Cartas al director

De embargos e hipotecas

El tatarabuelo de mi vigésimo tatarabuelo era campesino. Cultivaba una tierra que no le pertenecía, a la que estaba atado de por vida. Gran parte del fruto de su cosecha y su trabajo iba a parar a un despiadado señor feudal que, según dicen, le proporcionaba protección en tiempos de guerra.

 El tataranieto de su vigésimo tataranieto, un servidor, vive en un piso que no es el suyo. Pertenece a un banco que en su día le concedió una hipoteca a la que está ligado de por vida. Casi todo el fruto de su trabajo lo destina a pagar los intereses de tan amable préstamo. A final de cada mes, y to...

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El tatarabuelo de mi vigésimo tatarabuelo era campesino. Cultivaba una tierra que no le pertenecía, a la que estaba atado de por vida. Gran parte del fruto de su cosecha y su trabajo iba a parar a un despiadado señor feudal que, según dicen, le proporcionaba protección en tiempos de guerra.

 El tataranieto de su vigésimo tataranieto, un servidor, vive en un piso que no es el suyo. Pertenece a un banco que en su día le concedió una hipoteca a la que está ligado de por vida. Casi todo el fruto de su trabajo lo destina a pagar los intereses de tan amable préstamo. A final de cada mes, y todos los meses de su vida durante los próximos 30 años, la generosa entidad extraerá de su cuenta el implacable diezmo. Ese era el pago convenido por hacer realidad su derecho constitucional a una vivienda digna. En su momento debió, además, firmar necesariamente un seguro de vida, pues hay gente que tiene la mala costumbre de morirse antes de pagar.

Si las cosas van mal y el tataranieto del vigésimo tataranieto pierde el empleo, el otrora amable banco no perderá su costumbre de cobrar su parte. Muy probablemente embargará la vivienda que tan generosamente posibilitó, para posteriormente venderla de nuevo. Eso sí, como hay que dar al césar lo que es del césar, el tataranieto del vigésimo tataranieto quedará esclavizado de por vida al otrora amable banco, a causa de una deuda que nunca podrá pagar…

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¡Si el tatarabuelo de mi vigésimo tatarabuelo levantara la cabeza…!— Jordi García Quintanilla.

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