tienen que picar más, y Feijóo se ha vuelto un adicto al picante. La alternativa al PP no era una potencial coalición entre BNG, los socialistas y, tal vez, Sumar. No. Ese era un espejismo, un señuelo. Lo que se decidía el 18-F sería si triunfaba o no “el modelo Sánchez”. Esa primera intervención de Feijóo en la campaña, el 2 de febrero, en Pedrafita do Cebreiro, entrada en Galicia del Camino de Santiago, dijo: “Galicia no necesita un Puigdemont con otro nombre”. ¡Más picante!
El ‘caucus’ de Feijóo
La ley de especies picantes se intensificó en vísperas de las autonómicas gallegas. “España no va a amnistiar al PSOE”. Galicia era un factor subalterno en las elecciones gallegas, planteadas como una especie de caucus a favor de Feijóo y “un primer golpe a un Gobierno nefasto”. Por lo visto, quienes diseñaron la campaña en ningún momento debieron de considerar que esta estrategia podía tener un efecto bumerán. En lugar de candidato principal, Rueda parecía un sparring al servicio del campeón Feijóo. Y como a veces ocurre en los preámbulos del boxeo, se fueron calentando las bocas. El dilema era “o Waterloo o Galicia”. Estaban a punto de comparecer en campaña los agentes de Vladímir Putin cuando se produjo el extraño giro.
¿Qué pasó en el ecuador de la campaña? En la ya célebre comida-mitin de Sarria, el 10 de febrero, parece que se había acabado el pimentón Puigdemont. “Claro que estamos a favor de la reconciliación”, dijo Feijóo sobre Cataluña. “Galicia es mucho más que Sánchez. Estas elecciones van de nuestro pueblo”, remachó. No sé si es un dato decisivo, pero es muy probable que Feijóo, con casa en Coruña, visitase estos días a Romay Beccaría. El último libro que estaba leyendo era La búsqueda de la felicidad, de Victoria Camps.
La campaña de la Santa Compaña
La Santa Compaña ha estado presente de forma indirecta en la campaña. Durante el único debate al que acudió, el celebrado en la TVG el 5 de febrero, Rueda presentó como punto estelar de su programa ampliar las bonificaciones del impuesto de sucesión a los parientes “colaterales” del difunto, incluidos los cuñados. Es una visión muy integradora y transversal de la Santa Compaña, en clave tributaria. Ni paro, ni sanidad, ni educación, ni vivienda. ¡Los difuntos y los colaterales! Juan Manuel de Montenegro, el gran personaje de Valle-Inclán en las Comedias bárbaras, una versión montaraz de Bradomín, mantiene la altivez cuando se encuentra en la noche con la Santa Compaña en medio de un camino: “¿Sois voces de otro mundo, sois almas en pena o sois hijos de puta?”. Por ahora, nadie imagina a Montenegro diciendo: “¡Me gusta la fruta!”. Sí que aparece en el vídeo de campaña de Alfonso Rueda: “Galicia non para”. El candidato conduce un autobús y va recogiendo viajeros. Uno de los que pretende subir es Puigdemont; Rueda lo deja a la intemperie, bajo la lluvia. Hay que ver cómo la imaginación abre paso a la inesperada realidad. Sigamos en el bus. Una de las cosas que los animados pasajeros pueden ver por la ventanilla es un tenderete con un gran letrero o pancarta en la que se lee: Me gusta la fruta (sic). Rueda sonríe. Como quien dice: ¡Son votos!
