Los vecinos de Sentmenat cosen mascarillas con material cedido por fábricas de su entorno

Barrios y pueblos crean redes de apoyo para cuidar de quien lo necesite durante la cuarentena

Voluntarios de Sentmenat cosen mascarillas en la asociación de vecinos.Jaume Carbonell

Del municipio de L’Espluga de Francolí, en la comarca de la Conca de Barberà, a los barrios de Barcelona (Vallcarca, Clot, Gòtic, Raval, Sant Andreu…), pasando por Valls, Lleida, Sabadell o Sant Celoni. Movimientos sociales, vecinos de forma informal, o las dos cosas, han creado decenas de redes de apoyo en barrios y poblaciones para atender cualquier necesidad que surja en su entorno. Si una persona mayor necesita que alguien compre por ella. Un enfermo que requiere medicinas. Un canguro para niños cuyos padres trabajan. O asesoramiento laboral si a alguien le quieren echar del trabajo como c...

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Del municipio de L’Espluga de Francolí, en la comarca de la Conca de Barberà, a los barrios de Barcelona (Vallcarca, Clot, Gòtic, Raval, Sant Andreu…), pasando por Valls, Lleida, Sabadell o Sant Celoni. Movimientos sociales, vecinos de forma informal, o las dos cosas, han creado decenas de redes de apoyo en barrios y poblaciones para atender cualquier necesidad que surja en su entorno. Si una persona mayor necesita que alguien compre por ella. Un enfermo que requiere medicinas. Un canguro para niños cuyos padres trabajan. O asesoramiento laboral si a alguien le quieren echar del trabajo como consecuencia del cese de actividad por las medidas tomadas por las autoridades para frenar al coronavirus. Hay incluso escaleras de vecinos donde se han activado estas redes, en versión micro. O alcaldes de pequeñas poblaciones que han movilizado a voluntarios para fabricar mascarillas con material donado.

En Sentmenat (Vallès Occidental, 9.000 habitantes), el alcalde, Marc Verneda, explica que ya desde el comienzo de la crisis se movilizó ante la falta de material de protección que detectó para los trabajadores municipales como la policía local o las trabajadoras sociales: “Comenzamos a pedir a las empresas del municipio que nos cedieran sus excedentes de material: gel limpiador, mascarillas…”. Pero se terminaron, y el siguiente paso “pensar como podríamos fabricarlo nosotros”. En Rubí hay una empresa, RobinHat, que fabrica gorros para médicos. “El ingeniero municipal contactó con empresas y esta en concreto nos dijo que no podía fabricar mascarillas, pero que nos podían ceder material si las fabricábamos nosotros”. Resultado: “Cuatro personas cosiendo mascarillas en el taller de costura de la Asociación de Vecinos, y a punto de comenzar a repartir material a voluntarios que se han ofrecido para fabricarlas en casa. Comenzaremos por los que tienen más experiencia, como sastres o patronistas”. ¿Y sobre el destino de las mascarillas? “Lo que sea más urgente, hospitales, los pueblos cercanos, policías locales…. La incógnita que tenemos es cómo vamos a esterilizarlas”, cuenta y asegura que tienen tela y gomas para fabricar 400.

En Barcelona, en un edificio de una veintena de pisos de la calle de Astúries (Gràcia), han creado un grupo de WhatsApp. “Mi vecina de enfrente es mayor y vive sola. Aunque pasen días sin vernos, siempre estoy pendiente y le escribí para preguntarle si marchaba todo bien y decirle que contara con nosotros”, explica Helena. Y de la conversación salió la idea de preguntar a la presidenta qué le parecía crear el grupo. Pegaron un cartel en el ascensor y la gente apuntó sus números. “Nos hemos conocido con gente que solo nos cruzábamos un hola y adiós, es interesante y te da la sensación de que vives en un lugar saludable”, explica sobre la experiencia. Una de las iniciativas que han puesto en marcha es aprovechar cuando bajan a comprar y hacer la compra por otro.

En Barcelona, las redes de barrio las han activado los movimientos sociales, acostumbrados a arrimar el hombro para parar desahucios
En Barcelona, las redes de barrio las han activado los movimientos sociales, acostumbrados a arrimar el hombro para parar desahucios

Desde Maldà (Urgell), 200 y pico habitantes, Sandra Fernández explica que fueron los vecinos más jóvenes del municipio los que se prestaron para ayudar a los mayores. “Ya no es solo que puedan salir a comprar, sino que en el pueblo solo hay una tienda pequeña y no tiene de todo, de manera que les ofrecemos transporte”, contaba el pasado sábado después de hacer una clase de inglés por Skype en un municipio donde la irrupción de internet ha marcado un antes y un después. Todavía no han tenido peticiones de ayuda, aunque llegaron a asesorarse y redactar un protocolo. Pero no se resignan y ahora lo que harán será llamar a los abuelos que viven solos para hacerles compañía. En L’Espluga de Francolí, junto a la llamada por las redes de “Ajudem-nos”, se puede pinchar un enlace donde cada uno apunta sus datos, edad, disponibilidad, lo que puede hacer y de qué medios dispone.

En Barcelona, las redes de barrio las han activado los movimientos sociales, acostumbrados a arrimar el hombro para parar desahucios, defender espacios públicos o denunciar abusos de grandes corporaciones. Desde el Gòtic, Martí Cusó explica que la red de apoyo ha surgido esta vez de forma espontánea e informal. Y que lo han difundido en las redes sociales, pero la principal actuación ha sido acudir a picar a la puerta de quienes piensan que pueden necesitar ayuda. “Internet está bien como altavoz, pero la gente excluida no tiene redes, vamos a buscarles”, explica.

En el caso de los barrios de Ciutat Vella, además de necesidades cotidianas de mayores, niños o enfermos, Cusó explica otra tarea será ofrecer asesoramiento en materia laboral: “Aquí hay mucha gente que trabaja en el sector servicios o para el turismo y se quedará sin empleo. Estaremos atentos a que no se produzcan abusos y si es preciso los denunciaremos”, advierte.

“Cuentos confinados”

Distraer a los niños durante las semanas que nos esperan es también de gran ayuda. Y es lo que se les ha ocurrido a la compañía de cuentacuentos Vivim del cuento. Cada tarde a las cinco cuelgan un vídeo de uno de sus miembros explicando uno de los cuentos de su colección “Contes desexplicats”. Historias reinventadas protagonizadas por caperucitas forzudas o pinochos que dicen verdades como puños. Oriol Toro, explica que, como les ha ocurrido a todas las compañías, han visto como sus bolos caían uno tras otro: “Ya que tenemos que estar en casa, como todo el mundo, pensamos en ayudar a entretener a los niños con versiones reducidas de nuestros cuentos”. La iniciativa ha triunfado y solo al anunciar que colgarían una historia diaria ganaron centenares de seguidores en twitter.


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