Columna

¿Inútiles?

El viernes pasado, la sección de Críticas se abría con las declaraciones de David Fincher asegurando que la crítica de cine es absolutamente inútil. Es como abrir el suplemento de Economía con Botín diciendo que los suplementos de economía no deberían existir. A ver cómo sigues leyendo. A estas alturas, una opinión tan contundente solo desencadena silencio o asentimiento. A Fincher le cabreó que el crítico David Denby, del New Yorker, se saltara el pacto de silencio acordado con la productora y adelantara su reseña de la película un par de semanas. Lo que perseguían al presentársela con...

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El viernes pasado, la sección de Críticas se abría con las declaraciones de David Fincher asegurando que la crítica de cine es absolutamente inútil. Es como abrir el suplemento de Economía con Botín diciendo que los suplementos de economía no deberían existir. A ver cómo sigues leyendo. A estas alturas, una opinión tan contundente solo desencadena silencio o asentimiento. A Fincher le cabreó que el crítico David Denby, del New Yorker, se saltara el pacto de silencio acordado con la productora y adelantara su reseña de la película un par de semanas. Lo que perseguían al presentársela con adelanto era entrar en los premios anuales de la crítica, para eso sí valen los críticos, y usar ese reconocimiento en el lanzamiento posterior.

Así se persigue lo que ya es tónica en los Oscar: precipitar el consumo y la opinión, para que a marchas forzadas solo triunfe la propaganda. Cuando la gente comienza a darse cuenta de que una película era bastante mediocre, ya ha triunfado en las salas y tiene siete estatuillas. Y sí, en la precipitación, el espacio de la crítica es vacuo y alimenticio. Los medios se limitan a poner altavoz a los premios y las recaudaciones, rendidos al dinero y a las maquinarias de promoción.

Lo sabe bien Fincher, que acaba de rodar la versión norteamericana de Millenium, pero asegura en la misma entrevista que detesta las películas basadas en franquicias. Si a estas alturas la novela de Larsson, con su propia adaptación sueca al cine, no se considera una franquicia que exprimir se debe tan solo a que nadie se atreve a contradecir la versión oficial. Rodarla en Suecia con el actor de James Bond es consolidar una falsa autenticidad que nadie desnuda.

Más allá de las declaraciones de Fincher, es curioso observar cierto haraquiri en la crítica de cine. Automutilada, aceptó ser comparsa, repartir estrellitas y carecer de respuesta al estímulo propagandístico ejercido por tierra, mar y medios. El pecado mayor de un crítico es creerse él más importante que las obras que juzga. Ahora hasta mandan tuits durante la proyección. Pero la verdadera inutilidad estriba en no pelear porque la reflexión y el análisis sigan teniendo un espacio en el estresado criterio del espectador.

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