El rock de Knausgård calienta la noche de Nueva York

La fiebre en torno al autor noruego se desata en una cita entre escritores y editores en un viejo club de ‘strippers’

Nueva York -
Karl Ove Knausgård, en Nueva YorkSarah Shatz

¿Qué hacen un notable grupo de escritores y editores neoyorquinos reunidos en un viejo club de strippers a orillas del Hudson un miércoles por la tarde? La pintoresca reunión convocada por la revista The Paris Review supuso el arranque del Festival Literario Noruego Americano. Pero no fueron los libros ni el país escandinavo lo que arrastró al público, o no exactamente, sino más bien la curiosidad —o por qué no llamarlo morbo— de ver la primera actuación como batería del novelista...

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¿Qué hacen un notable grupo de escritores y editores neoyorquinos reunidos en un viejo club de strippers a orillas del Hudson un miércoles por la tarde? La pintoresca reunión convocada por la revista The Paris Review supuso el arranque del Festival Literario Noruego Americano. Pero no fueron los libros ni el país escandinavo lo que arrastró al público, o no exactamente, sino más bien la curiosidad —o por qué no llamarlo morbo— de ver la primera actuación como batería del novelista Karl Ove Knausgård con su banda de adolescencia, los Lemens.

La fiebre en torno a este autor noruego se propaga imparable desde hace tres años. Cada lectura o panel en el que ha participado en esta ciudad, a medida que han ido apareciendo las traducciones de los seis libros que conforman la serie Mi lucha, ha generado una expectación similar a la del concierto de una popular estrella de rock. Con su imponente porte, penetrante mirada y melena desarreglada, esta vez el autor cumplía de alguna manera con el estatus que ocupa en el imaginario de muchos lectores. Y sin embargo, las expectativas estrictamente melódicas antes de su actuación musical no eran muy altas, quizá porque en sus libros ha narrado sin miramientos sus frustradas y casi patéticas incursiones juveniles en el rock. Antes de que empezara el concierto confesaba a pie de calle estar aterrorizado.

Medio centenar de personas aguardaban desde una hora antes la apertura de las puertas del local. Luego llegaron muchos más. Barbara Epler la directora del histórico sello independiente New Directions confesaba que una amiga fan de Knausgård la había convencido y que el concierto la llenaba de curiosidad. “Es la interminable búsqueda de lo exótico lo que nos trae hasta aquí”, explicaba el novelista británico Adam Thirlwell que llegó vestido de traje procedente de una gala en la Academia de las Letras Americana. “No he visto nunca un evento como este. Espero algo dulce, no creo que su música sea tan radical como su escritura, pero será sincero”.

Actividad realizada por 'The Paris Review', en Nueva York.SARAH SHATZ

Knausgård, vestido con chaqueta y camisa ocupó su lugar tras la batería, mientras su hermano, Yngve se colocaba a la derecha con la guitarra, otro amigo de la adolescencia se hacía cargo del bajo y una cantante reclutada para la ocasión entonaba la primera canción. Knausgård salió del brete, pero como apuntaba irónicamente una fan “si en la portada de sus libros parece una estrella de rock, detrás de la batería parece un escritor”. A pesar de ello, el público quedó gratamente aliviado por la musicalidad de las canciones y se fue animando. Y no faltaron las bromas casi sacadas de un guion de Woody Allen, como la de una joven editora que mientras bailaba decía “espero que estas letras no sean antisemitas”.

La gran sorpresa de la noche: la banda Fun Stuff en la que el crítico James Wood toca la batería. “Su ilusión era tener una banda y cuando vino a Noruega hablé con unos amigos, músicos buenos y premiados todos ellos, y de ahí salió este grupo que ya tiene un disco”, explicaba el joven escritor y organizador noruego del festival con aire de rapero, Frode Saugestad. “Después de tantos años Karl Ove imaginé que tiene que estar agotado de hablar de sus libros. Pensé que esto sería más divertido. Quizá montemos más en verano”.

Lo de Wood y Fun Stuff si fue rock. La pista se calentó, Davis se lanzó a bailar y el director de The New Yorker, David Remnick acabó subido al escenario tocando la guitarra eléctrica. Los noruegos habían conquistado Nueva York.

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