Atrio de cristal

Hay quienes enfilan la M-30 madrileña en busca de una entrada o salida sin encontrar la dirección correcta. Pueden darle la vuelta completa a la ciudad y, en su frustración, acaban por quedarse en el primer hotel que aparece ante el parabrisas de su vehículo. Siempre, siempre, el Nuevo Madrid. Ningún otro letrero resulta más ostensible.

Próximo al Pinar de Chamartín, el hotel exhibe una fachada oscura de vidrio estructural encuadrada en un paralelepípedo troquelado por sus cuatro costados. El acceso desde la ronda es cómodo e inmediato, muy poco cargado de tráfico. El tarifario, por deb...

Hay quienes enfilan la M-30 madrileña en busca de una entrada o salida sin encontrar la dirección correcta. Pueden darle la vuelta completa a la ciudad y, en su frustración, acaban por quedarse en el primer hotel que aparece ante el parabrisas de su vehículo. Siempre, siempre, el Nuevo Madrid. Ningún otro letrero resulta más ostensible.

Próximo al Pinar de Chamartín, el hotel exhibe una fachada oscura de vidrio estructural encuadrada en un paralelepípedo troquelado por sus cuatro costados. El acceso desde la ronda es cómodo e inmediato, muy poco cargado de tráfico. El tarifario, por debajo de la media en establecimientos de su categoría, anima a quedarse. Basta con tomar la rampa junto al jardín de entrada para encontrarse súbitamente aposentado en el garaje.

Ya frente al mostrador de recepción, cuya agilidad en los trámites se agradece de noche, aparece en un inesperado esplendor el atrio, presidido por tres ascensores panorámicos y un vestíbulo alfombrado de rojo, muy de estilo americano. Lástima que el perímetro esté cerrado visualmente, porque retrae a utilizarlo como un foro de integración ciudadana, cada día más valorado por el turismo urbano. Además, la panelación en verde de los pisos llega a oscurecer excesivamente su verticalidad.

Uno de los espacios más agradables es el comedor, minimalista de libro, ambientado por un jardín interior de bambúes acristalado. Tan funcional como su cocina, que evita una huida obligada por el carácter puramente residencial del barrio. Los fines de semana, eso sí, el hotel ofrece un traslado gratuito al centro.

Igual de asépticas y cartesianas son las habitaciones, muchas de ellas de clase ejecutiva, equipadas con una amplia mesa de trabajo, cama grande de matrimonio, rincón selecto de café e infusiones, así como acceso gratuito a Internet. Algunas filtran mal los ruidos de la ciudad, especialmente las que miran a la M-30, pese a su aislamiento homologado.

Casi de incógnito, como quien oculta un tesoro, el centro de convenciones se extiende por el edificio en ocho salones con capacidad máxima de 1.330 personas en disposición de teatro y 1.190 en abierto para cóctel. Todo está preparado para alimentar seminarios de empresas con servicio de azafatas, traducción simultánea y videoconferencias, desayunos privados, banquetes familiares… En fin, una insospechada miniciudad encallada al costado de la principal arteria de circunvalación.

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