OPINIÓN

La sorpresa de Ábalos y los tiros al aire de Ximo Puig

El tiempo concretará las aspiraciones del exministro que algunos cenáculos ya sitúan en la alcaldía de Valencia mientras que el presidente del Consell envía esta intensa semana avisos a Sánchez

Jose Luis Ábalos y Ximo Puig se abrazan en el acto 'Tres años de gobierno progresista’, el 6 de junio, en Valencia.Jorge Gil (Europa Press)

Tres fotos ilustran la semana política valenciana. Sus protagonistas son Ximo Puig y el ya ex ministro valenciano José Luis Ábalos. En la primera, fotografía grupal del Gobierno, la figura de Ábalos aparece distinguida con un punto rojo, al igual que las del resto de miembros del Gabinete cesados ayer, sábado, por Pedro Sánchez. Conmoción en el socialismo valenciano. Nadie esperaba la defenestración de Ábalos, considerado el más puro “sanchista” valenciano de la primera hornada y miembro destacado del íntimo círculo de confianza de Sánchez. Hace menos de un mes, en respuesta a mi información sobre un probable distanciamiento entre Ábalos y Sánchez, me respondió con soltura: “Olvídate. Ábalos será lo que quiera ser. Si quiere seguir de ministro, seguirá, y si quiere permanecer como secretario de Organización del PSOE, permanecerá”. Las aspiraciones de nuestro protagonista, por lo visto, son otras. El tiempo las irá concretando. De momento, ayer los chats de whatsApp del PSPV-PSOE echaban humo con la conjetura del futuro desembarco en Valencia de Ábalos como candidato socialista a la alcaldía de Valencia en 2023.

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En la segunda imagen, con el mar Mediterráneo de fondo, aparece el presidente del Consell, Ximo Puig, con su homóloga balear, Francina Armengol, en la cumbre protagonizada por ambos dirigentes socialistas en Mallorca. En la tercera, un Puig visiblemente cansado, con gesto serio y circunspecto, desgrana desde el patio gótico del Palau de la Generalitat las nuevas restricciones dispuestas para frenar esta quinta ola pandémica que nos pilla a todos hastiados y superados. Ambas fotos contienen mensajes subliminales dirigidos a Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y secretario general del PSOE.

En la capital mallorquina Puig, acompañado de Armengol, ha lanzado un tiro al aire, una bengala, un aviso al navegante Sánchez. Ambos dirigentes autonómicos, en contraposición a otros barones socialistas de tierra adentro, cerraron filas con la concesión de los indultos a los presos secesionistas catalanes decidida por el ejecutivo español. La ayuda prestada en mitad de la tempestad no es ni a fondo perdido ni a cambio de nada. Si separamos el polvo de la paja, apreciaremos que la llamada “cumbre” entre la Comunidad Valenciana y Baleares es un recordatorio a Pedro Sánchez de que los territorios periféricos mediterráneos gobernados por socialistas no van a transigir con una mesa de negociación bilateral entre el Gobierno de España y el ejecutivo catalán que se traduzca en capazos de dinero e inversiones para Cataluña -poco más se puede ofrecer a los vecinos del norte dentro del marco legal- mientras la Comunidad Valenciana y, en menor medida, Baleares, siguen siendo territorios sometidos a una infrafinanciación por mor de un modelo caduco, injusto e insuficiente para cubrir sus necesidades. Ximo Puig ha advertido en varias ocasiones que “lealtad no es sumisión”. Esta cumbre a dos bandas es la escenificación de lo dicho.

