Las aventuras de un par de calcetines que dan empleo a todo un pueblo
Sus antepasados se remontan 500 años. Nacen en “El pueblo de los calcetines” para recorrer el mundo. Algunos se fabrican con plásticos procedentes del mar. Y su empresa madre, premio a la Pyme del Año de la provincia de Burgos, cuenta una historia de compromiso rural
El titular viene a cuento del storytelling. Ya saben, la técnica de contar a través de una narración sencilla y cercana una realidad mucho más compleja.
La historia de esos calcetines da para hablar de cómo funciona la economía local integrada en la economía global. Abre el debate sobre el despoblamiento del campo y las formas más eficientes para frenarlo. Habla de los cambios en los hábitos de consumo y urgencias sociales, como la sostenibilidad. Y sugiere cómo competir a base de tradición, innovación, diseño y marca contra la competencia de fuera de nuestras fronteras.
Es un gancho para hablar de personas. De los millones que se los ponen en cualquier lugar del mundo, y sobre todo, de quienes los fabrican en un pequeño lugar del mundo, El pueblo de los calcetines, como es conocido: Pradoluengo.
Referentes en el mercado nacional
Las aventuras de ese par no comienzan el día que los tejen. Se remontan a 1914, cuando se funda una de tantas firmas textiles de la zona, la antecesora directa de Calcetines Mingo que hoy dirige la cuarta generación familiar, José Manuel Mingo: “Mi vida no la recuerdo si no es jugando entre sacos de calcetines en la antigua fábrica de mi padre”. Es más, los amantes de la arqueología industrial tendrían un filón de 500 años, hasta los primeros documentos sobre la producción de paños pradoluenguinos.
Los calcetines son unos supervivientes. Bayetas, mantas, jerseys, boinas y otros productos sucumbieron a las modas o a la globalización acelerada a partir de 2005, pero ellos continuaron hasta convertirse en el producto único de Mingo y de la localidad. Este estirado valle entre montañas, con un río en pendiente que permitió la primera mecanización de telares, hoy cubre el 25% del consumo de calcetines en España. Mingo firma más o menos un millón al año y destina unos 400.000 a exportación.
Podríamos hablar de un “caso de éxito”, en lenguaje corporativo. De las tres revoluciones tecnológicas que han vivido este milenio hasta la maquinaria electrónica que cose sin costura. De la formación continua de los trabajadores que les convierte en expertos en su sector y es “un plus para esta fábrica o cualquier otra y para su calidad de vida”, apunta José Manuel. De la personalización de un diseño que bate a los grandes fabricantes asiáticos y asegura demanda en las tiendas de Chueca o el Borne.
Mi vida no la recuerdo si no es jugando entre sacos de calcetines en la antigua fábrica de mi padreJosé Manuel Mingo, director general de Calcetines Mingo
Podríamos hablar del I+D que combina fibras naturales —lana, algodón orgánico, viscosa…— con sintéticas como el poliéster lobulado. De los tratamientos antibacterianos, antiestáticos, hidrófilos, hidrófugos, termo dinámicos. Del diseño para distintos usos deportivos de alto rendimiento —en estos días entregan una tirada a un equipo profesional de ciclismo—. De sus certificaciones de calidad y sostenibilidad. O del premio Pyme del Año de la provincia de Burgos 2021 que otorgan Banco Santander y la Cámara de Comercio por su visión empresarial. Es un galardón que refleja el compromiso de la entidad financiera con cuatro millones de pequeños y medianos negocios a los que apoya, ayuda e impulsa en su día a día.
Sostenibilidad completa: ambiental, social y económica
Podríamos hablar de todo eso, pero volvamos al storytelling: la historia de dos calcetines que vinieron del mar. Forman parte de la colección FreeWaves by Funstep, y su contenido de poliéster se fabrica con plásticos extraídos del Cantábrico y el Mediterráneo. Se trata de una técnica industrial compleja porque esos residuos se pescan en estados de degradación muy diferentes —unos pueden llevar semanas en el agua, otros, seis décadas— y, “aunque solo es un pequeño grano de arena, es un grano de arena en la dirección correcta, como la compra de productos kilómetro cero o la reducción de emisiones. Qué sentido tiene importar miles y miles de contenedores de productos de bajísima calidad”, comenta José Manuel. Cada par de FreeWaves by Funstep equivale a retirar una bolsa plástica de las aguas marinas.
Deberíamos acostumbrarnos a entender esa sostenibilidad en su versión completa: no solo ambiental, sino social y económica. Es la otra gran historia que refleja esta prenda porque Calcetines Mingo es un salvavidas para un pueblo de apenas 1.200 habitantes cuando contaba el doble el año en que nació la compañía. La pregunta es qué pasaría en los Pradoluengos del mapa si también emigran empresas como Mingo, con una plantilla local y vinculada al sector durante generaciones. El 90% vive con sus familias en el pueblo.
Por ejemplo, Amaya Pereda decidió regresar a sus orígenes para criar a su hijo en un entorno sano, y pudo hacerlo porque encontró trabajo en la fábrica. Su hermano también es compañero en la empresa. Ángel Martín, recién jubilado tras 47 años dedicados al textil, tiene clara la fórmula “para que la gente joven pueda quedarse en las zonas rurales: que vengan empresas o al menos cuidar las que hay”.
Ese es uno de los objetivos de Banco Santander, que con iniciativas enfocadas al asesoramiento, impulso de la digitalización, la aceleración de la internacionalización o el acceso a la financiación, apoya a un colectivo que genera el 99% del empleo de España, y con ello el desarrollo de comarcas especialmente necesitadas de inversión, a través de productos y servicios financieros específicos, asesoría y acompañamiento.
José Manuel agradece el premio a Pyme del Año de la provincia de Burgos porque no solo reconoce a una empresa “pegada a la tierra”, sino a todo Pradoluengo y a un sector “que ha desaparecido en un 80% precisamente por las importaciones a unos costos ínfimos”. Además valora la visibilidad de una pyme que no se puede permitir grandes campañas de marketing.
Calcetines Mingo fue reconocida como Pyme del Año de la provincia de Burgos por Banco Santander y la Cámara de Comercio. Es una de las 4 millones de pequeñas y medianas empresas que la entidad apoya día a día
“El banco estuvo desde el principio apoyándonos y nos ayudó mucho que tuviera oficina aquí en el pueblo, con gente conocida de toda la vida, que nos apoya y nos conoce desde hace muchos años”, añade. Tanto el premio como el apoyo diario del Santander “afianzan nuestro proyecto de futuro”.
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