“Claro que da miedo el metro, pero peor es no tener curro al que ir”

Pese al refuerzo, entre las 7 y las 8 de este martes, de nuevo era imposible guardar un metro y medio de distancia con los compañeros de vagón

Barcelona -
Un viajero con mascarilla en la estación de Universitat, de Barcelona.Albert Garcia Gallego

Guantes de látex. Blancos, amarillos, azules (de varios tonos), morados, rosas, negros. Y mascarillas. No menos de 20 modelos distintos, contando el del señor que se la ha tuneado con una visera de plástico. Es lo que hay si se viaja en metro en hora punta en plena crisis del coronavirus. Otros se tapan con bufandas. El mal rollo de viajar en un vagón donde es imposible mantener la distancia de seguridad es considerable. Se incumple la recomendación oficial número uno, no salir de casa; y la dos, si no hay más remedio, no acerca...

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Guantes de látex. Blancos, amarillos, azules (de varios tonos), morados, rosas, negros. Y mascarillas. No menos de 20 modelos distintos, contando el del señor que se la ha tuneado con una visera de plástico. Es lo que hay si se viaja en metro en hora punta en plena crisis del coronavirus. Otros se tapan con bufandas. El mal rollo de viajar en un vagón donde es imposible mantener la distancia de seguridad es considerable. Se incumple la recomendación oficial número uno, no salir de casa; y la dos, si no hay más remedio, no acercarse a nadie menos de un metro y medio. “Claro que da miedo, pero peor es no tener un curro al que ir”. Habla Fernando, con una caja de herramientas entre las piernas espera a unos compañeros en la estación de Diagonal. Van a montar muebles en unas oficinas de la calle de Muntaner.

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Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) ha aumentado este segundo martes de coronavirus la frecuencia de trenes. Pasan cada dos o tres minutos en las líneas 5 y 1, las más concurridas. Las fotos de vagones a tope incendiaron las redes el lunes. Pero pese al refuerzo, entre las 7 y las 8 de este martes, de nuevo era imposible guardar un metro y medio de distancia con los compañeros de vagón. “Personas con síntomas o pertenecientes a grupo de riesgo no utilicéis el transporte público. Distribuiros a lo largo del andén y dentro del vagón cuando entréis en el tren”. El segundo mensaje es imposible de cumplir ni por un funambulista boca abajo.

Abundan el calzado de currante y las chaquetas con logotipos de constructoras, pero también hay trajes y corbatas, bolsos de piel y monturas de gafas de moderno. Hay gente que no esconde el miedo e intenta inútilmente apartarse. Bajan de los convoyes y se pegan a la pared del andén, esperando a que todo el mundo esté fuera. Otros se sientan en los bancos de los vagones. Sus brazos se tocan. Por la cuenta que les trae a los conductores de los metros, en los extremos de los convoyes han dispuesto cinta para que la gente no llegue hasta las puertas de la cabina donde trabajan.

Entre los que no tienen miedo está Teresa, médico del Clínic. “Pon el nombre que quieras”, dice. Está curada de espanto, es lo que tiene su trabajo en el hospital. Aquí no lleva ni mascarilla ni guantes. “Hoy no va tan lleno”, celebra. Les espera una larga jornada de trabajo. “Todavía estamos haciendo horarios razonables, dentro de lo loco que es nuestro trabajo”, suspira.

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