El ‘doppelgänger’
Feijóo, por fin, se centró. El martes 13, con tres imágenes de sí mismo saludando en un mitin, lanzó este mensaje en las redes: “El mejor presidente para Galicia”. Cierto que aparecía una petición para Rueda. Pero a esas alturas, ya todo el mundo había identificado a Rueda como un heterónimo de Feijóo. O más bien un doppelgänger, el doble fantasmagórico de una persona viva. En tiempos de la Restauración, el paso de un joven político a Madrid se llamaba “el salto del tigre”. Y ese fue el salto de Feijóo. Pero en la zoopolítica del poder en España abundan y compiten más que fieras. Gente que disfruta en lo que en la Guerra Fría se llamó brickmanship, la estrategia de ir al borde. A partir de la noche del 18-F, veremos episodios de lucha ritualizada y si funcionan los inhibidores de la agresividad. El Caballero de la Blanca Luna fue elegante y generoso con Don Quijote después de vencerlo en la playa de Barcelona. Pero los políticos de la derecha española de hoy son muy poco cervantinos. Prefieren la arenga.
El neoliberalismo provinciano
Paro, sanidad, educación, vivienda. Esas son las primeras preocupaciones de la población gallega en todas las encuestas. El principio de realidad. Algo que no percibe u oculta la política zombi, entretenida con la ley de especies picantes. Si algo en especial moviliza en Galicia es el estado de malestar de la sanidad. Literalmente. La lengua bate donde duele el diente. La sanidad es un modelo de esa política zombi a la que habría llevado el “neoliberalismo provinciano” de la actual Xunta. Lo zombi, explicado por Ulrich Beck: “Vivimos, pensamos y actuamos con conceptos anticuados que, no obstante, siguen gobernando nuestro pensamiento y nuestra acción”.
―¿Y en qué consiste el “neoliberalismo provinciano”?
—En los asuntos económicos y sociales, el neoliberalismo de la Xunta está siempre escondido bajo una capa de tecnocracia y eficiencia. Ese lema: “Galicia funciona”. Pero, atención, no quieren ver ni en pintura un balance objetivo, real, de lo conseguido durante años y años de Gobierno. Básicamente, este es neoliberalismo provinciano: entregarles a los amigos ricos sustanciosas subvenciones, darles beneficios fiscales, y escatimar todo lo posible a los servicios públicos.
Quien habla es Albino Prada, doctor en Ciencias Económicas y autor de ¿Sociedad de mercado o sociedad decente? (Universidad de Vigo, 2023). Hay una elocuencia dramática en los datos reales. Por ejemplo, la pérdida demográfica no se detiene año tras año. En el primer censo, en 1787, uno de cada ocho españoles era gallego. Ahora, es gallego uno de cada 18 españoles. “La población joven, entre 16 y 34 años, pasó de 750.000 en 2002 a 470.000 en 2023. Una caída que va camino de la mitad en 20 años, mientras en España es casi estable. Para salir corriendo”, dice Prada.
El libro del desasosiego
Dos días después de las primeras elecciones democráticas, el 17 de junio de 1977, un niño de ocho años asistía a un acto mágico en una galería de Lugo. La creación de una nueva editorial. Hace 20 años, Henrique Alvarellos heredó aquella empresa. Y desde hace cuatro, preside la Asociación Galega de Editoras, integrada por 45 empresas. Habla de cada libro con la pasión del botánico que descubre una nueva especie de planta medicinal. “No editamos mercado, editamos cultura, pero somos conscientes de que vivimos en el mercado”. Ha oído cosas duras, pero quizá lo que más dolió fue esta pedrada: “Estáis fabricando zapatos para quien no quiere zapatos”. Él está convencido de que los libros son tan necesarios en la vida como saber atarse los propios zapatos. Por eso le perturba el tener que usar con tanta frecuencia el prefijo des- (en el diccionario RAE, “Denota negación o inversión del significado de la palabra simple a la que va antepuesto”). Por ejemplo, desmantelamiento. En los últimos 15 años, se han perdido la mitad de los empleos directos y se editan la mitad de los libros en gallego: se ha pasado de dos mil a mil. En este período, ha disminuido en un 60% la aportación de la Xunta para dotar de libros a las bibliotecas públicas. Una librería, sea en un barrio o en un pueblo, es un punto cero, un lugar de encuentro y de iniciativas creativas. “Pero estamos sufriendo la peor sequía, la del desamparo”, afirma Alvarellos. En 2006, en el Parlamento gallego se aprobó la Ley del Libro y de la Lectura. Por unanimidad. Se declaraba que el del libro era un sector estratégico. Pero todo ha ido a peor en estos últimos años. “La comparación con el número de lectores del euskera y catalán es tremenda. Nos doblan y triplican. Hay una involución acusadísima. ¿Cómo resistimos 45 editoriales? Mucha austeridad, mucho esfuerzo y un público lector a prueba de incendios”.
