¿Cómo puede ser?

Iban detrás de Dani Rovira. Le dieron alcance y le empezaron a hacer fotos a tutiplén. Esa escena, presenciada por mí desde la lejanía, me golpeó fuerte en el ánimo

El actor Dani Rovira.cordon press

¿Cómo puede ser que todavía pueda viajar en metro tranquilamente? ¿Cómo puede ser que el otro día estuviera plantificado en medio del vagón cambiando con mi sola presencia toda la energía, lanzando miradas inquisitivas, apremiantes aquí y allá y que nadie fuera capaz de reconocerme, acercarse a mí, y pedirme al menos una foto? ¿Cómo puede ser? ¿Y que después de pasearme Gran Vía para arriba, Gran Vía para abajo la única persona que se me acercara fuera una voluntaria de Aldeas Infantiles, y que ni tan siquiera ella, después de facilitarle mis datos, mi cuenta bancaria, mientras no dejaba de mi...

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¿Cómo puede ser que todavía pueda viajar en metro tranquilamente? ¿Cómo puede ser que el otro día estuviera plantificado en medio del vagón cambiando con mi sola presencia toda la energía, lanzando miradas inquisitivas, apremiantes aquí y allá y que nadie fuera capaz de reconocerme, acercarse a mí, y pedirme al menos una foto? ¿Cómo puede ser? ¿Y que después de pasearme Gran Vía para arriba, Gran Vía para abajo la única persona que se me acercara fuera una voluntaria de Aldeas Infantiles, y que ni tan siquiera ella, después de facilitarle mis datos, mi cuenta bancaria, mientras no dejaba de mirarle a los ojos, fuera capaz de saber quién tenía delante? Pero vamos a ver: ¿qué hay de mis situaciones de agobio consustanciales a la fama? ¿Acaso no merezco, ya que soy el protagonista de una serie de éxito emitida en prime time, además de tener una dilatada carrera de más de una década en el mundo de la comedia, que la gente se me acerque en hordas, me zarandeen y me griten, locos de entusiasmo? ¿Cómo es posible que todavía me mueva en este cruel anonimato, como uno más, invisible e ignorado?

La otra tarde vi llover, vi gente correr… iban detrás de Dani Rovira. Le dieron alcance, le empezaron a hacer fotos a tutiplén (con flash y bien cerquita de la cara), hasta que en un momento dado el afortunado muchacho pudo zafarse de sus huestes y meterse en un taxi. Esa escena, presenciada por mí desde la lejanía, me golpeó fuerte en el ánimo. Y aunque lo intenté, no pude reprimir una voz interior que me decía: “¡Qué envidia!”.

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