Columna

Atléticos

Resulta que, teniendo entradas, no van a la final de la Champions, incapaces de soportar la idea de presenciar en directo una hipotética derrota de su equipo

Champions, At de Madrid - Bayern de Munich CLAUDIO ÁLVAREZ

Son dos tíos como dos castillos. Dos señores con una autoestima a prueba de bomba, un altísimo concepto de sí mismos y un foso de 100 metros plagado de caimanes que vadear a nado antes de poder tocarles un pelo. El uno, un gerifalte acostumbrado a dar y recibir puñaladas mortales sin evidenciar mácula alguna en su piel de elefante ni su sonrisa de cocodrilo. El otro, un reportero especializado en hacer como que les compra el ungüento a los vendedores de crecepelo para luego dejarlos en cueros vivos. Dos colegas. Dos compañeros. Dos cracksdel oficio, cada uno en su estilo. Normalmente ...

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Son dos tíos como dos castillos. Dos señores con una autoestima a prueba de bomba, un altísimo concepto de sí mismos y un foso de 100 metros plagado de caimanes que vadear a nado antes de poder tocarles un pelo. El uno, un gerifalte acostumbrado a dar y recibir puñaladas mortales sin evidenciar mácula alguna en su piel de elefante ni su sonrisa de cocodrilo. El otro, un reportero especializado en hacer como que les compra el ungüento a los vendedores de crecepelo para luego dejarlos en cueros vivos. Dos colegas. Dos compañeros. Dos cracksdel oficio, cada uno en su estilo. Normalmente se ignoran educadamente, como nos ignoramos los peces gordos y los chicos en los acuarios de la vida, cada uno con su estela de excrementos y burbujas a la chepa. Pero estos dos llevan toda la semana intimísimos. Se buscan. Se huelen. Se chistan. Se encuentran por las esquinas y se ponen a hablar de lo suyo como adolescentes en celo. Algo traman.

Ayer les oí contarse sus cuitas. Resulta que, teniendo entradas, no van a la final de la Champions, incapaces de soportar la idea de presenciar en directo una hipotética derrota de su equipo. Demasiado sufrimiento para esos corazoncitos. Confieso que me invadió una ternura infinita y una envidia asesina. El fútbol me aburre que me mata. Prefiero leerme a destajo el sumario de la Gürtel a ver un partido en la tele. Pero yo quiero una pizca de esa droga capaz de convertir a dos tiarrones de 50 tacos en críos de tercero de primaria cambiando cromos. Esa ilusión. Esa excitación de las vísperas. Ese vivir sin vivir en uno. Yo quiero esa pasión gratuita. Cuando, ilusa de mí, les pregunté qué les da el asunto para tenerlos en ese estado, se miraron como no dando crédito a las tonterías que hay que oír por el mundo y me contestaron que son del Atleti, como si eso lo explicara todo y yo fuera boba de baba. Pues eso, que igual tienen razón. Qué envidia.

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