Le seguirán otras cumbre bilaterales con el mismo aroma de advertencia. En unos días el conseller de Hacienda valenciano, Vicent Soler, se reuniría con sus sosias andaluz, Juan Bravo, para preparar el encuentro que juntará en septiembre en Sevilla a Puig con el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, del PP. Si en Mallorca la reunión se ha sazonado con discursos emotivos sobre la cultura compartida, la lengua que nos une y la cercanía geográfica por vía marítima que teje y facilita intercambios comerciales, en Andalucía el asunto es más prosaico: fijar un frente de presión para reclamar una reforma del reparto de recursos para las autonomías. Este segundo tiro al aire que lanzará Puig en septiembre tiene el valor de forjar alianza con un dirigente del principal partido de la oposición que gobierna en un territorio que fue bastión socialista durante casi cuatro décadas. Si el presidente de la Generalitat gobierna la autonomía más importante en manos del PSOE, lo mismo se puede decir de Juan Manuel Moreno respecto al PP. Comunidad Valenciana y Andalucía suman cerca de trece millones y medio de ciudadanos.

No es Puig un dirigente de ánimo exaltado ni levantisco; al contrario, su mesura y contención enervan, en ocasiones, a quienes le rodean y asesoran. La bandera de la financiación ha sido su reclamo electoral en la oposición y desde que llegó a la Presidencia del Consell. No se lo está poniendo fácil el gobierno de Pedro Sánchez, por más que Puig y Soler se desgañiten en explicar que vale, no hay nuevo modelo, pero sí son atendidas las reclamaciones económicas del Consell para compensar las deficiencias del obsoleto reparto de los dineros autonómicos. Puig sabe, ya lo está experimentando, que sus socios de Gobierno, Compromís fundamentalmente, van a dar esa batalla en lo que resta de legislatura para desgastar al PSPV-PSOE por la vía de los incumplimientos del ejecutivo central. El enfrentamiento directo con Pedro Sánchez no se contempla; la estrategia de Puig es otra: mancomunar el problema de la financiación para no ser el único dirigente autonómico díscolo. Tras ver el trato recibido por Susana Díaz en Andalucía, lo último que quiere Ximo Puig es enrarecer el ambiente de cara al Congreso que el PSPV-PSOE celebrará en noviembre y en el que aspira a renovar su liderazgo orgánico sin candidatos alternativos improvisados que desluzcan su reelección.

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En la segunda imagen de la semana, los gestos y el tono de la voz delatan el cansancio del titular del Consell tras más de quince meses de pandemia y en mitad de una quinta ola que devuelve la incertidumbre al primer plano y desplaza el optimismo desatado por la campaña de vacunación y tras el anuncio del fin de la obligatoriedad de las mascarillas en los espacios públicos al aire libre. La prudencia y la mesura que han caracterizado la gestión pandémica del Gobierno valenciano, tras la lección aprendida de la Comunidad Valenciana como una de las regiones de la UE más castigadas por el virus durante el pasado invierno, se han diluido en la ligereza con que el Gobierno de Sánchez dejó decaer el estado de alarma y la frivolidad con que anunció, por segunda vez consecutiva, que habíamos vencido al virus y que fuera las mascarillas.

Puig, como otros dirigentes autonómicos, tiene que bregar ahora, en esta nueva crisis generada por la variante Delta y con la cepa andina o Lambda acechando, con las limitaciones de no disponer de un instrumento legal que permita aplicar restricciones que afectan a derechos como la libertad de movimiento o reunión. Queda expensa la gestión política a lo que decidan los tribunales. Por eso, cuando el pasado jueves el titular del Consell hablaba de responsabilidad y prudencia a los ciudadanos, pensé que era otro mensaje subliminal dirigido a Sánchez: nos pide a nosotros lo que este no ha sido capaz de aplicar en los últimos meses a la gestión Covid.

También esta semana, el director adjunto de La Vanguardia, Enric Juliana, vino a Valencia a presentar su última obra, Aquí no hemos venido a estudiar (Editorial Arpa). Dijo el periodista catalán el jueves que “el sentimiento de catástrofe se ha instalado entre nosotros”. Y un escalofrío recorrió la espina dorsal de los allí reunidos. Al día siguiente se anunciaron las nuevas restricciones, en medio de unas cifras de contagio que creíamos superadas. Juliana renunció a los mensajes subliminales. El libro promete.

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