Nochebuena o ‘nochemierda’

Esas fiestas dividen el planeta, son un Madrid-Barça. La Navidad, o la amas o la odias. No admite medias tintas

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Viene la Navidad: mañana se les echa encima, por ahí resopla.

Esas fiestas dividen el planeta, son un Madrid-Barça. La gente no se declara enemigo visceral del verano o fan del puente del Pilar (de todo hay, sí, déjenme avanzar), pero la Navidad, o la amas o la odias. No admite medias tintas.

Separa irremediablemente a los que la esperan entusiastas desde octubre, que ya tienen preparados infinitos abalorios y se mueren por colgarlos en todos los quicios y rincones expeditos de sus casas; y los que mueren por que acabe todo, caminan airados por las calles peatonales ignorando las...

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Viene la Navidad: mañana se les echa encima, por ahí resopla.

Esas fiestas dividen el planeta, son un Madrid-Barça. La gente no se declara enemigo visceral del verano o fan del puente del Pilar (de todo hay, sí, déjenme avanzar), pero la Navidad, o la amas o la odias. No admite medias tintas.

Separa irremediablemente a los que la esperan entusiastas desde octubre, que ya tienen preparados infinitos abalorios y se mueren por colgarlos en todos los quicios y rincones expeditos de sus casas; y los que mueren por que acabe todo, caminan airados por las calles peatonales ignorando las ofertas enmarcadas en nieve artificial y viven silenciando grupos de WhatsApp hasta el 8 de enero.

A mí me entusiasma la Navidad. Soy hincha del primer grupo.

No por motivos religiosos; no milito en esa liga, por más que me reclutaran desde chica.

Tampoco por motivos comerciales. Me pone muy nerviosa que me atufen con zalamerías de amor a cambio de dinero en cada esquina, en Internet, en mi móvil. Me disgusta imaginar que tengo que valorar en euros cuánto quiero a mi familia y amigos.

Me encanta la Navidad por un impulso genuino de reencontrarme con mi familia al completo, juntos, compartiendo el puro estar. Cada año soy testigo del crecimiento aleatorio y sorprendente siempre de mis seres amados. Y me encanta. Disfruto de las comilonas medievales (conquistar los estómagos, entrar al amor por las tripas) con la gente que me significa, les veo reír y me invade una alegría intangible y ajena a todas las fruslerías rojas y brillantes.

Soy nochebuener. Tan ñoño como cierto.

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