Cosas de viejo
A los 87 años me siento con tantas ganas de aventuras y de vivencias como siempre. Pero poco a poco el coche me va fallando. Ya solo me entra la primera. Las ruedas están sin casi presión. Amaga con no arrancar más. Le fallan las luces. En el taller ya no pueden arreglarme nada más. Y sobre todo no puedo comprarme un coche nuevo. Esto, con mucho, es lo peor. No quiero adaptar mi vitalidad a las pocas cosas que aún me permite hacer mi decrépito cuerpo. Este es nuestro problema de viejos. Es inadmisible para muchos adaptarnos a no hacer casi nada, despacito y con dolores. Solo no nos duelen nues...
A los 87 años me siento con tantas ganas de aventuras y de vivencias como siempre. Pero poco a poco el coche me va fallando. Ya solo me entra la primera. Las ruedas están sin casi presión. Amaga con no arrancar más. Le fallan las luces. En el taller ya no pueden arreglarme nada más. Y sobre todo no puedo comprarme un coche nuevo. Esto, con mucho, es lo peor. No quiero adaptar mi vitalidad a las pocas cosas que aún me permite hacer mi decrépito cuerpo. Este es nuestro problema de viejos. Es inadmisible para muchos adaptarnos a no hacer casi nada, despacito y con dolores. Solo no nos duelen nuestras ganas de amar. Es un descubrimiento ver que ahora —cuando ya no competimos— es cuando mejor podemos ser amables, comprensivos, estimadores, estimuladores. Demostrar a cada vecino lo muy digno que es de que se valore. Interesante tarea de viejos.
Pablo Osés Azcona. Fuengirola (Málaga)