Huir de la zona cero: los primeros exiliados de la dana
Tras un incremento del 170% de los casos de estrés postraumático en las zonas afectadas, algunos de los damnificados se ven obligados a abandonar su casa para intentar olvidar
Tiene la mirada triste. Las manos inquietas se mueven sin descanso, como si sus dedos fueran a tropezar entre ellos. Estos últimos meses han sido difíciles para Miguel Asensi Bou, que ha tenido que volver a tomar tres pastillas para la ansiedad cada día. El valenciano, nacido y criado en Alfafar, ya no puede vivir allí. Su salud empeora cuando llega la temporada de lluvias a este pueblo valenciano que fue azotado por la riada. Solo comienza a sentirse él mismo cuando va a Ciudad Real a vivir con su hijo. En la ciudad manchega puede salir a pasear, juega en la plaza con sus nietos y los recoge ...
Tiene la mirada triste. Las manos inquietas se mueven sin descanso, como si sus dedos fueran a tropezar entre ellos. Estos últimos meses han sido difíciles para Miguel Asensi Bou, que ha tenido que volver a tomar tres pastillas para la ansiedad cada día. El valenciano, nacido y criado en Alfafar, ya no puede vivir allí. Su salud empeora cuando llega la temporada de lluvias a este pueblo valenciano que fue azotado por la riada. Solo comienza a sentirse él mismo cuando va a Ciudad Real a vivir con su hijo. En la ciudad manchega puede salir a pasear, juega en la plaza con sus nietos y los recoge del colegio. En Alfafar lo intenta. Se dice a sí mismo que puede, aunque cuando abre la puerta y ve la casa de enfrente, donde falleció su madre el 29 de octubre de 2024, se le viene todo encima y tiene que volver dentro. Los casos de estrés agudo y postraumático en las zonas afectadas por la dana han crecido un 170% en el último año, según aseguró la Conselleria de Sanidad en octubre. La única solución para algunos de sus habitantes es dejar su hogar en un intento por olvidar el trauma.
Hace tres semanas, cuando la dana Alice barrió buena parte de la Comunidad Valenciana, Miguel acababa de regresar de pasar una temporada en Ciudad Real. Esa noche en su casa oía los truenos de la tormenta. La ansiedad no le dejaba dormir y comenzó a preparar todo por si entraba agua. A la mañana siguiente cogió el coche y se marchó a Ciudad Real de nuevo. Regresó a su pueblo valenciano para asistir al funeral de Estado y algunos vecinos, que no sabían que su madre era una de las 229 personas fallecidas, le dieron el pésame. “Me dio un bajón, sigues reviviendo una y otra vez lo que pasó. No te lo acabas de quitar de la cabeza”, cuenta.
Su plan es mudarse, pero está buscando una vivienda cerca de la de su hijo. “Y mira que a mí Ciudad Real… Yo soy de Alfafar. Conozco a los vecinos que me han visto nacer y criarme en la misma calle, pero Ciudad Real sé que no va a inundarse”, asegura Miguel.
Una de las regiones españolas con mayor extensión de áreas inundables es la Comunidad Valenciana, donde aproximadamente 600.000 personas habitan en zonas de peligro, según el informe de Amnistía Internacional Llueve sobre mojado, que recoge una estadística del ministerio de Transición Ecológica. En él se destaca que todas las viviendas de Paiporta y Catarroja, 16.775, son vulnerables frente a futuras riadas. Rosalba Yonda vivía en una de estas casas, una masía en Siete Aguas, a 50 kilómetros de la zona cero de la dana. Su hogar estaba al lado de un río muy pequeño que les entusiasmaba, pero ese día se volvió una tragedia. “Tuvimos que escapar… Es un milagro que mi marido y yo estemos vivos”, relata.
