POLÍTICA

De la guerra pandémica a la guerra política

El Gobierno del Botánico tendrá que hacer valer el gran éxito de la campaña de vacunación. En Valencia no se puede descartar una Plataforma Popular (PP) liderada por Camps, con o sin Vox

Sala de observación tras la inyección de la vacuna del Museu de les Ciències de Valencia.Mònica Torres

Los que hayan recibido una dosis de la vacuna o disfruten ya de la pauta completa de vacunación, sabrán a qué me refiero: esa sensación de tranquilidad, ese aire que parece penetrar mejor en los pulmones a pesar de la mascarilla, esa ligereza corpórea al abandonar la carpa de inmunización, esa relajación del desasosiego y la aprensión que han sido pegajosa y constante compañía durante un largo año. Se conoce c...

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Los que hayan recibido una dosis de la vacuna o disfruten ya de la pauta completa de vacunación, sabrán a qué me refiero: esa sensación de tranquilidad, ese aire que parece penetrar mejor en los pulmones a pesar de la mascarilla, esa ligereza corpórea al abandonar la carpa de inmunización, esa relajación del desasosiego y la aprensión que han sido pegajosa y constante compañía durante un largo año. Se conoce como efecto placebo y se basa en la mejora o desaparición de los síntomas mediante el suministro de un tratamiento -placebo- que no tiene propiedades curativas reales.

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Las vacunas anti covid no curan, pero sí protegen frente a la enfermedad y sus efectos colaterales más graves. Obviamente, la eficacia de esa protección no es inmediata y, sin embargo, la primera dosis tiene propiedades taumatúrgicas desde el instante mismo de su inoculación.

En los ensayos clínicos siempre se tiene en cuenta el efecto placebo porque se sabe de su efectividad y de cómo las expectativas del paciente y algunos otros condicionamientos la refuerzan. ¿Hablamos de los médicos placebo? ¿De esos profesionales de la sanidad cuya sola presencia y delicada empatía hacia el doliente resultan tan terapéuticas? La otra cara de la moneda, menos conocida, es el efecto nocebo: sugestionarse hasta sufrir los efectos secundarios perniciosos de un medicamento que no se ha ingerido porque no ha sido suministrado. El poder de la sugestión es la clave en ambos casos.

En política también existen los efectos placebo y nocebo. Lo saben los políticos y los llamados spin doctors, los asesores y estrategas en comunicación política encargados de construir relatos que ejerzan como placebos o nocebos. El posible indulto de los presos secesionistas catalanes es un magnífico ejemplo de nocebo político: sin haberse producido, ha provocado turbulentas reacciones.

Escribió Zygmunt Bauman en su ensayo Extraños llamando a la puerta (Paidós 2016) que el destino de las grandes conmociones “es terminar convertidas en la monótona rutina de la normalidad”, y que el pánico moral “es un temor extendido entre un gran número de personas que tienen la sensación de que un mal amenaza a la sociedad”. La reflexión del intelectual polaco-británico giraba en torno a la crisis de los refugiados y los retos derivados de la inmigración, pero igual vale para esta otra crisis pandémica, de reminiscencias medievales, que ha sacudido a las sociedades líquidas tan bien definidas y descritas por Baugman.

La conmoción y el pánico moral que hemos sufrido ante un virus de origen todavía desconocido que ha amenazado nuestras vidas y el modo en que las vivíamos empiezan a ser superados por el placebo de las vacunas -que acaban proporcionando una protección real- y por los relatos positivistas que se destilan desde los ámbitos del poder. Vamos recuperando, en el llamado primer mundo, la “monótona rutina de la normalidad” tras la conmoción de una plaga que ha causado más de tres millones de muertos en todo el mundo, millones de damnificados físicos y mentales que arrastran las secuelas de la enfermedad, y millones de pérdidas económicas que, a su vez, se traducen en más pobreza y mayor brecha social.