―¿Y no será culpa de los “zapatos”?
―En Galicia se vive, en creación literaria, y en todos los géneros, un tiempo extraordinario. Un dato significativo: en los cinco últimos años, la literatura gallega ha dado 10 premios nacionales de España, en poesía, narrativa y teatro. La mayoría, escritoras. Algo excepcional. Esa eclosión también se da en la literatura infantil y juvenil. Los “zapatos” son magníficos, pero no están visibles. Los recortes y la marginación lingüística nos están desertificando. La Xunta no escucha. Lo hemos intentado muchas veces, año tras año, pero no hemos conseguido que nos reciban ni Feijóo ni Rueda. La desafección. No somos pedigüeños. Es el libro el que llama.
La crisis de los grelos
En Galicia, las principales catástrofes ambientales se producen por siniestros marítimos. Se vive en primera línea de riesgo: por el corredor atlántico pasan casi 40.000 buques cada año, muchos de ellos transportando mercancías peligrosas. Después del Prestige, la última crisis, la marea de pellets o microplásticos, volvió a mostrar a esta Xunta como una institución zombi. Durante la campaña, Feijóo, en sintonía con Vox, no alertó contra la catástrofe climática sino contra quienes tratan de frenarla. El dogmatismo climático. La mejor respuesta la ha dado la naturaleza. Una potente seña de identidad comestible en Galicia son los grelos. Es inconcebible un cocido de carnaval sin grelos. Como San Patrick explicó la santísima trinidad con el trébol, símbolo de Irlanda, había curas en Galicia que explicaron el misterio de tres personas y un solo Dios verdadero con esta planta: nabo, nabiza y grelo. En los últimos años escasean los grelos. Y este carnaval, el milagro era conseguirlos. La tesis del “dogmatismo ambiental” lo que viene a demostrar es que los conservadores son muy poco conservadores. Hay que ir a la raíz de las palabras. Los verdaderos conservadores en Galicia son gente como las de Mar de Fábula, una asociación de la Costa da Morte, que cada domingo sale a recoger la basura plástica en las playas.
El negacionismo informativo
La Xunta procura estar omnipresente en los medios. Pero hay un periódico al que nunca concedieron entrevistas ni Feijóo ni Rueda. Es el periódico más joven de Galicia, creado en 2020. Nativo en papel y escrito en gallego. La redacción de Nós Diario, con 15 personas fijas, y unas 115 como colaboradoras, anda en su mayoría entre los 30 y los 40 años. Distribuido en toda Galicia, además de la venta en quioscos, el principal sostén son sus tres mil suscriptores. Su directora, María Obelleiro, de 38 años, cuenta que era tanto el escepticismo que, cuando nació el periódico, había gente que la felicitaba con cara de funeral: “Yo respondía que lo imposible es lo que no se intenta. Fue muy difícil, pero la nave va”.
