Crítica:Álvaro Pombo - El temblor del héroe | LIBROS | NARRATIVA

A bordo de Pombo

En Álvaro Pombo el lector de literatura encontró una especie insólita hace ya muchos años. A menudo se le emparenta con Javier Marías con buenas razones -una poética reflexiva como motor novelesco-, pero quizá vale la pena anotar ahora justamente lo contrario: la densidad afectiva ausente o esquemática en las novelas de Marías es en Pombo una suerte de campo de exploración donde el novelista ha hecho calas sin equivalente en nuestra novela. La inteligencia filosófica -es decir, furiosa- aplicada a la comprensión del desvalimiento o la vulnerabilidad deja un rastro hondo en el lector que se ha ...

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En Álvaro Pombo el lector de literatura encontró una especie insólita hace ya muchos años. A menudo se le emparenta con Javier Marías con buenas razones -una poética reflexiva como motor novelesco-, pero quizá vale la pena anotar ahora justamente lo contrario: la densidad afectiva ausente o esquemática en las novelas de Marías es en Pombo una suerte de campo de exploración donde el novelista ha hecho calas sin equivalente en nuestra novela. La inteligencia filosófica -es decir, furiosa- aplicada a la comprensión del desvalimiento o la vulnerabilidad deja un rastro hondo en el lector que se ha dejado atar a El metro de platino iridiado, o ha vivido Donde las mujeres, o ha viajado hacia la falsa y espléndida novela histórica que fue La cuadratura del círculo o a la liberadora y fulminante Contra natura.

Esta vez Pombo ha armado como diálogos lo que otras veces funcionaba mejor como discurso reflexivo
La luminosidad intermitente, el hallazgo verbal, el acierto expresivo están diseminados por muchas páginas

Pombo necesita grosor y campo abierto para embarcar al lector en las sinuosidades y esta novela de hoy tiene algo más de doscientas páginas que van a defraudar al lector de sus estupendas novelas. Sentirá la excitación y el estímulo del mundo de Pombo e irá advirtiendo mientras lee que falta el demarre y la textura, falta la emulsión sutil y matizada o la digresión oportuna (e inoportuna). Sentirá que está ante el esqueleto de una novela de Pombo y que la buena novela que lee sería mejor con un Pombo plenamente convencido con su historia o con el modo de desarrollar su historia.

Y sin embargo sigue siendo un Pombo de los pies a la cabeza, incluidos los guiños revoltosos -"dado que Elena no se entiende a sí misma y dado que el lector tampoco entiende esta novela, haremos lo posible por esclarecer las dos partes"- y hasta la autocita de algunos de sus versos. No es impertinente, por supuesto, porque el relato participa plenamente de los afanes del escritor y quizá esta especie de liposucción de Pombo aplicada a sí mismo abra el camino para lectores intimidados ante otras novelas suyas, en esa reciente ruta hacia un público más numeroso que abrió el premio Planeta y ahora sigue el premio Nadal.

El temblor del héroe, además, aporta un giro original y valiente a ese nudo en torno al que gravitan tantas de sus mejores páginas: la falta de sustancia, el análisis del deslizamiento flotante e indeterminado sobre la vida, la inutilidad de vivir sin sustancia de vida la vida misma. La conciencia del furor heroico y la amenaza de su agotamiento es buena parte del tejido que viste al profesor jubilado de filosofía, Román, y la desustanciación primitiva, originaria, daña para siempre a otro profesor y pederasta más o menos arrepentido, Bernardo. Pero esa misma inquietud por comprender y ver el mundo y sus texturas es lo que explica la relación del profesor jubilado con sus dos discípulos de juventud y hoy traumatólogos (y con Elena activar un sí es no es erótico sentimental). El anzuelo que los reúne a todos sin embargo es la vulnerabilidad misma en forma de joven guapo y descuajado, hechura de Bernardo desde que abusó sexualmente de él a los 13 años. Sin embargo, es también aliento y estímulo vital para Román, súbitamente lúcido sobre el riesgo de la inactividad y su progresivo encapsulamiento de "celebridad menor": "Se adentra uno en lo invisible. El desamor de los demás. El desamor creciente hacia uno mismo, el tedio".

Esta vez Pombo ha armado como diálogos lo que otras veces funcionaba mejor como discurso reflexivo, directo o indirecto, pero la luminosidad intermitente, el hallazgo verbal, el acierto expresivo están diseminados por muchas páginas, incluidos los diálogos e incluidas las concesiones a la nostalgia equivocada, como si de veras "el empequeñecido ambiente intelectual de la Universidad española en la democracia" hubiese "incapacitado también a Román para sentirse a gusto consigo mismo, con su sabiduría humanística". Y sin embargo ve también que su "trivial ensimismamiento" ha desequilibrado a los demás y ha aprendido que su silencio y su soledad -para escribir, por fin...- han llevado sin más al tedio y a sumirse en la "divagación de la mente, en la preocupación por las tonterías". Contra esa toxina se levanta la novela sin sermón y con ademán de novela valiente contra la tentación de hacer "de la propia insustancialidad y de la mácula una red cambiante y deslizante y flexible que nos acoja mientras resbalamos, nos deslizamos, chismorreamos, caemos y nos levantamos en un inútil esfuerzo por ser nadie".

Álvaro Pombo (Santander, 1939), último premio Nadal, en una fotografía de 2007.GUILLERMO PASCUAL / COVER / GETTY IMAGES

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