Pero el relato político ya está cambiando. Los gobiernos de España y de la Comunidad Valenciana saben que dos son las bazas electorales a esgrimir frente a una oposición que, como todas, como cuando los que ahora gobiernan están al otro lado de la barrera, se dedican a tratar de capitalizar el caos -a veces, incluso, lo provocan- y las situaciones conflictivas.

El éxito de las campañas de vacunación y la recuperación económica vinculada al maná europeo son las dos balas de la recámara en las que confían nuestros gobernantes para navegar el tramo final de la legislatura y arribar con garantías de éxito a la orilla electoral. Son los placebos que nos harán olvidar cuán enferma está una sociedad que registra tasas de desempleo juvenil cercanas al 40 por cien e índices de pobreza impropios de sociedades avanzadas, justas y solidarias.

Decae el toque de queda a partir de la medianoche de mañana, lunes. Se relajan todas las restricciones; se reabre, con ciertas limitaciones, el ocio nocturno. Las fiestas populares volverán a llenar de alegría y emoción nuestras calles. Pero el otoño que se avecina será un tiempo político de desencuentros, peleado a cara de perro entre los que gobiernan y los que aspiran a hacerlo.

En la nueva normalidad que se anuncia tras la pandemia la agenda política se ofrece saturada de temas conflictivos que elevarán la temperatura de los debates en las instituciones y en esos otros parlamentos en que han devenido las redes sociales.

No sé si al Gobierno del Botánico le bastará con la munición de gestionar con gran éxito la campaña de vacunación y de no haber cedido finalmente, más allá de lo debido, a las muchas presiones recibidas para aligerar las restricciones cuando los muertos se contaban por decenas y los contagios por miles. Tendrá que hacerlo valer y rezar para que arriben en tiempo y forma los fondos UE, porque enfrente va a tener una oposición redimensionada, con dirigentes reseteados, crecidos en la demoscopia, dispuestos a desplegar un ingente arsenal de reclamos electorales en cuya eficacia confían porque han verificado su empuje en otros momentos de la reciente historia: la lengua y el pancatalanismo, la batalla del agua, los incumplimientos del Gobierno de Pedro Sánchez, etcétera.

Acaba una guerra, porque eso ha sido esta pandemia, y empieza otra: la lucha por hacerse con el poder en este rincón del Mediterráneo español tan invisible y olvidado. En esta ocasión, frente a las próximas citas electorales, no todo está escrito, y sí sujeto a un electorado voluble que ya no confía ciegamente ni en unos dirigentes ni en unas siglas. Unos y otros tendrán que ganarse el voto a base de algo más que placebos y nocebos.

Plataforma popular

Los magros resultados obtenidos por la candidatura de José Vicente Anaya para liderar el PP valenciano frente a la rotunda victoria de Carlos Mazón, desde el viernes presidente in pectore de la formación conservadora, plantean la duda de cómo se verán afectados los planes de Francisco Camps de dar la batalla por conseguir ser candidato del PP a la alcaldía de Valencia.

Anaya mantuvo el tipo y desconcertó a todos los que dentro y fuera de su partido le señalaban como un ventajista que se lanzaba al reto de disputar el liderazgo del PPCV con el único objetivo de acabar negociando con Mazón para integrarse en la candidatura de este. No ha sido así. Hasta el final, ha contado con el aliento inspirador de Camps y su fiel cohorte, liderada por el ex senador Pedro Agramunt. Los resultados alcanzados por Anaya en la ciudad de Valencia -33 votos frente a los 396 de Mazón- no ofrecen una lectura positiva para las aspiraciones de Camps, al menos en clave interna.

Aunque aún faltan dos años para las próximas elecciones municipales, no descartemos una Plataforma Popular (PP) -¿hacen falta explicaciones sobre la coincidencia de siglas?- liderada por el ex presidente de la Generalitat Valenciana, sólo o en compañía de Vox. Ignacio Gil Lázaro, ex dirigente valenciano del PP y ahora en las filas de Santiago Abascal, mantiene buena relación con Camps y lo considera un magnífico alcaldable.

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