Lo que nunca pensó María Obelleiro es que iban a vivir una experiencia de “serie negra” en la que el escenario principal serían las oficinas del poder político. Esta es la trama, en sinopsis de la directora de Nós Diario: “Este periódico podría verse como un hito histórico. De las 12 cabeceras que hay, la única en gallego. Pues bien, hemos sido excluidos, año tras año, de todas las ayudas previstas para las empresas periodísticas, de todo convenio y de toda publicidad pública. Cumplimos todas y cada una de las condiciones que se exigen en el Diario Oficial de Galicia. Estamos auditados, tanto por OJD como el EGM. No solo eso. Se nos boicotea. Se nos niega el acceso a la información oficial, lo que dificulta cualquier periodismo de investigación. A mí me expulsaron de las tertulias en las que participaba en los medios públicos. Nos bombardean con burofaxes con presiones y amenazas de querellas. Tenemos que preguntarnos por qué. Y la respuesta es que no somos dóciles. El lado positivo es que tenemos independencia, con el apoyo de las suscripciones, para romper el silencio en casos nunca contados”.
―¿Por ejemplo?
―Una exconsejera de Medio Ambiente es nombrada, al poco de dimitir, alto cargo de una gran empresa energética sobre la que había emitido informes para concesiones. La gerente de la Sanidad pública es hermana del gerente de la patronal de la Sanidad privada. El proceso por acoso laboral a directivos de la CRTVG…
―¿Le habéis dado la palabra a la Xunta?
―Nunca han accedido a ser entrevistados. Ni Feijóo, ni Rueda. Y ese negacionismo informativo es un problema para nosotros…y para ellos. Solo están acostumbrados al halago. ¡Al botafumeiro!
La institución zombi
Feijóo encadenó cuatro mayorías absolutas. El referente Feijóo era polisémico. Autonomista recentralizador, privatizador público. Cuando Feijóo dejó el Gobierno de Galicia en manos de Rueda para liderar la derecha española, la Xunta era ya lo que el sociólogo alemán Ulrich Beck, autor de La sociedad del riesgo, llamaría una “institución zombi”.
El Almeiro y la Marca do Medo
En el fondo submarino de Galicia, la gente del mar distingue dos espacios contrapuestos. Por un lado, el Almeiro (cardume), el lugar de la vida, del deseo, de la cría, con sus grutas, refugios y prados de posidonia. La excitación creativa. Por otro, la Marca do Medo, el lugar del abandono, de la memoria del esquilme y la sobrepesca. La excitación destructiva. Eros y Tánatos en el océano. Esos espacios pueden servir también para un mapa psicogeográfico del país atlántico. En lugar de los tópicos souvenirs, en el Almeiro gallego podrían figurar obras que invitasen a una mirada alejada del tipismo. Por ejemplo, A derradeira lección do mestre (La última lección del maestro), óleo de 1945, que se conserva en el Centro Galicia de Buenos Aires. Conocido como el Guernica gallego, homenajea a los maestros y maestras objetivo de caza después del golpe de 1936. O la fotografía O home e o neno (El hombre y el niño), de Manuel Ferrol, tomada en el puerto de A Coruña en 1957, censurada durante años en España, y que es ya un icono del drama de la emigración. Y el cuadro que pintó Isaac Díaz Pardo en 1974: A muller que leva na cabeza as cousas que vai precisar na vida (Mujer que lleva en la cabeza las cosas que va a precisar en la vida). En este primer cuarto de siglo XXI, hay en Galicia una revolución cultural, sea en literatura, cine o música, una revolución cultural protagonizada por mujeres. Y en cuanto a la Marca del Miedo, está claramente en retroceso. En 1981, de prácticas en el centro de TVE en Galicia, en plena polémica sobre el aborto, me encargaron entrevistar a la gente en la calle para saber su opinión. En la plaza do Toural, en Santiago, abordé, micrófono en ristre, a una mujer de aspecto campesino, con una cesta encima de la cabeza. Le pregunté, me miró con estupor y me dijo: “Yo no soy de aquí que vine a comprar unos zapatos”. Estoy seguro de que hoy me diría lo que piensa de las elecciones. O contestaría a la manera de un personaje de Castelao: “Pues ya que lo sabes, te lo voy a contar”.