Cartas al director

Contador

El sábado, quise volver a llorar de emoción viendo ese maravilloso deporte apellidado épico. Quise llorar como el día en que Perico ganó la Vuelta a España del 85 camino de Segovia, o con el mismo Perico saliendo de la niebla en Luz Ardiden en el Tour de ese mismo año. Quise llorar como lloraba el gigantón Eros Poli cuando llegaba a Carpentras después de subir el Mont Ventoux en solitario para evitar el fuera de control, o con Chiappucci llegando a Sertrieres en una escapada que pudo culminar gracias a una pájara del robot Indurain. Quise llorar como el día que Jalabert cedió la victoria en Si...

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El sábado, quise volver a llorar de emoción viendo ese maravilloso deporte apellidado épico. Quise llorar como el día en que Perico ganó la Vuelta a España del 85 camino de Segovia, o con el mismo Perico saliendo de la niebla en Luz Ardiden en el Tour de ese mismo año. Quise llorar como lloraba el gigantón Eros Poli cuando llegaba a Carpentras después de subir el Mont Ventoux en solitario para evitar el fuera de control, o con Chiappucci llegando a Sertrieres en una escapada que pudo culminar gracias a una pájara del robot Indurain. Quise llorar como el día que Jalabert cedió la victoria en Sierra Nevada, o aquel maravilloso 29 de julio de 1998 en el que encabezó la deserción del Tour de la epo ante la persecución policial a los ciclistas, el día de la dignidad. Pero no pude llorar, pues Contador nunca me emocionó, serán sus formas o esos gestos finales al cruzar la meta. No lo sé; creo que amo este deporte por encima de ningún otro y siento no poder decir que lloré cuando vi a Contador cruzar la meta del Angliru.— Alfredo Alba Marín. Marines (Valencia).

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