Las llamas expulsaron a los veraneantes de Monsagro
Los desalojados de la zona de Salamanca afectada por los incendios se instalan en Ciudad Rodrigo
Mesas de plástico a la fresca, una intensa partida de tute, bocadillos y agua fría: parece un julio normal para los veraneantes de Monsagro (Salamanca, 140 habitantes). Pero hay trampa: en lugar de descansar en su pueblo han sido evacuados a Ciudad Rodrigo, a 30 kilómetros de distancia, porque los incendios que carbonizan la zona limítrofe de Salamanca y Cáceres cercan su lugar de veraneo.
Lauri Mateos, de 60 años, ejercede embajadora de Monsagro, que estos meses llega a 400 vecinos. “¡Es un paraíso en condiciones normales!”, asegura. Sin fuegos, claro. El humo negro que empezó a extend...
Mesas de plástico a la fresca, una intensa partida de tute, bocadillos y agua fría: parece un julio normal para los veraneantes de Monsagro (Salamanca, 140 habitantes). Pero hay trampa: en lugar de descansar en su pueblo han sido evacuados a Ciudad Rodrigo, a 30 kilómetros de distancia, porque los incendios que carbonizan la zona limítrofe de Salamanca y Cáceres cercan su lugar de veraneo.
Lauri Mateos, de 60 años, ejercede embajadora de Monsagro, que estos meses llega a 400 vecinos. “¡Es un paraíso en condiciones normales!”, asegura. Sin fuegos, claro. El humo negro que empezó a extenderse este lunes desde Cáceres ha sembrado miedo, incertidumbre y desalojos: “Monsagro tenía una oscuridad que parecía el fin del mundo”, dice.
La proximidad de su localidad al frente ardiente, alimentado por el calor extremo y vientos desfavorables, propició que el martes recibieran el aviso fatídico. Tocaba hacer un petate rápido, montar en los coches y abandonar sus casas. Destino, la escuela-hogar Los Sitios de Ciudad Rodrigo, un antiguo palacete con habitaciones para las dos docenas de personas reubicadas. El resto se ha alojado con familiares de la zona mientras aguardan noticias de los bomberos. Conducir desde la comarca de Las Hurdes (Cáceres), origen del fuego, hacia la localidad mirobrigense, con rótulos que alertan de hielo en invierno, implica cambiar unas columnas de humo por otras, pues los focos se ceban con ambos lados de la frontera entre provincias. La tensión se lleva mejor en compañía, entretenidos y con camas de antiguos estudiantes disponibles. “Mejor imposible, estamos muy bien atendidos”, agradece Mateos, en sintonía con sus vecinos. Ella vive en Madrid, pero confiaba en pasar unas semanas tranquilas en su Monsagro y, con ironía y resignación, asume que mal ha empezado el verano.
Los mayores también tiran de paciencia ante esta extraña fase de sus vacaciones. César Mateos, de 81 años, aprovecha el grosor de los muros de piedra para refugiarse de los casi 40 grados que azotan la provincia. “Iba a venir mi otra hija, pero ha preferido no verlo gris y con ceniza”, indica el residente en Zaragoza. El hombre reclama bosques bien cuidados para evitar que los incendios se propaguen. “Cuando había cabras se comían el matorral, pero ahora ya…”, evoca. El párroco local, José Efraín, no conoció esa época por sus 31 años, pero sí sabe las necesidades de su rebaño: “Yo lo que he hecho es estar”. A él acuden con preguntas e inquietudes y él intenta tranquilizarlos. El apoyo divino se mezcla con el racional que presta Jessica Marques, que a sus 39 años asiste psicológicamente a ese grupo, en su mayoría anciano, que teme haber perdido su hogar. La mujer les relativiza el problema e intenta que recuerden al detalle lo ocurrido mediante un “vaciado emocional y relato cronológico” para evitar “lagunas” derivadas del estrés que pueden desencadenar traumas.
En las literas se reparten los grupos familiares, aunque alguno como Antonio Chacón, de 60 años, echa en falta la maquinilla de afeitar, pues al salir escopetado no le dio ni tiempo a cogerla. “¡Un bar nos ha regalado bandejas de calamares!”, aplaude, y valora la disposición del alcalde de Ciudad Rodrigo, Marcos Iglesias (PP), que los acompaña en estos ratos y les ha proporcionado apoyo. Luis Mateos, de 74 años y orgulloso seguidor del Athletic desde los 60 años que lleva en Santurzi (Bizkaia), resume el sentir de quienes cada año vuelven a Monsagro: “No queremos perder nuestras raíces”.
Ciudad Rodrigo también acoge en un albergue a un grupo de extremeños procedentes de Las Hurdes. Fidela Pino, de 74 años, viene de Ladrillar, donde comenzó el frente que se extendió hacia el norte. “Cayó un rayo tan gordo, tan gordo que las chispas se encendieron”, rememora esta residente habitual en Gijón, a quien también le han fastidiado el verano, pero no por ello dejará de volver cuanto antes al lugar donde nació. El cónclave que se refresca con cerveza incluye a Fermín Domínguez, con 63 años, que vive en Guadalajara; Juan Domínguez, de 79, que pasa todo el año en Cabezo (Cáceres) tras décadas en Cataluña; y Faustino Domínguez, de 88, logroñés de adopción. “¡A ver lo que nos encontramos cuando lleguemos!”, exclaman, medio dolidos por el escenario que se avecina, medio deseosos de acabar con este periplo.