Toni Cantó no necesita carnet de afiliado
Su fichaje por el PP le permitirá seguir demostrando cómo de hábil es en el arte de superar obstáculos a base de cabalgar contradicciones
En octubre de 1969 el Partido Comunista Italiano (PCI) expulsó de sus filas a un puñado de intelectuales por discrepar estos, públicamente, de la decisión del partido de condenar la invasión soviética de Checoslovaquia. Entre los proscritos figuraban Aldo Natoli y todo el equipo del periódico Il Manifesto. Informado de su repudio, Natoli dijo lacónicamente: “Para ser comunista no hace falta carnet”.
Sigo por obligación, con desapasionamiento y pereza, ...
En octubre de 1969 el Partido Comunista Italiano (PCI) expulsó de sus filas a un puñado de intelectuales por discrepar estos, públicamente, de la decisión del partido de condenar la invasión soviética de Checoslovaquia. Entre los proscritos figuraban Aldo Natoli y todo el equipo del periódico Il Manifesto. Informado de su repudio, Natoli dijo lacónicamente: “Para ser comunista no hace falta carnet”.
Sigo por obligación, con desapasionamiento y pereza, la actualidad informativa en torno a Toni Cantó. Tiene mérito, con la que está cayendo -pandemia, falta de vacunas, y amenaza de una cuarta ola-, y la competencia de otros gladiadores políticos arrojados a la arena -mociones de censura, vicepresidente que se larga, elecciones madrileñas- concitar tanto interés mediático. No sé si es más mérito suyo, de Cantó, o demérito nuestro, de los medios de comunicación. El caso es que Cantó podría decir, como Natoli, que para sentirse parte de un proyecto no necesita militar en él. Y se ha puesto a la faena.
Ahorraré al lector el castigo de repasar el currículo de este saltimbanqui de la política que, como un bonobo, va de liana en liana, de sigla en sigla, aunque nunca ha dado un salto sin red: cada vez que ha abandonado una formación lo ha hecho con la seguridad de encontrar acomodo, bien retribuido, en otra. Sus hagiógrafos -aún mantiene algunos que, como acríticos vasallos, cierran los ojos ante los desmanes de su señor- se afanan en ver un vaso medio lleno donde los demás observamos un recipiente vacío. Vacío de lealtad a sus 470.676 electores valencianos, a sus diecisiete compañeros de escaño en el Parlamento valenciano, a los principios que decía defender. Puede parafrasear a aquel Marx, este sí un gran cómico, de nombre Groucho, a quien la leyenda urbana atribuye la frase: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”.
En los inicios de su carrera política, el ahora candidato a la Asamblea de Madrid, Pablo Iglesias, confesó en una entrevista concedida a la agencia Efe que hacer política implica cada día “asumir decisiones difíciles y cabalgar contradicciones”. Toni Cantó se ha revelado como un experimentado jinete. Su fichaje por el PP le permitirá seguir demostrando cómo de hábil es en el arte de superar obstáculos a base de cabalgar contradicciones.
Desembarca en el PP como independiente -ya saben, no hace falta carnet para ser comunista- y dispuesto, entendemos, a tragar con todo aquello que se anunció listo a combatir cuando decidió compatibilizar los escenarios y platós televisivos con el ejercicio de la política. Pone su nombre, su fama, su telegenia, su capacidad discursiva y sus muchos recursos, a qué negarlos, al servicio de una formación que, según sus propias palabras, que no de quien suscribe, era “una máquina de corrupción masiva”. Las generalizaciones son cómodas, pero desacertadas. No entraré a fondo en otras minucias de Cantó, tales como poner verde perejil al presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, con quien hasta hace apenas un par de meses ha protagonizado algunas escenas de afecto político más que memorables, de quien hablaba con un respeto que parecía profundo y sincero, y con quien estaba deseoso de alcanzar acuerdos para “liberarle” de sus socios nacionalistas y comunistas. Léase Compromís y Unidas Podemos.
Es probable que Cantó acabe ocupando un puesto destacado en el próximo organigrama del gobierno de la Comunidad de Madrid si Isabel Díaz Ayuso, además de ganar en votos, logra sumar los escaños exigidos para articular un gobierno de coalición que, sí o sí, pasará por el concurso de Vox. Consejero de Cultura, apuntan algunos. Aún más: hay analistas que ven en la Ayuso triunfadora el recambio para un Pablo Casado con tantas vías de agua en su liderazgo que ni el más experto calafateador sería capaz de evitar su hundimiento. Y de ahí, desde el liderazgo del PP, a la presidencia del Gobierno de España, y con ella y junto a ella, nuestro Toni Cantó podría aspirar a otras más altas magistraturas. Sí, sí, ya sé, el cuento de la lechera. En los últimos años hemos visto algunos cuentos de la lechera que se han hecho realidad. Verbigracia, Pablo Iglesias vicepresidente del Gobierno de España.
Pienso que el gesto más honrado de Cantó cuando anunció que abandonaba la política hace apenas quince días, fue renunciar a su acta de diputado en las Cortes Valencianas y no acantonarse, como hacen la mayoría, en el grupo de no adscritos. Lo pensaba y lo dije, con gran regocijo del colega Víctor Romero, de El Confidencial, quien sospechó desde el primer momento que en esa determinación había trampa y cartón. Yo erré. Él, no.