Elecciones, una adicción peligrosa

Los partidos, enredados en sus juegos de salón, le han cogido gusto a las llamadas extemporáneas a las urnas

El candidato de Vox en Castilla y León, Juan García-Gallardo (izquierda), y el líder de Vox, Santiago Abascal, en la noche electoral del pasado domingo.Photogenic/Claudia Alba (Europa Press)

Iván Redondo se cansaba de asegurar que él no había tenido nada que ver en la aventura descabellada de la repetición electoral de 2019. Ya entonces, cuando ejercía de genio entre bambalinas de La Moncloa, costaba trabajo creerle. Y mucho más ahora, que ha dejado de susurrar al oído de los que mandan y ha tenido el gesto generoso de regalar al pueblo en general sus lecciones de estrategia política.

El ex jefe de gabinete de Sánchez, ejemplar perfecto de esa casta...

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Iván Redondo se cansaba de asegurar que él no había tenido nada que ver en la aventura descabellada de la repetición electoral de 2019. Ya entonces, cuando ejercía de genio entre bambalinas de La Moncloa, costaba trabajo creerle. Y mucho más ahora, que ha dejado de susurrar al oído de los que mandan y ha tenido el gesto generoso de regalar al pueblo en general sus lecciones de estrategia política.

El ex jefe de gabinete de Sánchez, ejemplar perfecto de esa casta de milagreros que pulula por los partidos, no cesa de proponer en sus comentarios en los medios audaces golpes de efecto. Suelen consistir en convocar elecciones cuando nadie se lo espera, un truco infalible para quien lo sepa manejar. Las elecciones, el momento supremo de la democracia, concebidas como una partida de ajedrez, con los votantes como piezas obedientes a las visionarias anticipaciones de los Bobby Fischer de la consultoría. Ya puede estar el país como esté que en las mesas de los grandes cerebros de la política lo que se debate es cuándo conviene lanzar el grito de “¡a jugar!”.

El PP desplegó sus piezas el pasado mayo en Madrid y le salió bien. Entonces su movimiento era una respuesta a otra de esas jugadas del rival ideadas como una maravilla táctica hasta que se revelan una chapuza inconmensurable: la moción de censura en Murcia. Meses después, los sabios de Génova, agobiados por problemas internos que precisamente se originaron en aquellas elecciones madrileñas, idearon el ataque más intrépido. Ya no se trataba solo de forzar una convocatoria electoral extemporánea, sin molestarse siquiera en ofrecer una justificación creíble. Ahora iba a ser una triunfal sucesión de comicios fuera de calendario, una blitzkrieg apabullante que dejaría al adversario sin aliento. El primer envite, en Castilla y León, ha terminado en una victoria con todos los elementos de lo que etimológicamente se define como pírrica: aquella que acarrea más daños que ganancias.

Al PSOE ya le pasó con la repetición electoral de 2019. Sin ella, el Gobierno de coalición dispondría de diez escaños más (165) y es muy posible que no necesitase del despiste de un diputado opositor para aprobar una reforma laboral. Y Vox seguiría con 24 diputados, no con los 52 que luce ahora. Porque aquella maniobra maestra de los socialistas tuvo las mismas consecuencias que el tiro por la culata del PP el pasado domingo: encumbrar a la extrema derecha.

Como los ciudadanos siguen acudiendo resignadamente a las urnas, los estados mayores de los partidos persisten en sus distracciones de salón. La realidad va por un lado y los malabarismos de la política por otro. Mientras las tertulias de Madrid ardían ante las elecciones en Castilla y León, dos de cada tres llamados a las urnas declaraban su desinterés por una convocatoria que nadie entendía. Pero está visto que las campañas crean adicción. Y no hay adicción que no resulte peligrosa.

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