El sueño de un británico en Arcos de la Frontera se convirtió en pesadilla cuando un extraño apareció en su cocina
El hombre creía haber comprado un palacio histórico, pero lo que adquirió era una parte de una casa que tenía que compartir con otros vecinos, una fórmula legal originaria del siglo XIX
El flechazo del británico Steven Najda con la localidad gaditana de Arcos de la Frontera fue inmediato. Llegó en los previos de la Semana Santa de 2019 a visitar a unos amigos mientras se recuperaba de un derrame cerebral y se enamoró del bello pueblo blanco, sus empinadas calles y “su ambiente”, según relata. En medio de ese romance, se topó con un cartel de “Se vende” colgado de uno de sus monumentos civiles más destacados, la Casa del Conde del Águila, un edificio del siglo XIII que se decidió a comprar. Pero el...
El flechazo del británico Steven Najda con la localidad gaditana de Arcos de la Frontera fue inmediato. Llegó en los previos de la Semana Santa de 2019 a visitar a unos amigos mientras se recuperaba de un derrame cerebral y se enamoró del bello pueblo blanco, sus empinadas calles y “su ambiente”, según relata. En medio de ese romance, se topó con un cartel de “Se vende” colgado de uno de sus monumentos civiles más destacados, la Casa del Conde del Águila, un edificio del siglo XIII que se decidió a comprar. Pero el sueño andaluz de Najda se esfumó poco tiempo después cuando se encontró con un extraño en su cocina. Resultó que había comprado una parte de la finca y que justo esa estancia y el patio eran compartidos con otros vecinos.
“Todo empezó una mañana cuando apareció un extraño con su perro”, según ha relatado el británico al periódico inglés Daily Mail y ha confirmado posteriormente a EL PAÍS. El hombre de 67 años, farmacéutico de profesión, asegura ahora sentirse “en un limbo” y se ha animado a contar su caso con la confianza de que no vuelva a ocurrir algo así, según ha explicado en una conversación por escrito. Najda, originario de Huddersfield (en Yorkshire, al norte de Inglaterra), asegura sentirse engañado en el proceso de compra y está en proceso de búsqueda de un nuevo abogado que estudie su caso para ver si puede tomar medidas legales.
Najda compró la propiedad en Arcos (30.953 habitantes) hace ya cinco años por 135.000 euros. Fue después de contactar directamente con el propietario del inmueble y quedarse prendado de dos apartamentos de unos 30 metros cuadrados en el interior de la finca, un palacio del siglo XIII que sobresale en la cuesta de Belén gracias a su portada tardogótica del siglo XVI. El británico asegura que creía estar comprando también un patio y una cocina, vinculada a ese patio y la entrada. “No sé qué estaba registrado, pero pensé que estaba comprando la propiedad. Mi abogado o el notario nunca mencionaron la cocina como “compartida”; ambos hablaban inglés, ¡pero omitieron mencionar esta información vital!”, explica.
El desencuentro con los vecinos se ha ido agravando con los años, según apunta Najda, después de que desapareciese de la cocina “una máquina de café de 1.000 euros” de su propiedad, las macetas del patio o el sistema de riego de estas. Además, asegura que otro de los propietarios le está “robando el agua”, así que ya apenas visita el inmueble. “Me han dejado en el limbo. Quiero vivir en mi propiedad, pero no quiero que la gente vaya y venga a voluntad. Quiero quedarme pero hay que resolver las cuestiones legales”, asevera Najda.
El problema radica en que, aunque lo desconociese, el británico adquirió una parte de casa, una fórmula legal que hunde sus raíces en el siglo XIX, mucho antes de la existencia de la Ley de Propiedad Horizontal de 1960. La fórmula, común también en Cádiz capital en los conocidos popularmente como “partiditos”, está relacionada a su vez con la entrada en declive de grandes palacetes y palacios que acabaron siendo vendidos o alquilados compartimentados por trozos y en los que los vecinos compartían zonas comunes, como cocinas, cuadras o almacenes.
“Ese es el pan nuestro de cada día”, explica la abogada arcense Lola Rodríguez Caro, familiarizada desde hace 30 años en resolver un proceso burocrático muy habitual en Arcos y que, en los procesos de venta, implica elaborar una nueva escritura que se eleva al Registro de la Propiedad y del que deben tener conocimiento el resto de los condueños. Aunque Caro desconoce al detalle el caso de Najda, se inclina a pensar que el problema en la Casa del Conde del Águila es que, probablemente, la cocina sea una zona común del inmueble, como suele ocurrir con los portales o las escaleras.
“Si existe ese derecho comunal se puede hablar con el resto de vecinos para llegar a un acuerdo”, explica la letrada. Es algo que el británico, que asegura haberse gastado ya 25.000 euros en arreglar vigas de zonas como la cocina, se ha planteado hacer, pero que no ha podido porque su anterior abogado “no ha convocado a los vecinos para una reunión”. Además, explica que la solución no sería sencilla, dada la configuración del inmueble con puertas a los vecinos en la cocina y en una planta superior, de la que los otros propietarios tienen llave para subir a la azotea del inmueble.
“En el centro Arcos hay que tener mucho cuidado cuando se compra una casa porque es como un hormiguero con huecos. Vas a comprar una propiedad y resulta que una habitación pertenece a otro. Hay que mirar bien los papeles porque si no son muchos trámites”, asegura una vecina cercana que gestiona un hotel con encanto y pide anonimato. Otra fuente, cercana al Registro de la Propiedad de la zona, confirma la impresión y asegura que es común encontrarse situaciones así “en palacios que se han ido cortando con los años”.
Najda asegura sentirse ahora en un limbo del que no sabe cómo salir. “Tal como está vale muy poco. Obtener la propiedad exclusiva de la cocina y el patio lo haría más habitable o vendible”, apunta como posibilidad, aunque reconoce no haber tomado aún ninguna decisión. Mientras, su capricho andaluz —o al menos parte de él— sigue cerrado a cal y canto en pleno centro histórico de Arcos. La portada de su casa difícilmente pasa desapercibida. Su puerta y su ventana geminada superior, realizadas en cantería, parecen volar sobre una calle que se rebajó en el siglo XIX y dejó la bella portada casi en volandas. Raro es el turista que no se pare a contemplar el inmueble. Distinto es que sepan que en su interior un sueño se torció a cuentas de una cocina.