Yo no fallaré
En el discurso más difícil de su reinado, Felipe VI se compromete a no tener indulgencia con el comportamiento de su padre, sin nombrarlo, y se declara distinto y distante de su progenitor
Desde que entró en la treintena, Felipe de Borbón fue consciente de que las razones que llevaron a millones de republicanos españoles a ser juancarlistas no iban a darse en su caso. Nada hacía prever que el sucesor de la Corona tuviera que embarcarse en acciones o gestos épicos, como los que protagonizó su padre ante la intentona golpista de 1981 o su quehacer en el desarrollo de la transición de la dictadura a la democracia. Su papel para ser aceptado tendría que basarse en la “utilidad” de su jefatura del Estado. Estas consideraciones se le han escuchado a Felipe VI en discretas conve...
Desde que entró en la treintena, Felipe de Borbón fue consciente de que las razones que llevaron a millones de republicanos españoles a ser juancarlistas no iban a darse en su caso. Nada hacía prever que el sucesor de la Corona tuviera que embarcarse en acciones o gestos épicos, como los que protagonizó su padre ante la intentona golpista de 1981 o su quehacer en el desarrollo de la transición de la dictadura a la democracia. Su papel para ser aceptado tendría que basarse en la “utilidad” de su jefatura del Estado. Estas consideraciones se le han escuchado a Felipe VI en discretas conversaciones sobre la base de que él no es su padre.
Cuando don Felipe hacía esa diferenciación a favor del progenitor, aún no habían salido a la luz irregularidades y comportamientos alejados de la ejemplaridad y la ética personal, sin entrar en las más que seguras conductas ilegales en perjuicio de la Hacienda pública.
En el discurso más difícil de su reinado, Felipe VI se compromete a no tener indulgencia con el comportamiento de su padre, y se declara distinto y distante de su progenitor. Todo ello sin nombrar a Juan Carlos I; pero ese es el sustrato del mensaje del monarca en la Nochebuena de 2020. Esta no mención del nombre del padre servirá para que quienes esperaban una condena expresa de Juan Carlos I se reafirmen en que nada hay que elogiar de la posición del hijo.
Los menos tajantes pueden sentirse defraudados al no escuchar el nombre propio del anterior jefe de Estado y haberse perdido entre párrafos no muy claros en relación a lo que esperaban escuchar. En los usos y costumbres de las manifestaciones públicas de la actual Monarquía se ha llegado hasta donde el rey Felipe ha considerado que debía llegar.
Una declaración solemne de que el rey de España está obligado a seguir rajatabla los más estrictos principios morales y éticos, sin excepciones, “por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares”. Ahí puede ponerse el nombre de su padre, en primer lugar, y de cualquier otra persona de su familia si llegara el caso.
Aún de forma más críptica se enmarca la defensa del pacto constitucional en el que entra la Monarquía constitucional como forma de Estado y que él quiere conservar para sí y su dinastía. El Rey se pone al frente de la Constitución para defender su espíritu integrador, y el respeto a la pluralidad y a las diferencias. Las menciones a la defensa de la pluralidad de España no tendrán el menor efecto en el independentismo catalán.
Felipe VI ha dejado escrito y dicho cuál será su forma de actuar como un Rey “reformador” que empieza por cumplir la Constitución y que se le sienta cercano en la adversidad, como cree que ha hecho durante la pandemia junto a la reina Letizia. El Monarca hace mención a barrios, comercios, bares, cines y teatros, que en 2021 con bastante seguridad volverán a recuperar casi la normalidad. Habla de todos los protagonistas de la pandemia, que son todos los que combaten contra ella, desde el trabajador sanitario hasta el científico, con un recorrido por la pesadilla de la pesadilla que ha traído a la sociedad y que él ha conocido de primera mano. Quiere ser útil, de la manera que puede serlo un monarca constitucional, con empatía y con un comportamiento extremadamente ético. Esos principios le incumben a él, a la reina Letizia, a la princesa de Asturias y a la infanta Sofía. A las que menciona en su discurso. No hay más familia.
No aparece el nombre de su padre, así es, pero la condena a su comportamiento impregna el discurso, en una suerte de “yo no fallaré”.