Desde entonces las pesadillas son constantes, sumadas a la dificultad para dormir y los sarpullidos en la piel porque el agua con la que se duchaban estaba sucia. Su sobrina, que vive en Madrid, fue a visitarlos a los dos meses y, nada más la vio, le dijo que no podía seguir ahí: “Esto no es vida”, sentenció. Rosalba tomó la decisión de dejar su trabajo como camarera en un restaurante de la localidad y mudarse a la capital con su familia para poder empezar de cero. “Me tiembla mucho el cuerpo cada vez que recuerdo lo que pasó y cuando llueve tengo mucho miedo, ansiedad”, relata con la voz quebrada. “Ya no creo que pueda vivir en la Comunidad Valenciana”, sentencia.
El director de la Oficina Autonómica de Salud Mental de la Conselleria de Sanidad, Bartolomé Pérez, señalaba en una rueda de prensa en octubre que el estrés postraumático tiene una expresión retardada y suele presentarse a los seis meses con una sintomatología fuerte. Los pacientes atendidos por salud mental en la zona cero han crecido un 3,5%, y ha habido un cambio claro del tipo de diagnóstico ya que se ha disparado el estrés agudo y postraumático en esos pueblos, frente al 2,3% en el resto de la comunidad.
En Alfafar suena el ruido de las radiales a mediodía, las calles y las casas siguen en obras para reconstruir el pueblo. Unas seis viviendas en la avenida perpendicular a la que fue el hogar de Borja Chirivella están en proceso de volver a ser habitables. Él vivía con su mujer y tres hijos desde hace casi nueve años en una casa que la riada destrozó. “Yo me sentaba en mi cama todas las mañanas y pensaba: Esto es una pesadilla, mira cómo está todo”, relata el valenciano. Pensaron que lo mejor para los niños era sacarles de ese escenario de horror. “No podíamos vivir entre tanto polvo, humedad y tristeza. El ambiente era de extrema tristeza”, cuenta.
La decisión fue casi inmediata. Ahí no podían quedarse. “Al principio estás en shock, luego estás muy recogido por todos los voluntarios que vinieron. Pero eso pasa y te quedas en la mierda”, se sincera Borja. La organización Save the Children compartió en octubre los resultados de un estudio que recogía el testimonio de los más pequeños. El 24% de ellos seguía teniendo problemas para dormir y más del 30% afirmaban que les daba miedo la lluvia.
Los hijos de Borja se despertaban gritando por la noche con pesadillas en las que veían a sus padres irse en barco y no regresar. Encontraron una casa disponible en El Perelló, un pueblo en la costa valenciana, y no dudaron en mudarse. “Era un entorno totalmente contrario a lo que había en Alfafar. Estábamos más tranquilos porque no parecía un escenario de guerra”, asegura.
Las lluvias e inundaciones provocadas por la dana Alice en octubre reavivaron el miedo. En junio, Save the Children alertaba que el 93% de los niños de la región sufrirá al menos un fenómeno climático extremo al año, lo que convierte a la Comunidad Valenciana en la cuarta región más expuesta de España. Cada desastre natural acarrea unas consecuencias inmediatas y otras secundarias igual o más dañinas. Las primeras son fáciles de ver, como la destrucción que deja una riada, las segundas no tanto. Son las heridas emocionales que fuerzan a la gente a dejar lo que más quieren, su hogar, para poder encontrar algo de paz. A finales de 2024, alrededor de 3,5 millones de personas en el mundo vivían desplazadas a consecuencia de inundaciones, según el Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno.
Aunque no siempre es tan fácil encontrar otro sitio donde echar raíces. Paco Sánchez ha vivido toda su vida en Picanya, pero el trauma de la riada, sumado a la “psicosis” que se crea cada vez que en el pueblo vuelve a llover o suena la alerta en los móviles, ha hecho que él y su mujer quieran mudarse. “Todas las viviendas que estamos mirando son apartamentos en pisos altos. Aunque nos da miedo cambiarnos a una zona en otro pueblo valenciano que haya sufrido daños y ahora está reformada. Conozco a gente que ha cambiado de piso y sigue teniendo inundaciones”.