Opinión

Información confinada

Una encuesta sitúa al Ejército y los Cuerpos de Seguridad como las instituciones mejor valoradas en esta crisis. Y casi el 90% de los españoles piensa que el ejecutivo debe seguir las propuestas de los expertos

El presidente francés Emmanuel Macron en un mensaje televisado.Charles Platiau (Reuters)

La primera víctima de una guerra es la verdad. De ahí que la información quede tocada de muerte. La substituye la propaganda, “el arte de convencer a otros de algo en lo que no se cree”, según Abba Eban. Sabía de lo que hablaba.

Considerado uno de los fundadores del Estado de Israel, fue miembro del servicio de inteligencia del Ejército Británico durante la Segunda Guerra Mundial. Se hizo cargo de las relaciones del Reino Unido con la Comunidad Judía, asumió la formación y el equipamiento de una unidad clandestina especializada en insurgencia y sabotaje, se enroló en el departamento de ...

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La primera víctima de una guerra es la verdad. De ahí que la información quede tocada de muerte. La substituye la propaganda, “el arte de convencer a otros de algo en lo que no se cree”, según Abba Eban. Sabía de lo que hablaba.

Considerado uno de los fundadores del Estado de Israel, fue miembro del servicio de inteligencia del Ejército Británico durante la Segunda Guerra Mundial. Se hizo cargo de las relaciones del Reino Unido con la Comunidad Judía, asumió la formación y el equipamiento de una unidad clandestina especializada en insurgencia y sabotaje, se enroló en el departamento de Información de la Agencia Judía para la que fue observador de los debates sobre la cuestión palestina en Nueva York y pasó a ser el primer representante oficial del estado de Israel ante la ONU. Lo compatibilizó con la Embajada de su país en los Estados Unidos. Con semejante experiencia a nadie se le escapará que supo narrar los acontecimientos vividos desde la subjetividad de su mirada, la convicción de sus ideales y la fuerza e su interés. Los documentos secretos desclasificados sobre la guerra de los Seis Días demuestran su capacidad retórica así como su facilidad tanto para la épica como para la advertencia. Algunas de sus frases han quedado para la historia y muchos de sus titulares para la antología. Como su definición de propaganda antes citada.

Hace un mes y medio, cuando los líderes europeos se dieron cuenta de que el coronavirus iba en serio y se había convertido en el enemigo a batir, decretaron el estado de guerra. Verbalmente, por supuesto. Buscaban algún referente del pasado que les permitiera crear un clima adecuado a una situación nueva tan relevante como imprevista. Una situación idónea al estado de alarma. Y fue así como el lenguaje bélico habitó entre nosotros. No hace falta insistir. Bastante se ha dicho y escrito aunque los uniformes y sus medallas sigan protagonizando ruedas de prensa en las que prevalecen los listados de sanciones, los actos de los incívicos y la advertencia de que allí donde haya un delincuente, allí estará la policía. Frase textual. En Cataluña se recita la misma letanía solo que con indumentaria civil e intencionalidad partidista.

Desde un punto de vista ciudadano, no parece que preocupe en exceso. Al contrario. Una encuesta del diario 20 Minutos sitúa al Ejército y los Cuerpos de Seguridad como las instituciones mejor valoradas en esta crisis. La Ministra de Defensa se lleva la medalla de honor del gobierno y para el CIS casi el 90% de los españoles piensa que el ejecutivo debe seguir los pasos propuestos por los expertos. En el ámbito policial, la contundencia de la ley mordaza, aunque no estuviera prevista para una emergencia sanitaria. Suerte que en el científico las opiniones que cuentan no son las contundentes. Todavía.

Siguiendo los cánones bélicos, todo aquello susceptible de ser noticia pasa además por el filtro de la manipulación, se exagera, desorbita y se convierte en arma arrojadiza. En defensa propia o como instrumento de ataque. Los comunicados se visten de partes, las entrevistas suenan a justificaciones y las ruedas de prensa derivan en un conjunto de evasivas que intentan disimular la falta de respuestas concretas a preguntas precisas. Si no fuera así, serían innecesarios tres cuartos de hora para dibujar la situación y una hora y media para repetirla. Es lo que suele invertir el presidente Sánchez. El último discurso de Emmanuel Macron, en cambio, apenas superó los 20 minutos y el tan loado del presidente alemán Frank-Walter Steinmeier no superó los cinco. Cuando se sabe qué decir, poco tiempo basta.

Si a esto le añadimos las constantes contradicciones públicas de políticos y científicos sobre la necesidad o no de las mascarillas, la existencia y eficacia de los test, la prevención previa y posterior a la enfermedad y los límites del confinamiento social así como la situación hospitalaria real, no debería extrañarnos que el 66,7% de los españoles estén a favor de restringir y controlar la información para que dependa de una sola fuente oficial. Y eso cuando el 78% de la ciudadanía dice seguir la actualidad ahora con más frecuencia que antes del estado de alarma. Lo revela otro trabajo, este de la Universidad Ramón Llull, en el que el 44,6% lamenta que la cobertura del coronavirus sea sensacionalista y genere alarma social. También habla de la ideología como condicionante informativo. Ahí las miradas podrían desviarse hacia algunos miembros del Govern de la Generalitat que han perdido el pudor para exhibir con descaro el ataque como mejor defensa. No se entendería así si las gestiones propias no se hubieran saldado con el estrepitoso fracaso de las residencias geriátricas ayer y de discapacitados hoy.

Conclusión: hemos pasado a ser la primera generación desinformada por exceso de información. Y propaganda.


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