Hornos: el verdadero faro del fin del mundo
1 de diciembre, 55º 59? latitud sur: cabo de Hornos
El viento ha calmado. Tanto, que los negros canales asemejan a un pantano más que a la conjunción de dos océanos. Es la ironía de Hornos. Un día sopla un huracán capaz de hundir un navío y durante la siguiente semana no se levanta una brisa. Ayudados por el motor, serpenteamos entre los islotes finales del archipiélago, eludiendo el mar abierto. Varios delfines juguetean en la proa mientras Guisquí sigue atenta sus movimientos. Una leyenda fueguina dice que si las toninas silban al salir a la superficie es señal de que se acerca un temporal y conviene buscar refugio.
Hacia las 14.00 se deja ver por fin Hornos, que pese al topónimo no es un cabo, es una isla. Un acantilado de 150 metros cortado a pico que se hunde en un mar tenebroso. Enfrente, sólo agua gélida capaz de matar a quien caiga en ella en menos de cinco minutos.
Soy el alma olvidada de los marinos muertos,
Que cruzaron el Cabo de Hornos,
Desde todos los mares de la tierra.
Pero ellos no murieron en las furiosas olas,
Hoy vuelan en mis alas,
Hacia la eternidad,
En la última grieta de los vientos antárticos? .