Crítica:LIBROS | NARRATIVA

Una muerte de libro

Narrativa. La versatilidad narrativa de Fermín Goñi permitió al escritor navarro el tránsito desde la investigación histórica en Los sueños de un libertador, su penúltimo libro, a la novela negra: Una muerte de libro, donde la intriga y el humor, la carcajada en ocasiones, conviven armónicamente de la mano de personajes singulares. El protagonismo de dos chavales de 19 años, estudiantes de derecho en Madrid, en la investigación de un asesinato cometido en Puerto Rico, exigió del autor una arriesgada inmersión en las complicadas claves y jergas del mundo juvenil. Goñi eligió la di...

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Narrativa. La versatilidad narrativa de Fermín Goñi permitió al escritor navarro el tránsito desde la investigación histórica en Los sueños de un libertador, su penúltimo libro, a la novela negra: Una muerte de libro, donde la intriga y el humor, la carcajada en ocasiones, conviven armónicamente de la mano de personajes singulares. El protagonismo de dos chavales de 19 años, estudiantes de derecho en Madrid, en la investigación de un asesinato cometido en Puerto Rico, exigió del autor una arriesgada inmersión en las complicadas claves y jergas del mundo juvenil. Goñi eligió la división clásica de la trama, planteamiento, nudo y desenlace, para abordar una historia muy trabajada en sus personajes, encabezados por Columbano Parra Pera, un empresario indignado y ácrata. Al igual que en Te arrancarán las tripas negro (2008), el ritmo narrativo y enredos concebidos en Una muerte guardan semejanza con el estilo de Tom Sharpe y las peripecias del profesor de literatura Henry Wilt, icono del maestro británico. La novela se adentra en la muerte del empresario tras recibir una misteriosa carta de la directora de la Casa del Libro de San Juan, que le pide ayuda. Obligado al mestizaje lingüístico, al spanglish, en los escenarios boricuas de la trama, se mueve como pez en el agua en el universo de los libros antiguos. El empresario viaja a la capital caribeña pero a su regreso es encontrado muerto en su domicilio de Madrid. La historia termina con la identificación del asesino, pero para entonces los personajes ya habían cobrado vida propia y el autor hubiera podido optar por un desenlace diferente al tradicionalmente reclamado por la novela negra porque el policía mudo y paralítico que organiza las pesquisas, los dos sabuesos cuasi adolescentes que vuelan a Puerto Rico y el fámulo absorbido por la licuación de los rabos de cerezas para producir un elixir afrodisiaco demostraron ser un filón literario.