UGT, 130 años peleando por reformas sociales

El sindicato, fundado el 12 de agosto de 1888, se enfrenta a un mercado laboral cada vez más precario y digitalizado

Pablo Iglesias, durante un mitin en apoyo de los presos de la Semana Trágica de Barcelona en 1909

“No tenemos tiempo, no hay margen de espera. Tenemos que pasar de las musas al teatro”. Con estas palabras, Pepe Álvarez, secretario general de UGT, pedía esta semana al Gobierno reformas legales a la vuelta del verano que mejoren los derechos de los parados, que den más fuerza a los sindicatos en la negociación colectiva y que proporcionen más recursos a la Seguridad Social para cerrar el déficit de las pensiones. En definitiva, reclamaba las reformas que, en su opi...

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“No tenemos tiempo, no hay margen de espera. Tenemos que pasar de las musas al teatro”. Con estas palabras, Pepe Álvarez, secretario general de UGT, pedía esta semana al Gobierno reformas legales a la vuelta del verano que mejoren los derechos de los parados, que den más fuerza a los sindicatos en la negociación colectiva y que proporcionen más recursos a la Seguridad Social para cerrar el déficit de las pensiones. En definitiva, reclamaba las reformas que, en su opinión, mejorarán la situación de la “clase trabajadora”.

Con esa demanda de reformas, Álvarez mantiene el hilo de continuidad con la organización que él dirige ahora y que nació en Barcelona hace hoy 130 años. Ese día, en la calle Tallers de la capital catalana, que meses más tarde celebró una exposición universal, 26 hombres, con Pablo Iglesias y Antonio García Quejido a la cabeza, fundaron el sindicato. Al día siguiente, Iglesias propuso el nombre: “Unión General de Trabajadores de España”. El congreso acabó el día 14 de agosto y de él salió presidente García Quejido, tipógrafo. Cuesta encontrar en Europa un sindicato más antiguo, una central que en este tiempo haya mantenido el nombre y el vínculo. “Solo la TUC británica”, dice Álvarez.

Cuando se le pregunta a Santiago Castillo, catedrático emérito de Ciencia Política, cómo se puede resumir la historia de la organización que él ha estudiado, tarda en llegar la respuesta. No es fácil sintetizar 13 décadas que han visto pasar un régimen liberal caciquil, dos dictaduras, una guerra civil, un exilio, tres constituciones, decenas de huelgas generales y varios golpes de Estado. La respuesta surge conforme avanza la conversación: “UGT siempre ha sido un sindicato de reformas”. Pero esta palabra, conviene el investigador, tiene otro significado histórico, casi contrario, que el que se apuntan en los últimos años que casi la han convertido en sinónimo de recortes.

Es la segunda central más antigua de Europa, tras la británica TUC

Castillo explica, con paciencia, que “el sindicalismo que representa [UGT] es el de la II Internacional”, que se fundó un año después, y decidió ya entonces tomar el Primero de Mayo como un día en que celebrar una manifestación obrera en todo el mundo. La primera reivindicación fue la jornada de ocho horas. “Acordaron poner un día al año para pedir al poder político que actúe, que haga reformas para mejorar la situación de los trabajadores”, resume. Castillo aclara que no es que no fueran marxistas, aunque formalmente UGT no lo fue hasta los años 20 del siglo XX, ni revolucionarios. Solo que en el camino había que exigir mejoras para los trabajadores, no como su gran rival entonces: la anarquista CNT.

En este tiempo, la organización ha cambiado mucho. Cándido Méndez, apasionado de la historia del sindicato que dirigió —tras suceder a Nicolás Redondo— hasta 2016, apunta que nació como unión de “asociaciones gremiales” y que dio un gran salto en la República, cuando se constituyó la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra.

En esos años treinta se unió al sindicato Jesús González, un madrileño centenario. “Nunca quise estar en dirección alguna. Lo mío era la acción”, responde. Sigue siendo afiliado. De sus años en el sindicato destaca “haber sobrevivido a Franco. Fue muy duro. Pero el sindicato sigue ahí”.

Cuando se creó, no había vacaciones y se pedía la jornada de ocho horas

Última época difícil

Un siglo largo de historia da para mucho. Y los últimos años no están siendo fáciles. La crisis y el deterioro institucional que provocó —UGT forma parte de ese conjunto de instituciones amparadas en la Constitución de 1978— ha castigado al sindicato. En la década anterior llegó a 1,2 millones de afiliados. En 2015, había perdido casi 300.000. “Estamos remontando”, apunta Pepe Álvarez, “por eso hacemos este despliegue”. “En los últimos años, se ha intentado valorar [al sindicato] por el último segundo”, añade el secretario general. “Se trata de hacer un reconocimiento [a la trayectoria]. No por el sindicato, por la gente”, continúa y recuerda, como ejemplo, “en 1888 no existían las vacaciones”.

Pero si algo ha estado presente en la historia del sindicato, especialmente en su primer siglo de vida, es su vinculación al PSOE, hasta la ruptura traumática de 1988 con la huelga general del 14-D. De hecho, nueve días después de aquel congreso fundacional en Barcelona se celebró otro en la misma ciudad: el primero del partido socialista, al que acudieron varios de quienes estaban el anterior. Ha habido muchos más nombres en común. La lista es larga: Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, Trifón Gómez...

“Tanto el partido obrero como el sindicato obrero piensan que son precisas reformas”, apunta Santos Juliá, catedrático de Historia Social: “Se trataba de poner el acento en una dimensión obrera, el partido se ocupará de llevar la voz a las instituciones burguesas mientras el sindicato con miras a sustituir la sociedad capitalista por la burguesa”.

Ahora la sociedad es otra. Los dificultades de UGT recientemente —“esto vale para los últimos años”, abunda Juliá— no solo tienen que ver con la crisis. También están relacionadas con el cambio de una sociedad que hace tiempo que dejó de ser industrial, en la que aquellos grandes centros de trabajo que permitían la creación y la acción de los sindicatos ya no existen, y esto les ha hecho perder representatividad. Y mientras las grandes centrales buscan la forma de adaptarse a ella, observan como la digitalización amenaza con cambiar y precarizar aún más un mercado laboral que quieren reformar.

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