Cartas al director

Conectados

Sentado en la sala de espera del médico, como si de un ejército se tratara, veía a los pacientes sentarse y en cuestión de segundos sacar su móvil o tableta. Frente a mí, tres generaciones entorno al móvil: la abuela, la hija y los nietos. Los pacientes continuaban llegando, se sentaban y enmudecían con sus smartphones o sus tabletas, en un ritual interminable. Surrealista. Parece que tengamos que estar siempre conectados a algún tipo de inteligencia artificial. El silencio es aterrador. Siempre me ha interesado lo natural, no forzado ni exigido. No presionado. Lo que se da, sin inter...

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Sentado en la sala de espera del médico, como si de un ejército se tratara, veía a los pacientes sentarse y en cuestión de segundos sacar su móvil o tableta. Frente a mí, tres generaciones entorno al móvil: la abuela, la hija y los nietos. Los pacientes continuaban llegando, se sentaban y enmudecían con sus smartphones o sus tabletas, en un ritual interminable. Surrealista. Parece que tengamos que estar siempre conectados a algún tipo de inteligencia artificial. El silencio es aterrador. Siempre me ha interesado lo natural, no forzado ni exigido. No presionado. Lo que se da, sin intermediarios, ni pantallas, miedos o restricciones. Se puede trabajar el disfrute, la creatividad, la comunicación o cualquier contenido sin poner la exigencia y el resultado como pantalla privativa de toda felicidad.

Esta mañana vi a unos chicos y chicas jugar al fútbol en el patio. Eran mis alumnos, pero sueltos, libres, desconectados parecían otros. Me refiero a la persona libre, no condicionada, que está en vías de extinción.— Diego Gavilán Martín. Alicante.

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