En las dos orillas de la inmigración

Houssam, que llegó en patera a los 17 años, ayuda ahora como voluntario a quienes arriban a la costa de Alicante

Houssam Lousfi, inmigrante marroquí que cruzó el Estrecho en patera cuando era menor y, tres años después, colabora con Cruz Roja como voluntario en Alicante y ha pedido asilo político por homosexual.PEPE OLIVARES

Al segundo intento en apenas un mes, Houssam Lousfi (nacido en Fquih Ben Salah, Marruecos, en 2001) logró cruzar el Estrecho en una patera. Fue en 2018. La travesía, junto a otros 67 migrantes inmóviles, empapados de agua, orines y vómitos, acabó cuando los recogió Salvamento Marítimo y los trasladó al puerto de Barbate (Cádiz). Él tenía 17 años y engrosó el grupo de los menores extranjeros no acompañados. Tres años después, Houssam vive en Alicante,...

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Al segundo intento en apenas un mes, Houssam Lousfi (nacido en Fquih Ben Salah, Marruecos, en 2001) logró cruzar el Estrecho en una patera. Fue en 2018. La travesía, junto a otros 67 migrantes inmóviles, empapados de agua, orines y vómitos, acabó cuando los recogió Salvamento Marítimo y los trasladó al puerto de Barbate (Cádiz). Él tenía 17 años y engrosó el grupo de los menores extranjeros no acompañados. Tres años después, Houssam vive en Alicante, ha aprobado la ESO, pleitea contra la Administración para que le acepten un contrato como cuidador de ancianos y colabora con Cruz Roja como mediador y traductor de las personas que siguen arribando a la costa alicantina en barcazas como la suya. Ha salido del armario y ha pedido asilo por su orientación sexual.

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Lousfi es el menor de tres hermanos, dos chicos y una chica. Los dos varones salieron del pueblo, en el que ya solo quedan parejas mayores, ancianos y mujeres, para tratar de ganarse la vida. “Allí, los padres nos mandan a Europa como fuente de ingresos”, cuenta con resignación. “Te lo pintan muy bien y al principio yo estuve de acuerdo”, recuerda, “pero la realidad es muy dura”. “No me arrepiento”, continúa, “la experiencia me ha enseñado muchas cosas buenas, mucha gente me ha ayudado, pero al final estás solo”. “Sin la familia”, precisa.

Del trayecto hasta Tánger, la furgoneta que acarreó a los tripulantes a la patera, la llegada de la policía que frustró la partida y el mes que tuvo que esperar hasta la segunda intentona, Lousfi se acuerda bien. De lo que sucedió al llegar a puerto en Cádiz no recuerda nada. “Lo normal es asustarse, tener mucho miedo. Unos se ponen agresivos y otros, como yo, empanados [abrumados por la situación]”, explica. Ese es el motivo por el que, después de un periplo por Cádiz, Granada, Almería, Valencia y Alicante en busca de un contrato para lograr los papeles, decidió ayudar a quienes llegan por mar al igual que hizo él. Desde agosto del año pasado colabora con Cruz Roja.

Primero, como traductor. “El idioma es muy importante, da confianza”, sostiene. “Cuentas tu historia, que es como la de ellos, se relajan y confían más en ti”, prosigue. Luego, como mediador. “Les ofrecemos plazas en centros de acogida. Trato de explicarles lo que van a hacer y adónde van a ir, darles toda la información”. El joven cuenta que, de esta forma, “ves las cosas desde el otro punto de vista” y puedes “entender a las dos partes”. “Vivir la experiencia es la mejor manera de tener empatía”, sentencia. A cambio, él gana “tranquilidad”: “El voluntariado es bastante egoísta, te hace sentir mejor y logra que te olvides de tus problemas”.

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Él mismo habría agradecido una buena mediación para entender la burocracia española en cuestión de extranjería. Cumplió los 18 en un centro para menores de Villena (Alicante), en el que recaló tras varios tumbos de familiar en familiar. Se trasladó a Alicante, donde encontró un empleo en negro “en las hamacas de la playa”. En febrero de 2020 logró un contrato como cuidador de mayores, “pero Extranjería lo rechazó, por entrar fuera de plazo”. Desde entonces, una abogada de oficio le representa en un contencioso con la administración para regularizar su situación.

La vida en España, mientras tanto, lo sacó del armario. “En Marruecos rechazaba la homosexualidad porque está penada y muy mal vista”, confiesa. Pero ahora vive con su pareja, un español de 29 años, y ha hablado de su orientación sexual con su madre y sus hermanos, que “no se lo han tomado en serio”. Lo asumen, dice, como un tema de conversación más antes de hablar de envíos de dinero. “Mi vida la llevo yo y me da igual lo que digan porque soy independiente”, afirma Lousfi.

Ha aprobado la ESO, se prepara para el bachillerato, mantiene una búsqueda activa de trabajo y sueña con ser Policía Nacional. “Es una labor que te permite entrar en contacto con muchos colectivos, proteger a una persona y ayudar al resto”, dice. “De ese contacto es de donde sale tu humanidad”.

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