Cartas al director

Érase una vez un descansillo

Érase una comunidad de 36 pisos, cuatro de ellos áticos. La convivencia entre vecinos, antaño excelente, está ahora casi rota, desde que el propietario de uno de los áticos convenció a los otros tres para hacer unas reformas en su descansillo con el fin de distinguirlo de los demás rellanos. Su argumento era que ellos eran diferentes, sus pisos más grandes, sus terrazas embellecían el bloque, los habían comprado más caros y, además, eran los que más contribuían en el recibo mensual; pagaban bastante más de lo que recibían de la comunidad y por ello se sentían ofendidos y agraviados en su bolsi...

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Érase una comunidad de 36 pisos, cuatro de ellos áticos. La convivencia entre vecinos, antaño excelente, está ahora casi rota, desde que el propietario de uno de los áticos convenció a los otros tres para hacer unas reformas en su descansillo con el fin de distinguirlo de los demás rellanos. Su argumento era que ellos eran diferentes, sus pisos más grandes, sus terrazas embellecían el bloque, los habían comprado más caros y, además, eran los que más contribuían en el recibo mensual; pagaban bastante más de lo que recibían de la comunidad y por ello se sentían ofendidos y agraviados en su bolsillo. Querían ser los únicos en decidir sobre esta reforma, y no que se tratase en la junta de propietarios, con el argumento de que era su descansillo y solamente a ellos les afectaba. Esto trajo consigo el enfrentamiento con los demás propietarios, que se negaban siquiera a tratar este asunto. Mientras tanto, el ascensor se estropeaba con más asiduidad, aparecieron goteras en la cubierta del edificio (con el consiguiente perjuicio para los áticos), las flores del jardín se marchitaban, el portal estaba cada vez más sucio, pero parecía que nada importaba... el descansillo de los áticos era el único tema de conversación.— Salvador Cañete Contreras.

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