Ni concierto ni cupo: federalismo
Todo lo que se dice hoy ya se dijo en 1993, cuando Felipe González cedió el 15% del IRPF, y en 1996, cuando Aznar lo amplió al 30%
En la época del relato importa especialmente el significado de las palabras, no siempre suficientemente claro en el acuerdo entre el Partit dels Socialistes de Catalunya y Esquerra sobre la futura financiación catalana. Según los republicanos, es un sistema de concierto, en la estela del “pacto fiscal” exigido por Artur Mas a Rajoy en 2012 con el aval de una amplia mayoría del Parlament. El entonces presidente catalán lo propuso en mitad de una crisis financiera que situó a España al borde de la quiebra y a la moneda europea de su desaparición, con un Gobierno del PP con mayoría absoluta y un ...
En la época del relato importa especialmente el significado de las palabras, no siempre suficientemente claro en el acuerdo entre el Partit dels Socialistes de Catalunya y Esquerra sobre la futura financiación catalana. Según los republicanos, es un sistema de concierto, en la estela del “pacto fiscal” exigido por Artur Mas a Rajoy en 2012 con el aval de una amplia mayoría del Parlament. El entonces presidente catalán lo propuso en mitad de una crisis financiera que situó a España al borde de la quiebra y a la moneda europea de su desaparición, con un Gobierno del PP con mayoría absoluta y un presidente que hizo virtud de la inacción. Sabía la respuesta y tenía preparada la reacción. El impulso que tomó el independentismo se ha mantenido hasta ayer mismo, pero todo fue de mal en peor a partir de entonces para Convergència i Unió, la coalición que había protagonizado la construcción de la autonomía.
Aquella propuesta que Rajoy rechazó pudo tener otra respuesta. Quizás no inmediata en resultados, pero sí en consideración y diálogo. La tuvo en desprecio. Mas conservaba vanamente la esperanza de una salida de última hora que convirtiera su órdago en un éxito electoral. Era una tercera vía: ni estatus quo, ni secesión. El no a todo de Rajoy marcó el camino de la radicalidad, impulsó la desobediencia a los tribunales, la vulneración del Estatut y la Constitución y el ridículo final de una declaración de independencia inconsecuente, de la que surgiría el obligado rendimiento de cuentas judicial y el sufrimiento personal y colectivo resultante.
También el socialismo catalán propuso alguna forma de tercera vía, tanto entonces como ahora, sufriendo como consecuencia el simétrico reproche del secesionismo y del unitarismo. De un lado, por aguantar el tipo con la legalidad constitucional, la aprobación de la intervención de la autonomía por el artículo 155, el discurso del Rey y las manifestaciones públicas de rechazo al independentismo; y del otro, por la amnistía y el acuerdo de financiación singular para Cataluña.
Todo lo que hoy se dice ya se ha dicho antes, desde 1993 cuando Felipe González cedió el 15% del IRPF y de 1996 cuando fue Aznar quien amplió la cesión al 30%, con la propina competencial de los Mossos, la policía integral catalana. No hay ni una sola novedad en la discusión, sobre la inconstitucionalidad, la insolidaridad y la igualdad supuestamente vulnerada, el temible e inasible confederalismo o la precaria unidad de España. Quien quiera puede llamarle concierto, aunque no lo sea. Apenas tiene importancia, porque lo que cuenta es el cálculo del cupo, donde vascos y navarros, con el acuerdo siempre del PP, son maestros en obtener saldos negativos para el Estado. Si hay solidaridad, es federalismo: unión y libertad, lealtad y confianza federales, con base estatutaria y constitucional. Todo puede descarrilar todavía, pero el acuerdo señala el futuro, que es el de España. ¿Alguien tiene una idea mejor y más convincente?