Menos épica, que somos mujeres

Argel, junio de 1990. Victoria islamista en las elecciones municipales. 35º a la sombra, barbudos crecidos e incipiente hostigamiento a las mujeres. Controversia sobre usos y costumbres entre dos periodistas, alemana y española, que han viajado a Argelia para cubrir los comicios, tras algún que otro susto callejero. "Si hace calor, me quito ropa y uso tirantes, pantalones cortos y minifaldas", defiende la alemana, razón pura. "En este contexto, lo mejor es taparse y no dar tres cuartos al pregonero", propone la española. Ninguna cede en sus presupuestos, aplastante...

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Argel, junio de 1990. Victoria islamista en las elecciones municipales. 35º a la sombra, barbudos crecidos e incipiente hostigamiento a las mujeres. Controversia sobre usos y costumbres entre dos periodistas, alemana y española, que han viajado a Argelia para cubrir los comicios, tras algún que otro susto callejero. "Si hace calor, me quito ropa y uso tirantes, pantalones cortos y minifaldas", defiende la alemana, razón pura. "En este contexto, lo mejor es taparse y no dar tres cuartos al pregonero", propone la española. Ninguna cede en sus presupuestos, aplastante lógica teutona frente a preventivo (y esperanzadamente disuasorio) sentido común.

Los antropólogos hablan de choque cultural: encuentro (muchas veces, encontronazo) de dos realidades distintas como el que se produce entre el investigador que hace trabajo de campo y la tribu objeto de su estudio, en la que se inserta. Y como la percepción del género también es cultura, el aterrizaje de una mujer en medio de una realidad -y de un espacio público- en manos de hombres suele estar erizado de altibajos, cuando no de conflictos.

Cualquier occidental que haya visitado un país árabe conoce los condicionantes que implica el hecho de ser mujer y guiri. Pero si la visitante, además, pretende desempeñar el trabajo de periodista -lo cual significa entrometerse por doquier, preguntar y codearse con hombres-, se multiplica la posibilidad de salir trasquilada. Que se lo pregunten a Lara Logan, corresponsal de la CBS en El Cairo durante la revolución que en febrero de 2011 acabó con Hosni Mubarak, que tuvo que ser evacuada a EEUU tras sufrir una agresión sexual.

El International News Safety Institute (INSI) acaba de publicar No Woman's Land. On the Frontlines with Female Reporters (algo así como En tierra de ninguna. En primera línea con reporteras), el primer libro dirigido específicamente a mujeres periodistas. Se trata de una obra colectiva, escrita por 40 informadoras de una docena de países -Lara Logan entre ellas-, que, según el INSI, "describe los riesgos, los desafíos y el impacto físico y emocional que tiene [en sus vidas] informar en zonas de conflicto" a partir de la "escalofriante experiencia" de Logan en Egipto. Es decir, un manual que da consejos prácticos y enseña a moverse en el terreno, minimizando o neutralizando amenazas -del acoso al francotirador, y viceversa-, a mujeres metidas de bruces en situaciones de equilibrio volátil. Como la enardecida plaza de Tahrir donde Logan fue agredida.

Hasta ahí, nada que reprochar. Las dudas comienzan con encomios como el de Hannah Storm, subdirectora del INSI, durante la presentación del libro: "Sus relatos nos hablan de los riesgos y las medidas de seguridad que estas mujeres deben adoptar para conseguir sus informaciones. Pero por encima de todo son historias humanas, inspiradoras y angustiosas, sobre mujeres, madres e hijas que afrontan tremendos peligros para informarnos". Toma ración de épica, un género tradicionalmente masculino.

Item más, a tenor de la siguiente recomendación unisex que aparece en la web del INSI, uno puede albergar ciertas sospechas sobre los consejos reservados únicamente a las mujeres: "No hacer ostentación de cosas de valor. Los periodistas [genérico, ellos y ellas] son rara vez bienvenidos en los barrios chungos"... Como si a los taxistas o a los maestros los recibieran mucho mejor...

Más allá de esta timorata introducción al lado oculto de la vida, hay material mucho más sustancioso si hablamos de mujeres en según qué zonas del mundo, allí donde su invisibilidad social y su visibilidad física se alían en su contra. Por ejemplo, un mapa de las zonas de riesgo de agresión sexual en El Cairo por categorías, del piropo al tocamiento o la violación, en árabe, inglés y francés. O la película El Cairo 678, que relata el acoso que a diario sufren las egipcias, sin distinción de clases sociales. Porque, al fin y al cabo, como en el caso del siempre atormentado reportero que informa del hambre en África, no son las periodistas las que más sufren ni más riesgos asumen, sino las mujeres locales, igual que los africanos que mueren de inanición. El resto vamos de visita.

PD: Al final da igual llevar tirantes que gabardina.

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